jueves, 5 de octubre de 2017

DECIR AMÉN A TODO



Oye, y si al final vivir en sociedad va ser que consistía en eso,
en apuntarse a una fratría, correr detrás de una bandera, corear los himnos de la tribu, comulgar con el credo mayoritario.
Siquiera ya sólo para estar en paz con uno mismo,

sentir el arrobo de los cercanos, ser aceptado como miembro de pleno derecho en una sociedad gastronómica o en una comparsa de las fiestas de tu padre.
Lo que sea con tal de no desentonar, que nadie se gire para preguntarte "¿pero tú de qué vas, con quién estás?"

No es fácil, la verdad, no cuando tu temperamento es más de andar a hostias con todo el mundo, llevar la contraria a todo Cristo, dudar todo el rato.
Como te toque esa cruz un día te ves dándote de mamporros con lo de este lado del muro y al siguiente con los del otro;
total, qué importa el lado del muro si tus rivales en esencia vienen a ser los mismos.

Pero cansa y mucho ese continuo andar a la gresca con unos y con otros, no poder estar de acuerdo con nadie en nada porque siempre hay algo, puede que sólo un pequeño matiz, que no casa, que en realidad lo desbarata todo.

Pues no digas nada, cierra el pico, cambia de tema, mira hacia otro lado, comulga con las ruedas de molino del prójimo.

Ya, decirlo no cuesta nada, hacerlo resulta imposible cuando ese no eres tú, no es tu maldito temperamento, cuando eres más bien tirando a bocazas con un poco mucho de soberbia, sí, para qué negarlo.

A joderse toca entonces.
Pues nos jodemos, vaya que si nos jodemos.
Y aquí seguiremos calentándonos la boca, metiendo la pata, arrepintiéndonos luego.

Con lo fácil que sería tener un poquito de humildad, renunciar al orgullo, someterse a la manada, dejarse arrastrar por la corriente, decir amén a todo. Vamos, cosicas que a mí me dan mucho por culo.

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