En ese que alguien definió una vez como un país de cabreros, parece que les pone mucho todo lo que tenga que ver con la fuerza bruta, someter al otro a bastonazos, zanjar las discusiones con golpes sobre la mesa tirando de sanseacaboses varios, los argumentos siempre descalificadores ad nominem, la demonización del contrario. Eso es lo único que se entiende y se aplaude. Porque lo otro, dialogar con el de enfrente, llegar a acuerdos siquiera de mínimos con el adversario, saber renunciar a parte de las convicciones propias en beneficio del mutuo entendimiento, siquiera ya empatizar en algo con el diferente para intentar entenderlo, todo eso como que no consta en su código genético o no lo enseñan en la escuela. Aquí siempre, y para todo, pico y pala o dos hostias bien dadas. Todo lo demás o no se entiende o da miedo, mucho.
martes, 24 de octubre de 2017
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