viernes, 11 de marzo de 2022

EL ASESINATO DE CARAVINAGRE - MIGUEL IZU

 


 Resiñica para la revista EL SAYÓN: https://www.elsayon.com/el-asesinato-del-caravinagre/?fbclid=IwAR3vCpwYJDWKP8EM_zuLnDhIYB8QTMhJjGk_D21AOylhJVD3b1V9TTppbuE

EL ASESINATO DE CARAVINAGRE,

Autor:  Miguel Izu

Novela comentada y reseñada por Txema Arinas


         Como aficionado a la novela negra debería confesar una cosa: lo que menos me interesa de una novela negra son las tramas. No digo que no me interesen, que no disfrute siguiéndolas y me admire la resolución de muchas de ellas. Lo que digo es que disfruto más con los márgenes de las tramas, es decir, con la descripción de los personajes y ambientes, con todo lo que rodea o sucede estos, que con la resolución de los crímenes. Me interesan más las circunstancias de los personajes que averiguar quién de ellos es el asesino. De hecho, soy de los que distinguen la novela negra de la estrictamente policial por esa misma razón, porque en la primera la resolución de un crimen apenas es otra cosa que una escusa para retratar un ambiente, acaso un lugar concreto, un entorno social determinado, y así de paso poder desarrollar los personajes que lo pueblan. Creo que ese es el caso de El asesinato de Caravinagre de Miguel Izu y que por eso mismo he disfrutado tanto con la lectura del libro. Pero no solo eso, porque, aunque no me hubiera importado lo más mínimo que la trama alrededor del asesinato de los dos individuos que se echaban sobre los hombros el cabezón de ese personaje de las fiestas pamplonicas, y otras de Navarra y alrededores con otros nombres (curiosamente en mi ciudad, Vitoria, de pequeño todos los cabezudos de fiestas me parecían variaciones de Caravinagre, o lo que venía a ser lo mismo, aldeanos mal encarados que por lo que fuera querían hacernos daño a los niños, si bien de entre todos yo siempre sentí verdadero pavor por Ojobiriki), fuera de lo más simple, apenas una excusa para ir tirando del delicioso retrato que hace Izu de la sociedad pamplonica y navarra, y en especial de la atmósfera más íntima y desconocida de los Sanfermines, la verdad es que resulta imposible sustraerse a la trama, o mejor dicho, el amplio elenco de posibles tramas que aparecen en la novela.

            Respecto a todo lo que rodea a la trama o tramas de la novela, todo aquello que yo defino como márgenes, hay que reconocerle a Miguel Izu el buen trabajo que ha hecho con la construcción del protagonista, Rafael Echarte, el abogado rebotado de la universidad que nos introduce, tanto en los pormenores de su oficio como en los de su vida íntima, que nos acerca, por un lado, al ambiente de bufetes, juzgados y cárceles de una ciudad media como Pamplona y, por el otro, a las tribulaciones de un hombre maduro que parece que todavía no ha acabado de encontrar su sitio en lo profesional, lo cual le supone tener que aguantar las reconvenciones de los que sí lo han hecho, como ese hermano triunfador en lo suyo que toda familia parece tener para joder todo el rato a los demás con su ejemplo, y esas otras sentimentales en las que se mezcla el peso de un fracaso previo y la perspectiva de iniciar una nueva, si bien que al ritmo irritantemente parsimonioso, medroso y accidentado que parece ser lo habitual a partir de cierta edad donde estas cosas ya no se encajan con la deportividad de la adolescencia sino con la autocompasión a un trecho de la depresión pura y dura típica de la edad madura, y eso por no hablar de la, digamos que, casi vernácula torpeza de los hombres de nuestra geografía para las cosas del querer. Con todo, si no lo más interesante, acaso sí lo que mejor retratado me ha parecido, han sido las relaciones del personaje con su cuadrilla de amigos y otros conocidos, a destacar los diálogos, verdadero fresco de lo que es la variopinta sociología de una sociedad tan compartimentada, y esto por no reincidir en lo de dividida dado que algunas de las diferencias sociales e ideológicas no tienen porque significar una división de facto entre las personas, como la navarra por la cosa esa de las identidades tribales de cada cual e incluso la ausencia de ellas.

  • Pues no habrás sido tú, pero el Riau-Riau se lo han cargado los salvajes que iban a ver si podían empujar o dar un guantazo a los concejales –medió Jorge.
  • Aparte de eso, el problema es que el Riau-Riau ya no cabe en la calle Mayor –opinó Rafael-. Ha muerto de éxito, un acto tan masificado es imposible. Tuvo sentido cuando iba poca gente, pero ahora es inmanejable.
  • Si no fueran los abertzales violentos se podría recuperar –dijo Carmen.
  • Aunque no fueran, da igual –se mantuvo firme Rafael- no cabe en la misma calle toda la marabunta que se formaba. Entre los que iban a salvarlo y los que iban a molestar es imposible que funciones. Con dos que se empeñen en empujar a la contra se cargan la Marcha.
  • Pues es una pena que se pierda –opinó Arantxa.
  • Tampoco es para tanto. En realidad, desde el principio dijeron que corear el Vals de Astrain y bailar delante de la Corporación era una gamberrada, ya en los años veinte el alcalde lo prohibía diciendo que era una falta de respeto al Ayuntamiento –explico Mikel.
  • Lo que pasó, pasó, no hay forma de recuperarlo y ya está. Fue un error intentarlo el año pasado y no creo que vuelvan a hacerlo –dijo Eneko deseoso de zanjar la cuestión. A él nunca le había gustado el Riau-Riau aunque se cuidaba mucho de decirlo dada la sacralización de la que había sido el acto, sobre todo desde que había desaparecido.

Habían terminado de comer y les estaban sirviendo el café.

  • Falta menos de un cuarto de hora –avisó Mikel mirando el reloj-. Si os parece, pedimos champán para brindar en el momento del chupinazo.
  • Sí, pero mejo que nos lo pongan en la barra para verlo en la televisión –sugirió Jon. (pag. 29)

Con todo, y por muy atractivo y sobre todo satisfactorio que me haya parecido el bisturí de Miguel Izu a la hora de presentarme esa sociedad pamplonica a la que él pertenece y que, por lo tanto, conoce de primera mano y no como turista literario o cualquier otra cosa por el estilo, tengo que reconocer que me ha sorprendido la variedad de tramas que se apuntan en el libro alrededor de los asesinos de los dos portadores del cabezón de Caravinagre –creo que todavía no había mencionado que se trata de un personaje imprescindible a la hora de representar un carácter muy representativo de la fauna humana del lugar, Pamplona e inmediaciones del Viejo Reyno, siquiera con inusual frecuencia en comparación con otros lares-. Me ha sorprendido no tanto por las tramas en sí mismas, la abertzale, la legitimista independentista y la que no, la de los templarios, el triángulo amoroso, al fin y al cabo todas ellas conocidas de alguna u otra manera, sino por la habilidad de Izu para meterlas en su novela una tras otra sin romper el saco, o lo que es lo mismo, para que cada una de ellas mantengan el interés sin desmerecerse entre ellas. Se diría que Miguel ha hecho un ingente esfuerzo de contención –si bien en unas más que en otras; pero de eso ya hablaré más abajo- para no desarrollar cada trama en exceso y así evitar que el lector se encapriche demasiado con alguna dado el potencial que tienen todas para protagonizar la novela por sí mismas. En resumen, que uno tiene la impresión de que en El asesinato de Caravinagre se apuntan lo que bien podrían ser varias novelas independientes y todas ellas sumamente interesantes. Sin embargo, el autor ha preferido utilizarlas para jugar al despiste, tan del uso del género, con el fin de conducir al lector hasta la resolución de los asesinatos, casi que por sorpresa, evitando que se haga demasiadas ilusiones en lo que respecta a las preferencias que podría tener cada cual.

Entre tanto, y de fondo, el ruido y hasta la furia de los Sanfermines. Imposible quitarse de encima ciertos sonidos y hasta olores a poco que conozcas el ambiente sanferminero, que lo hayas vivido de lleno, siquiera llegando de fuera, de al lado más bien. Así que música de charangas de fondo, alguna que otra jotica, mucho cava, sangría, katxis de calimocho y de lo que sea, bocadillo de magras con tomate –que no recuerdo si aparecen en la novela, pero sí en mi memoria sanferminera-, empujones, compadreo entre beodos desconocidos que tan pronto pueden derivar en ochotes improvisados como en amagos de llegar a las manos por el motivo que sea, propósitos de correr los encierros a una edad en la que lo mejor sería estar encerrado en casa a esas horas, y resacas de espanto por más de lo mismo, la puta edad, la del prota me refiero.

Así que he disfrutado como pocas veces con la novela. Sin embargo, como lector reconozco que era fácil porque todo me sonaba muy cercano, conocido, así que no puedo evitar preguntarme hasta qué punto esa cercanía, o lo que es lo mismo, ese punto de acaso excesivo localismo puede ser un hándicap para un lector no familiarizado con la ciudad y sus fiestas. Me respondo enseguida que ninguno, sino más bien todo lo contrario. Una de las cosas que considero más atractiva de la novela negra es precisamente la oportunidad que ofrece, con la excusa de adentrarse en los pormenores de la investigación de un crimen, para conocer de cerca, incluso con detenimiento, ya no solo lugares concretos, sino también ambientes socioculturales e incluso políticos. Es así como una ha podido meter las narices en la cotidianidad de sociedades como las escandinavas gracias a autores como Henning Mankell, a la cubana de la mano de Leonardo Padura, la griega con Petros Markaris, la siciliana con, cómo no, Leornardo Sciascia o Andrea Camilleri, e incluso, sin salir de Italia, con las novelas de Donna Leon con Venecia de fondo. De hecho, creo que, si no el fondo al menos cierta intención o resultado, de El asesinato de Caravinagre como una manera de presentar ciertos aspectos de la trastienda de esas fiestas mundialmente famosas como son los Sanfermines pamploneses y que podría equipararse de alguna manera, ni qué decir que salvando las distancias y todo lo que haga falta, a lo que hace Donna Leon con ese otro marco poco más que turístico que se nos antoja a muchos la Venecia de hoy en día. En cualquier caso, una oportunidad única para ir más allá de los tópicos o las ideas preconcebidas que puede tener cada cual sobre una realidad concreta por muy conocida que se nos antoje.

Por último, y siquiera ya solo en homenaje a Caravinagre, por ejercer un poco de éste y sacar una pega que bien podría habérmela dejado en el tintero porque se trata en realidad de una mera impresión, por supuesto que muy subjetiva y que además no perjudica en nada el resultado final de una novela verdaderamente notable y sobre todo divertida. Me refiero al excesivo desarrollo que el autor le dedica al tema de los templarios y sus vínculos con Navarra. Cualquiera diría que, tras mantener un equilibrio perfecto a lo largo del libro entre la acción en tiempo real de los personajes de la novela y la presentación de las diferentes líneas de investigación que se abren a cuenta de los asesinatos de los portadores de Caravinagre, a Miguel Izu se le ha ido la mano ciriqueado, impelido, por su pasión por la Historia, y por la de Navarra en particular, y casi nos cuela una novela corta sobre el tema, sobre todo al hacernos el repaso de las diferentes dinastías que reinaron en Navarra en medio de lo que no deja de ser un diálogo. Como que yo, que también soy un apasionado de la Historia, y de la Navarra creo haber leído ampliamente, estoy convencido que de haber estado presente en la conversación me habría ventilado yo solo una botella entera de pacharán, a ser posible casero, con el único propósito de hacer más llevadera la clase de Historia. De modo que, e insisto que para no desmerecer a Caravinagre, si por mí fuera le impondría a Miguel la penitencia de escribir una novela dedicada íntegramente al tema de los templarios en Navarra, algo así como El Código Eunate, que sí, que no es templaría, ya sé, ya; pero, supongo que se entiende el guiño que también aparece en la novela. Eso y que, como todos sabemos, Caravinagre en el fondo no es tan fiero como lo pintan, si eso, un poco tocacojones y poco más.

 

© Txema Arinas. Oviedo, 10/03/2022. Todos los derechos reservados.


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