viernes, 11 de marzo de 2022

ME ECHO AL MONTE


 Me echo al monte, bueno, más bien al lado de este, después de varios días sin salir a caminar por las tardes por la cosa esa de los mareos, y una vez ya seguro de que no se trata de una insuficiencia cardiaca o cualquier otra por el estilo por pura hipocondría -a mí mujer ya le he dicho que hasta la semana que viene que tengo cita con el otorrino no descarto lo del tumor cerebral; más que nada para tocar los cojones, como siempre me dice que le encantaba lo puñetero que era mi viejo, cómo se las metía a todo el mundo... las pullas, y así, pues oye, yo ahí haciendo méritos, vamos, lo que puedo-.

Y el caso es que iba pensando en mis chorradas y, de repente, que me acuerdo de uno de esos sueños que tengo prácticamente todas las noches, pero que luego soy incapaz de recordar al día siguiente. Me he acordado justo al ver uno de los conejos que pueblan el parque por el que transito como alma en pena, esto es, embozado en mi chamarra deportiva como para ir a la Antártida y tirando de mi soledad bajo un cielo con nubarrones que justo antes de alcanzar el portal de casa me ha obsequiado con una buena chaparrada.
El sueño, porque me resisto a calificarlo de pesadilla dado que no encuentro nada terrorífico en él, sino más bien surrealista, absurdo hasta decir basta, consistía en que salía a la terraza de casa para coger un poco de perejil de una de las jardineras -se ve que andaba con la salsa verde para el bacalao skrei de la semana pasada- y, en lugar del perejil, me encontraba unos calabacines del tamaño de un misil ruso. Pues bien, no veas el cabreo que me cogía en el sueño, sobre todo porque como la semana anterior había preparado un pisto de rechupete ya no tocaba, que yo con lo de no repetir platos cada semana soy de un talibán que espanta.
- ¿Y qué cojones hago ahora con tanto calabacín? - le gritaba a mi mujer desde la terraza.
- Haz un pisto - me contestaba ella.
- ¿Y el bacalao?
- Déjalo para mañana, ya comprarás el perejil.
- ¿Comprar perejil? ¡Y una mierda, encima como están las cosas ahora?
- ¿Cómo están?
- ¿No ves que están subiendo todo? A saber a cuánto estará ahora el perejil.
- ¿Me estás hablando en serio?
- Déjalo, tú no me entiendes, como a ti la salsa verde te la suda, que con un poco de pimentón tienes para echarle a todo. Voy a ver si encuentro perejil en el resto de jardineras.
Yo como loco rebuscando entre las plantas y hierbajos de la terraza a ver si encuentro perejil. Y en eso que, como no encuentro ni una brizna de perejil, me da por saltar a la terraza del vecino.
- ¿Pero qué haces, te has vuelto loco?
- Déjame, tiene que haber perejil en alguna parte.
- ¿Pero por qué no usas el del tarro?
- ¿Perejil seco para la salsa verde? Mecagondios, mira que me divorcio mañana mismo.
- Allá tú, pero cuidado no te vayas a caer...
Luego ya no sé si al final me caía al saltar de una terraza a otra, incluso si era un vecino el que me empujaba al ver que invadía su intimidad como un Putin del vecindario cualquiera. El caso es que recuerdo haber despertado con una desagradable sensación de haberme comportado como un gilipollas una vez más. Lo único, si eso, que esta vez en sueños, como si no me diera la vida real para desarrollar mi gilipollez en toda su extensión y tuviera que esperar a meterme en la cama para dormir y seguir comportándome como parece que es típico en mí todo el rato. Bueno, quizás exagero un poco, si eso la mayor parte del tiempo que no estoy escribiendo, leyendo, escuchando música, cocinando, en el baño haciendo mis cosicas, jugando a los darlos, haciendo ejercicio en casa o en la calle, o tocando los cojones a mi familia y amigos. No sé, me da que mi subconsciente me quiere mandar algún mensaje y todavía no soy capaz de pillarlo.

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