lunes, 14 de marzo de 2022

PESADILLA

 


   Terrible pesadilla la de esta noche. He soñado que me encontraba con mi familia en un parque de atracciones, recinto ferial o barracas, que es como le decimos en Vitoria a todo lo anterior. Un parque muy viejo, obsoleto, rancio, como dando pena, así que al principio he pensado que era el de Igeldo en Donosti. Pero no, la verdad es que se parecía más al que aparece en la serie Boardwalk Empire ambientada en Atlantic City, más de época, principios del XX y así. De hecho, todo cristo iba vestido de época, vamos, como para bailar el foxtrot.

En cualquier caso, y como suele ser habitual en mí en estos casos, pues cada vez me resultan más insoportable los lugares frecuentados por mucha peña, como si el roce en exceso con el prójimo sacara lo peor de mí, no paraba de quejarme; "¿Qué hacemos aquí, hay demasiada gente, hace demasiado ruido, huele muy mal todo, la gente está demasiado alegre..." Vamos, unos morros como de aquí al Polo Norte, en plan aguafiestas total como cada vez que se me mete en la cabeza que en lugar de estar donde estoy estaría mejor en el cuarto de baño de mi casa limpiándome el culo. Entonces, y como también suele ser lo habitual, mi mujer acababa estallando.
- Has prometido que pasarías el día con nosotros y ahora no te puedes echar atrás; los niños no te lo van a perdonar.
- Vale, pues. Pero al menos me dejas donde el vino dulce.
- ¿Qué vino dulce?
- El puesto donde me llevaba mi viejo de pequeño en las barracas a tomar vino dulce de Aragón mientras mi madre se subía con mi hermano a la noria rusa.
- Aquí no hay vino dulce, estamos en Atlantic City.
- Y espero que tampoco noria rusa.
Pues ha sido mentar la bicha y ordenarnos a los tres que nos montemos en lo que, en efecto, me temo que sea una noria rusa, la atracción que más miedo me ha dado siempre, una vez y no más, no puedo con mis vértigos. Por si fuera poco, esto es un sueño, una pesadilla en toda regla, así que empiezo a sospechar que sea montarse en la noria rusa y empezar a caer bombas, cócteles Molotov, matrioskas con la cara de Putin, o cualquier cosa de esas que ahora están tan de actualidad.
- Sube y calla.
Así que subo con mi familia a un vagón dispuesto a pasarme todo lo que dure el viaje con los ojos cerrados. Todavía recuerdo no hace muchos años cuando me subí con el pequeño a una de las atracciones de Mendi en fiestas de La Blanca y puedo asegurar que hubiera preferido que me hubieran hecho una colonoscopia con un cable del tendido eléctrico. También recuerdo muchos años atrás en fiestas cuando me subí a uno de esos ingenios del demonio con dos colegas tras una noche de farra y nos pasamos todo el viaje potando; pero bueno, esa es otra historia. El caso es que la atracción, en realidad una especie de tren que empuja el vagón en el que vamos sentados, se pone en marcha.
Entonces, para mi sorpresa y satisfacción, descubro que tampoco es para tanto, que el tren de marras apenas toma altura y que el traqueteo es de lo más ligero, nada que temer. Hasta que a la salida del túnel por el que trascurre buena parte del recorrido aparece un personaje siniestro que, sin comerlo ni beberlo, me arrea con una escoba en toda la cabeza.
- ¿Pero?
- ¡Calla y disfruta!
Y así no sé yo cuántas veces más, que cada vez que salimos del túnel la hija de puta de la escoba me arrea con todas sus fuerzas a mí y solo a mí.
- ¿Pero ya le vale, no? ¿Por qué me pega con la escoba todo el rato esa señora?
- ¿No ves que nos hemos subido al Tren de la Bruja?
- Ya, pero, ¿por qué sólo a mí?
- De verdad, Txemita, qué pesado eres.
- ¿Y tú por qué te ríes tanto? -la sonrisa que se dibuja de lado a lado en el careto de mi señora esposa empieza ya a mosquearme bastante. Así que decido plantarle cara para que me diga por qué se ríe tanto cada vez que la vieja de la escoba me arrea con todas fuerzas; pero, justo en ese momento volvemos a salir del túnel por enésima vez y...
Total, que he despertado como suele ser la costumbre, de un salto que casi doy con la cabeza en el techo. Me he levantado porque no me apetecía lo más mínimo conciliar el sueño de nuevo por si volvía a aparecer la bruja de marras. He ido a desayunar, y, justo cuando me estaba preparando mi descafeinado con leche y el tazón con la macedonia de plátano, gajos de mandarina y fresas, me he dado cuenta de que hoy era el sábado que tocaba ir hasta Ortiguera, el pueblo de la costa occidental asturiana donde suele pasar temporadas la familia de mi señora, porque hoy se reúnen todos para celebrar las bodas de oro, o no sé qué hostias, de mis suegros. Así que...

 

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