sábado, 27 de julio de 2013

EN Y DESDE SANTA CATALINA



Como ya ha llegado de Oviedo para vacatas nuestra compañera y madre, vamos, que por fin tenemos coche para movernos y no tener que ir a pata a todas partes, aprovechamos el día para acercarnos hasta el Parque Botánico en el viejo convento de Santa Catalina a las faldas de la sierra de Badaia pasando el pueblo de Trespuentes, tan querido por mí por cosas obvias. Mira que habíamos intentado visitarlo antes, pero entre obras y horarios no hubo manera. Hoy sí, por fin, y decir que se han cumplido nuestras expectativas es poco. Sabía del mismo, había leído sobre la historia del convento, del proyecto botánico. Lo que no me podía imaginar era el resultado. Increíble, magnífico, conmovedor incluso. No es cuestión de hacer un alegato turístico o por el estilo, pero la verdad es que en el municipio de Iruña-Oka hay una joya botánica, arquitectónica y hasta paisajística. 30.000 m2 divididos en tres recorridos, se pueden ver plantas autóctonas, orientales, árboles australianos, gran variedad de especies acuáticas, etc. Eso es lo que dice la información de la web al uso, yo añado que en un día como hoy, que estábamos solícos a la sombra entre las ruinas del convento con sus jardines y fuentes a lo historia de vampiros romantibobos o castillo de hadas y magos más o menos élficos, la imaginación no es que vuele, es que se va directamente de farra. Pues eso, el que quiera comprobar hasta qué punto exagero, que no, que no lo hago, que vaya, para los de Vitoria está aquí al lado, para los de fuera una visita que merece el gasto de gasolina. Y luego está también la cosa esa de especular con lo que es y lo que fue. Porque impresionan las dimensiones de lo que fue el convento, el grosor y la altura de sus muros, el enclave del mismo, que imaginas no ya un retiro espiritual o religioso, sino incluso un trozo del paraíso aquí en la tierra, al borde la Llanada. Qué entorno de bosques y horizontes, de fuentes por todas partes, y te imaginas a los frailes jerónimos en su religiosa y sólo supuesta ociosidad paseando en el claustro o bajo los árboles de los huertos circundantes. La vida contemplativa delante de tus narices, de tu imaginación, aunque luego fuera otra cosa, acaso no tan contemplativa, más laboriosa, si es que no tenían a los aldeanos de los alrededores a su servicio, que a saber. Y todo en ruinas porque el general Zurbano le prendió fuego al conjunto durante la primera carlistada al haberse atrincherado detrás de sus muros una partida liberal o algo así. Un episodio más de aquellas guerras que significaron la pérdida de gran parte del patrimonio alavés de entonces, como el también convento de Nuestra Señora del Toloño en Labastida o el mismísimo castillo de Guevara (en ambos casos fue el carlista Zurbano quien se refugió con sus tropas tras los muros de dichas edificaciones y el ejército guiri quien les prendió fuego), el solar de aquellos parientes mayores y eternos enemigos de los Mendoza cuya torre sigue intacta a pocos kilómetros de donde estábamos. Pues eso, tierra de batallas allá donde eches la mirada, ya sea sólo con otear en el horizonte y descubrir las torres de vigilancia de esas mismas guerras carlistas, de recordar los escenarios de la gran batalla de la Francesada que recién han celebrado por todo lo alto en la ciudad, evocando el cercano cerro de Inglesmendi donde se libraron batallas de tres guerras de épocas bien diferentes y distantes (si bien el nombre de Inglesmendi, "Monte de los Ingleses", hace referencia a aquella del 1367 entre los partidarios de Pedro el Cruel y los de su hermano bastardo Enrique de Trastamara, siendo el más destacado de todos el llamado Príncipe Negro, Enrique de Inglaterra, y sus tropas inglesas), e incluso, puesto a rememorar batallitas, también esa otra medieval y casera llamada "Guerra de Bandos" que tuvo su máxima expresión hacia el 1200, también a tiro de piedra de donde estábamos, en el monte Arrato, donde los Mendoza y Guevara, cabezas respectivas del bando de Oñaz y del de Gamboa, se batieron en batalla campal en lo que a la postre sólo fue un episodio más de su particular "Guerra de Familias" a la italiana pero con yelmo, escudo y espadas. Pues eso, batallitas que resultan de leer mucho los Episodios Nacionales de Galdos o las Crónicas de Pero López de Ayala, algo así como el relato de toda una vida a la gresca entre los de casa y/con los de fuera, menudo bagaje.

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