domingo, 3 de agosto de 2014

MORIRSE EN BILBAO...


Llueve a cántaros en la Plaza Barria de Bilbo. Pero bueno, por eso nos hemos "bajado" mi señora y yo hasta el "Botxo" dejando a los críos a cargo de mi madre. No está el día para playas ni caminatas campestres. Y como llegas tarde, ni visitas lo que tienen del Greco en el Museo de Bellas Artes, ni hostias en vinagre, de cabeza a lo viejo para no perder la costumbre. ¿Soy yo que no me entero o se me está llenando el Botxo de pastelerías y heladerías como nunca antes? De modo que a deambular por las "siete calles" en búsqueda del pincho más molón. Eso hasta que, joder, ¿pero qué precios son estos? ¡Ah, sí, coño, que estamos en Bilbao, meca contemporánea del turismo mundial! Pues eso, dos pinchos tamaño dedal, crianza y zurito por siete euros en la plaza de marras, para habernos matado; eso sí, barra con solera, esperando a que escampara. Así que lejos de estar abarrotados como en Donosti con franceses plato en mano recorriendo la barra de un extremo a otro indecisos, lo que hace la turistada es entrar, echar un vistazo, sacar fotos de los pinchos y a otra cosa mariposa; si quieres pinchos, Pierre, ya te diré yo dónde, ya. Pero por lo demás sigue siendo una gozada callejear por Bilbao, perderse en sus calles, quemar la vida para volver a nacer, de nuevo en tus brazos, morirse en... no, ya paro, que me lanzo y recito entera la canción de Doctor Deseo. Pero bueno, andar de arriba abajo, mirar con vista de forastero las calles que has pisado antes en innumerables ocasiones, recordar alguna que otra anécdota siempre tirando a chusca porque la biografía de servidor no da para más, no nos engañemos; qué bronca la de aquel día nada más llegar en gabarra la Marijaia esa, qué bonito aparecer en portada del EGIN como imagen de la juventud beoda y combativa rendida a Morfeo a primera hora de la mañana, aquel salto sobre los setos de... deja, déjalo. Y también comprobar con tus propios ojos que de la misma manera que la ciudad muda con nuevos negocios y rostros, también conserva cierta esencia ochentera en más de un rincón, a ambos lados de más de una barra, hay pinchos que incluso estás tentado de pensar que ya estaban ahí hace un par de meses cuando la última visita. Y más vagabundeo por la Gran Vía y alrededores, en plan entrar a las librerías a comprar algo para que los críos repongan sus lecturas, a echar un ojo a lo que ya es prácticamente lo mismo en todas partes, comprobar que todavía están a la venta dos ejemplares de Muerte Entre Las Viñas en la del Corte Inglés, eso como antes me encontré mi Azoka y el Borreroak baditu... en las estanterías de Elkar en lo Viejo (en Donosti tenían todos los míos en vascuence). Vanidades absurdas de escritor de provincia, vanidades amargas que sólo se curan en la calle Ledesma con una botellica de txakolí vizcaíno y unas raciones de ensaladilla, tortilla de bacalao, anchoas albardadas y rabas. En fin, una jornada que no le importa a nadie pero que a servidor le vale para saciar su grafomanía feisbukera, manía de escribirlo todo, durante esta noche de sábado en casa en plan tranquilo, ni acercarme a la bodega, casi que de vigilia antes del inicio de las fiestas del pueblín.

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