jueves, 10 de abril de 2025

BARCO A LA DERIVA CON UNO DE LLODIO A BORDO


     Me cago en la mar salada, y nunca mejor escrito. He tenido durante toda mi vida un sueño recurrente, aunque tampoco lo calificaría de pesadilla. En ese sueño rememoro siempre una de mis múltiples frustraciones de la infancia. Me refiero al día que no pude embarcar en un barco de pesca para acompañar a unos arrantzales en su faena mar adentro. Nos lo habían prometido a mi padre y a mí sus parientes de Mutriku tras haber subido en el puerto a bordo de uno de los barcos donde trabajaban los maridos de sus primas. Así que, ante la impresión de ver el cebo vivo que tenían allí en una especie de peceras, y la ilusión desbordada que me hizo pensar que al día siguiente embarcaría en lo que para un mocoso de mi edad no podía ser otra cosa que el anuncio de una gran aventura, pues no he sido yo y soy poco fantasioso ni nada, debí creer que por fin se iba a cumplir uno de mis grandes sueños.

Sin embargo, al día siguiente nadie vino a despertarme para bajar al puerto. Mi desilusión fue tremenda. Creo recordar que la excusa de los mayores fue que los marineros se levantaban a las cinco de la mañana, demasiado pronto para un niño. De modo que habían pasado de mí y de mi viejo como de la mierda. Tiempo después empecé a mosquearme con la de idea de que el verdadero motivo para no haber embarcado aquel día no fue otro que el viejo debió pasarse la noche anterior con los tragos en alegre comandita con sus primos y compañía. Claro que también cabe la posibilidad de que en realidad nunca hubieran tenido intención de llevarnos con ellos a bordo, que todo había sido una tomadura de pelo a un mocoso al que habían visto exorbitádamente entusiasmado con la idea salir a faenar en aquel barco, siquiera ya solo un modo de complacerlo con una pequeña mentirijilla.
Pues bien, lo dicho, semejante nadería ha sido uno de mis sueños recurrentes desde entonces; sufro una y otra vez la decepción de quedarme en tierra, lo que se dice con dos palmos de narices y la gente a mi alrededor casi que choteándose a mi cuenta. No podía ser de otra manera porque yo he sentido siempre una atracción irresistible por las cosas de la mar. Una atracción azuzada sobremanera por el hecho de que de entre mis primeras lecturas, llamadas de adultos, estuvieran, cómo no, las novelas de tema marinero de Baroja, y más en concreto "Las inquietudes de Shanti Andia" y "La Estrella del capitán Chimista."
En todo caso, y a pesar de que pude satisfacer ese deseo de navegar con creces mucho tiempo después, la escena del barco pesquero partiendo de buena mañana del puerto de Mutriku sigue apareciendo en mis sueños de tanto en tanto como cuando chico. Esta noche pasada, sin ir mas lejos, durante el primer tramo de la noche. Nada que objetar porque de eso van los sueños recurrentes. Lo curioso es que después de revivir por enésima vez la decepción de quedarme en tierra tras apenas haber dormido esperando los primeros rayos de sol del día siguiente, durante el segundo tramo de la noche he soñado que viajaba en el ferry que me llevaba de vuelta de Dublín a Liverpool para seguir desde allí el camino de vuelta a casa.
Resulta que aquel día había un temporal del carajo en el mar de Irlanda. Parecería mentira porque se trataba de un ferry, esto es, un auténtico mastodonte marino al que por su volumen se le supondría inmune a las tempestades. Pero no, el ferry se movía como si se tratara de un barquito de vela en medio de la tempestad. Yo no sabía donde meterme porque había sacado el pasaje más barato que no te daba derecho ni a un asiento entre el pasaje, como mucho a tirarme en el suelo y esperar a que pasara todo con mi bolsa de viaje a modo de almohada. Entonces me encuentro con uno de Llodio, todavía recuerdo su corte de pelo a lo rockabilly y chupa de cuero marrón con borreguillo, con el que había coincidido varias veces por los pubes de Temple Bar de Dublín. El colega estaba pillado, mucho, demasiado, por una chavala de Urnieta o de por ahí que solía ir en mi grupo de amigos, por lo que no dudaba en pegársenos en cuanto tenía la ocasión. Nada del otro mundo. Pero parece ser, y juro que todavía no acierto adivinar a santo de qué, o sí, vete a saber, a partir de un determinado número de pintas ya cualquier cosa, que el de Llodio estaba convencido que yo también andaba detrás de aquella giputzi de la que sólo recuerdo que tenía una preciosa melena negra y la bordería casi que consustancial a las de su tierra. En cambio, lo que sí recuerdo sin apenas lagunas, es la hostilidad en plan gallo de corral que el tipo me dedicó durante las pocas ocasiones que coincidimos en las calles de Dublín. Una hostilidad que me resultaba demasiado gratuita, a ratos hasta grotesca, y sobre todo absurda teniendo en cuenta que yo entonces también andaba muy pillado con otra giputzi, una de Oiartzun, barrio Ugaldetxo para más sellas, y no pongo el número de la casa, ni la talla del sujetador, porque ni procede ni me acuerdo. Dos o tres años, no me acuerdo, de cuelgue con aquella canija pelirroja, cabezona y borde como sólo..., en fin. El caso es que a poco que se hubiese fijado el tipo, y a pesar del disimulo de rigor al que acostumbrábamos cuando estábamos delante de terceros, se tenía que haber coscado sí o sí de esa cosa que emanan las parejas al comienzo de su relación que consiste básicamente en poner cara de asesino en serie cuando cuando uno de los dos se muestra demasiado complaciente con un tercero; no olvidemos que de esto hace treinta años y que entonces todas las relaciones de pareja debían parecer, o puede que lo fueran, tóxicas a los ojos de la muchachada de nuestros días.
Con todo, supongo que como siempre he sido una persona muy social y he tratado con todo el mundo, el de Llodio se pensaría que por simpatizar con la mujer objeto de su deseo yo ya pretendía otra cosa que no fuera interesarme por mi prójimo y compartir algunas risas en exclusiva; lo que viene a ser socializar y para de contar. En fin, ya se sabe que la juventud es un estado de gilipollez transitoria que cuando afecta a las cosas de la entrepierna alcanza sus cotas más altas.
De modo que, de repente, me lo encuentro en uno de los pasillos del ferry en pleno vaivén sobre las olas del mar de Irlanda. Entonces ambos dudamos si dirigirnos la palabra o liarnos ya directamente a hostias. Pero, como a decir verdad resultaba ridículo, patético incluso, hacernos los longuis en medio de aquel barco y sobre todo en aquella situación, decidimos mantener la típica conversación entre fulanos que como poco se conocen de vista.
- ¿Menudo temporal, eh?
- Ni que lo digas, se nos va a hacer eterna la travesía.
- ¿Y si vamos al bar a tomar algo?
- Dabuten, así gastó las libras irlandesas que me quedan.
- Y yo las mías..
A los cinco minutos ya estábamos echando risas y puede que ya con la tercera pinta de Guinness encima de la barra. De modo que a la hora o algo así ya teníamos un hermoso pedo, un pedo elegante, de muchas risas y a saber si también hasta con algún cántico al uso, en medio de la tempestad. De hecho, no estoy muy seguro si eran las pintas las que resbalaban sobre la barra a causa del temporal o éramos nosotros los que lo hacíamos incapaces mantener el equilibrio. También es verdad que acabaron cayendo varios "black&white", es decir, pintas negras con un chupito de whiskey Jameson dentro, por lo que me inclino por lo segundo.
Al día siguiente, ni qué decir, tremenda resaca. Y no digamos ya las agujetas tras haber dormido unas pocas horas tirados en vete a saber qué rincón del ferry, no pregunten si con la papillita de rigor al lado o no, que i don´t remember. Todo esto en el autobús de línea que nos llevaba desde Liverpool a Londres para luego coger otro hasta Devon con la intención de coger el ferry al continente; menudo palizón. Luego ya antes de bajarme en Vitoria el preceptivo intercambio de teléfonos y direcciones y hasta hoy, para variar; ya me dirás tú que hace uno de Gasteiz de visita en Llodio si no es por compromiso, castigo o algo así.
En cualquier caso, un sueño que no ha tenido nada de pesadilla, sino más bien de simple recordatorio de cómo lo que entonces amenazó con ser una noche de perros, de miedo a naufragar, sobre todo dentro de mi ignorancia sobre las cosas de la mar, acabó siendo una noche de farra, de camaradería de ocasión y para de contar. Eso y acaso también una moraleja como en las fábulas de Esopo o de mi paisano Samaniego, al fin y al cabo los protas del sueño eran un cabestro de Llodio y un buitre de Vitoria, acerca de que en los tiempos que amenaza tempestad siempre hay ocasión para sobreponerse al miedo del modo que sea y con quien menos te lo esperas. Eso o ya sólo cogiéndose una curda de mil pares de cojones y para de contar, fabular, que tampoco es cosa de ponerse más estupendo de lo normal.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

EL CÓNCLAVE

   S ueño que soy el Espíritu Santo y que el Jefe -o sea, yo mismo también, por lo de que el Jefe es uno en naturaleza pero existimos los do...