lunes, 13 de septiembre de 2010
LINDA ABUELITA
Parece estar universalmente establecido que las ancianas tienen que ser encantadoras por principio, que lo son por naturaleza, de ahí que al referirnos a ellas incluso les dediquemos el indiscriminado apelativo familiar de "abuelas" sin serlo. Puede que así sea, no lo niego de primeras. Pero claro, a veces olvidamos que la que ha sido una hija de puta toda su vida no tiene porque dejar de serlo una vez llegada a una provecta, no dan de repente y por arte de birbirloque en encantadoras ancianitas, para mí que eso a los genes de cada cual, o lo que sea que motivan sus inclinaciones más dañinas, molestas o simplemente tocapelotas, les tiene sin cuidado.
Pues bien, el caso es que el cupo de encantadoras abuelicas que uno tiene o puede soportar a lo largo de su cotidianidad no suele ser excesivamente elevado en condiciones normales, esto es, aparte de las propias si le quedan a uno o con las que ocasionalmente coincide de algún amigo, pareja o por el estilo, todo lo más la vecina entrada en senectudes o la dependienta de alguna de esas tiendas de barrio impasibles al desaliento, esto es, a la competencia de los centros comerciales, y cuya mercancía suele justificar ya con sólo echar un vistazo el nombre de anticuario aunque a la entrada a la misma colgara un rótulo con el de frutería, carnicería, mercería o por estilo. En condiciones normales que, por cierto, no deben ser las que se dan en estas latidudes astures, donde todo el mundo es de un simpático, un majo, un salado, paraiso natural que como poco da miedo, ven y cuéntalo, lo mejor nuestra gente, como que a veces con tanta simpatía y extroversión hasta me entran ganas de salir corriendo. Una de esas suelen ser las que me asalta en medio de la calle, o de cualquier lugar público, una encantadora anciana a la que sólo conocen en su casa, y que llevada por su naturaleza extrovertida, a saber si también si por su falta absoluta de pudor o simple educación, coge y me entra ya no sólo para hacerle cucamoñas al nene durante el tiempo que le venga en gana, sino incluso para recriminarme porque no lo llevo lo suficientemente abrigado o porque, y esto ya me ha pasado en varias ocasiones, esta de un hermoso que, joder, ¿es niño o lechón?, hasta dónde lo vas a cebar que no va a caber en la silla. En fin, será que a diferencia de lo que se estira en el paraiso natural de marras yo soy un sieso que espanta, que no me doy al prójimo con la facilidad y sobre todo la alegría del resto de la manada, que de dar en algo doy en borde con galones o ya corto a secas.
El caso es que esta mañana en el Mercadona -un descubrimiento para nuestros bolsillos después de años de despilfarrar en porquerías del Alimerka o EL Arból, cadenas asturianas de hipermercados, viva la publicidad gratuita-, entro con mi primogénito, al que se supone ya una edad inmune o casi a la plaga de las abuelas encantadoras, y en eso que estaba pidiendo el puñado de almejas a la pescatera para el congrio en salsa verde de mañana, va una de ellas y a ver por qué va el niño tan cochino, que parece que lo he tenido retozando en la gochinera o por el estilo. Y yo como bobo, o por eso de integrarme, siquiera de esforzarme y hasta de mejorar como ser humano, que ya digo que si es en V-G le pego un bufido que ya está la vieja subiéndose a la Cruz del Gorbea por si la muerdo, voy y le contesto todo educado que porque acaba de salir del colegio. Y entonces, oye tú, que no contenta con mis explicaciones se dirige a Mr. y le empieza a regañar como si fuera su madre. Acabáramos, como si no tuviera bastante con mantener a raya a la madre de mi pareja para que no se meta en mi vida, que ahora voy a tener que aguantar a la sección femenina de jubilatas de Oviedo que se pasan la mañana al acecho de tiernos infantes como el mío para poder ejercer de lindas abuelicas, güelinas que dicen aquí, a tiempo completo. Así que ni corto ni perezoso le suelto a la vieja que a ver de qué va, que en este puto planeta llamado Tierra los únicos que regañan a mi hijo somos servidor y su madre. Pues ni que me hubiera cagado en sus muertos, que casi, por ganas..., que la muy bruja aparca por un lado sus tiernos modales de ancianita en el ocaso de su existencia y me dice no se qué de desagradable, bruto y por el estilo. A mucha honra señora, pero a dar el coñazo a su puto yerno, como ya hacen otras.
Pero no acaba ahí la cosa, que como todavía me faltaba pasarme por la frutería a por calabacines, cuando voy a pesarlos para ponerles el precio en una de esas máquinas en las que tú tienes que hacer de frutero, justo en el momento que voy a depositar los tubercúlos sobre la balanza, aparece de repente la vieja rencorosa y se me adelanta colacando su bolsa con no sé qué hostias encima. Ýo alucino al verla, y también me enervo, vamos, lo que faltaba, ésta no me ha visto a mí de mala hostia, soy una cosa a medio camino entre el hombre lobo y el increible Hulk, que me digo, así que le levanto la bolsa y pongo la mía sin decir media palabra. Pues nada, que al oígo al instante un murmullo de voces que por lo bajín me ponen de vuelta y media, habrase visto tio burro, maleducado y tal, hacerle eso a una pobre anciana, abusón, más que abusón. Servidor, ni qué decir, que no está dispuesto ni tiene tiempo de explicarse, así que meto el rabo entre las piernas y dejo a la inquilina de la casa de azucar de Hansel y Gretel que disfrute de su victoria, total, para lo que le debe quedar en este mundo...
Pues eso, que la próxima vez que se me acerque una con una sonrisa ya dibujada en la cara, juro que no me lo pienso dos veces, la escupo sin mediar palabra, eso como poco.
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