miércoles, 8 de septiembre de 2010

ORQUICRACIA


La orquicracia, o gobierno de los testículos -de los que lo tienen bien puestos, se entiende- parece consistir en el gobierno a golpe de efecto, ya sea en respuesta a una protesta gremial o vecinal concreta, puede que hasta de hace apenas unas horas, esto es, a lo Rubalcaba prometiendo mirar la cosa esa de las horas a los guardias civiles tras una manifa delante de su ministerio y a la que según sus propias declaraciones sólo asistieron "cuatro gatos", o con las encuestas en la mano a lo Zapatero en Madrid. La orquicracia es la forma temperamental de asumir el mando y ordeno, lo que viene a ser el carpetovetónico "por mis santos cojones", el modo genuino de llevar las riendas de los gobiernos en régimenes autoritarios donde la oposición es una mera cuestión de juicios sumarios o ya directamente fosas comunes. No obstante, esta forma de orquicracia que actuamente reconocemos desde Bielorrusia a China pasando por Cuba, Venezuela, Guinea Ecuatorial y casi todas las monarquías con turbante o así, adquiere matices particulares en las todavía reconocidas, que no tanto reconocibles, democracias occidentales. Aquí el matiz es ya una mera cuestión de índices de popularidad o de análisis demoscópicos, es decir, la voluntad omnipotente del dictadorzuelo de turno se ve cercenada, limitada, condicionada por la opinión pública que cree mayoritaria y cuyo sostén electoral y consentimiento en todas y cada una de sus iniciativas, o simples chuminadas populistas, considera imprescindibles para el amarre duradero de la correspondiente poltrona. De este modo, el dictadorzuelo de la república bananera al uso da en una democracia prototípica en mero demagogo, prestidigitador mediático o simple encantador de serpientes, quiero decir de telespectadores.

Pues eso es lo que cada vez abunda más y en más sitios, el populismo como ideología que sustenta y justifica la orquicracia, que sirve de cohartada a los políticos con alma arribista y acomplejada como Sarkozy, a los caraduras autocomplacidos como Berlusconi, el incombustible y rentable matrimonio Kircher, el resto de hijos de Putín y todos sus émulos, e incluso, y ya tirando más cerca, a ciertos presidentes de comunidades autónomas españolas que pasan más tiempo repartiendo latas de esto o lo otro en los platos de televisión o soltando gracietas en las emisoras de radio que en sus respectivos despachos.

No gobiernan de acuerdo a sus principios sino a sus instintos para mantenerse donde están, y estos a veces, cada vez más y la verdad es que a ello se aplican con denuedo, ni siquiera. En general lo hacen a golpe de efecto mediático, televisivo sobre todo, el verdadero termómetro de las emociones del pueblo, del electorado a merced de su limitación cognitiva de la realidad, simplificando, entregado por mor de una educación poco más que para rellenar una encuesta, y a veces ni eso, y ya muy en concreto, de una idiotización progresiva e inducida, a la manipulación a todas horas y en todas partes con sólo encender el botón que da paso a cualquiera de los cientos de canales de desinformación que los correspondientes imperios mediáticos producen a mayor gloria propia y, en todo caso, en socorro de los gobernantes que les conceden las licencias para seguir haciendo caja a cuenta de los que en un tiempo fueron ciudadanos y hoy en día poco más que telespectadores. Los mismos que no dudan en aplaudir cuando un día una presidenta nombra cargo de no sé qué chiringuito de ayuda a mujeres maltratadas a un tipo al que un día le dieron de hostias por interponerse entre una de ellas y su verdugo, salió malparado y de ahí luego carnaza para el circo de la telé, de Tele 5 en particular, la admiración teleinducida por todo quisque, y transcurrido un tiempo, cuando ya ha pasado el efecto mediático y el tipo además ha demostrado que no estaba a la altura, lo despide de una patada para demostrar una vez más que ella sabe escuchar la voz del pueblo que la vota poco más que en cascada.

En este terreno abonado que la orquicracia se impone cómodamente, pues sólo, o esencialmente, en el mundo de los que ya han sustituido su libre albedrío por los dictados de los gurús que aparecen a diario en su única ventana al mundo, aquellos cuyas emociones y sentimientos han dejado de ser generados por ellos mismos y ya lo són casi en exclusiva por los medios a los que me refiero, se puede concebir tan cantidad de conformismo o tragaderas con las arbitrariedades, ocurrencias o simples caprichos de los mandamases de los que ellos mismos se han dotado y que, con tal de congraciarse con ellos, de mostrarse más cercanos a ellos que nadie, de reirles incluso las gracias, son capaces de revivir uno de los episodios más negros de la historia europea como son las deportaciones en masa de determinados grupos étnicos juzgados nocivos, dando no sólo al traste con conceptos fundamentales de nuestro ordenamiento jurídico como la presunción de inocencia, sino incluso rescatando otros del baúl de las pesadillas como aquel de la culpa colectiva a imagen y semejanza de las que se sacaba de la manga el padrecito Stalin para deportar a los chechenos y otros pueblos en masa a su exilio siberiano.

Pero a quién le importa esas pejigueras legales cuando se le ha instalado un campamento de rumanos al lado de su jardín que le hacen la vida imposible noche y día, que no importa que los detengan una y otra vez que ellos vuelven a delinquir porque parece que se toman a coña las leyes de sus paises de acogida, y no sólo eso, también se aprovechan de ellas todo lo que pueden y, sobre todo, del modo que nunca antes se le habría ocurrido hacerlo a cualquiera de los que nos tenemos por personas normales.

Llegados a éste punto se puede entender y hasta compartir de algún modo, siquiera durante los minutos que dura el calentón, los excesos verbales de la indignación que exigen mano dura, que amenazan con tomarse la justicia por su mano y aseguran que todo es un cachondeo y que son ellos los peor parados en esto de la lucha del día a día aún cuando sólo hay que echar una mirada a esos mismos campamentos para comprobar cuánto hay de exageración o tontería en semejante aserto. Sin embargo, a poco que seamos también de los que tienen los tres dedos de frente famosos, enseguida nos damos cuenta de que se trata de un simple calentón, que el hartazgo nos hace desvariar y mucho, que con todo este sigue siendo el mejor de los mundos posibles y que si hay un problema habrá que resolverlo de acuerdo a nuestra legislación y, ya más en concreto, nuestros principios como sociedades democráticas, los que nos han hecho lo que somos, ricos y libres pese a todo, y no un remedo de república bananera o ex-soviética. En estos no caben las inequidades de antaño, el colgar sambenitos por que sí, por una mera cuestión de hemoglobina o indumentaria, ampararnos en un mero trámite de aduanas para sacarnos de encima y por las bravas a aquellos que no nos gustan pero de los que también nos hemos estado aprovechando mientras podíamos. Si dejamos de ser generosos o solidarios con los desfavorecidos, justos con los justos y duros con los pecadores, agradecidos con los que de verdad contribuyen a nuestro bienestar a la vez que al suyo como antes contribuyeron otros tantos al de nuestros mayores, de poner fronteras cuando hablábamos de borrarlas siquiera entre nosotros, si arbitramos leyes para consumo exclusivo de la masa teledirigida por emociones catódicas y similares, entonces Europa ya no es un sueño, un proyecto, el futuro. Europa es entonces una mierda en la que todo lo que hemos sido y hemos exportado y casi impuesto al resto del mundo como cumbres del humanismo, la democracia, el libre mercado, el estado de derecho y otras pendejadas, se va directamente al carajo. A partir de ese momento no nos extrañemos si empiezan a proliferar por doquier los sheriff Jonh Arpaio que prometen mano dura, la dan y con creces, que presumen de humillar al débil, de criminalizar al distinto, que no repara en presunciones de ningún tipo, que miente a sabiendas, que manipula todo lo que puede, que encima presume de ello, pero que sobre todo lo hace porque cada vez que se presenta al cargo sale reelegido con más del 70% por ciento de los sufragios.

Es la democracia, dice, mentira, es el resultado de haberla convertido en una mera orquicracia, el culto a la testosterona, confiar la seguridad propia al más bestia del rebaño, al que dice tenerlos bien puestos, el que promete sólo soluciones de ida y vuelta, cualquier cosa que sirva para no darle excesivamente al coco, ir más állá del palo y la zanahoria, que no estamos para que los de arriba nos alienten o eduquen, mejor al revés, que nos imiten a nosotros, sobre todo en nuestra instintiva brutalidad, que para eso pagamos impuestos y eso ya de entrada parece que lo justifica todo. No hay pedagogía, o si la hay es al revés, pervertida, porque no se intenta educar al común de los mortales en principios de justicia e igualdad, sino todo lo contrario, los populistas contribuyen a que la gente corriente afiance todavía más en su subconsciente los prejuicios de siempre, los atavismos de los que sólo nos libramos mediante una buena educación desde pequeñitos, ya sea en casa, la escuela, la calle, donde sea. En fin, una vez más como los cangrejos...

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