lunes, 6 de septiembre de 2010

LA BANDA: ULTIMO ACTO


Regresas a casa el domingo a la tarde y allí está de nuevo la imagen entre lo meramente patético y sumamente tedioso de los tres payasos encapuchados anunciando que dejan de momento su actividad criminal. Lees, oyes, las reacciones de los de siempre, porque crees que tienes que hacerlo, podrías pasar, a otra cosa mariposa y siempre más interesante, más enjundiosa, seguro. Pero no, no puedes, te queda muy cerca, has recorrido mucho trayecto hasta aquí, siquiera sólo intentando huir de todo lo que rodea a la cosa, de toda la mierda que ha generado a tu alrededor, de tantos años de vivir a la sombra de su viscosa cotidianidad, de muchas peleas con unos y otros, desgarros de todo tipo, y sobre todo hartazgo, mucho. Por eso reincides en lo de siempre, las declaraciones interesadas de unos a cuenta de está vez sí, llegó el momento, ahora va en serio, pongámonos manos a la obra para lo que siempre estuvimos esperando, las vías democráticas, como que ya sólo les quedan esas, y sobre todo pasar página como si no hubiera pasado nada, como si el monstruo no hubiera existido, seguro que no tardarán en decírnoslo, en hacernos creer todo lo contrario de lo que ha sido. Por tu parte te sumas al excepticismo del resto, por qué ahora sí, ellos siempre mienten, engañan, decepcionan, y hasta resulta ingenuo plantearse la más mínima credibilidad a lo que digan estos energúmenos porque estamos hablando de criminales, personas que dejaron de serlo desde el momento que apuntaron a otras con una pistola.

Pero tampoco puedes evitar sonreir por la puesta en escena obligada de aquellos de entre los que se nutren de víctimas los asesinos, que si por qué no entregan las armas, por qué no lo hacen ellos atados de pies y manos. La ingenuidad aún por teatral, fingida, resulta estomagante. Se rinden sin que parezca que lo hacen porque les va la mierda de cota de dignidad que creen tener, porque han de hacer todo lo posible para justificarse ante ellos mismos, y más aún ante los suyos, de que todos estos años de sufrimiento (ni qué decir que para ellos sólo cuenta el de sus presos, exiliados y el de los familiares de los caídos a su lado de la trinchera) no han sido una simple pérdida de tiempo -ya que de vidas se la trae al pairo, ellos siguen y seguirán porfiando en su pasado asesino, seguro que a no más tardar hasta se reivindican como héroes, que exigen un trato como tales, al tiempo...-. Cómo si no podrían aspirar a volver a casa entre los de su cuerda cuando éstos les llevaban tiempo conminando a que emitieran un comunicado como el que nos ocupa de una vez por todas, que las entretelas de su negocio ya van por otro camino y el brazo armado de toda la vida como poco les estorba.

Con todo, no se rinden, no conceden nada que no tienen, les han vencido y lo saben, están derrotados, condenados a la cárcel, el exilio y, sobre todo, la desintegración más o menos acelerada de lo que ha dado en una simple banda de criminales cada vez más obtusos, más bobos.

Y es que ya ni siquiera dan vergüenza ajena con su puesta en escena como de otro tiempo, qué digo, de otro planeta, con su retórica otro tanto; ahora sólo dan grima y acaso algo todavía peor, dan risa con sus capuchas, sus txapelas, sus banderitas, como que se han acabado convirtiendo en su propia parodia, siquiera la que les hacían los de Vaya Semanita.

De modo que una vez más a verlas venir, a ver en qué da este nuevo acto de la tragicomedia etarra, hasta qué punto van en serio o se trata sólo de un intento desesperado de reconducir su derrota, de poner coto a la desbandada entre sus filas, siquiera una estrategia ya definitivamente esquizofrénica de sacar algún rédito político con el que presentarse delante de los suyos como vencedores por la mínima en su pulso con el Estado, con todo el mundo.

Anda y que les jodan, que los persigan, los detengan, juzguen y cumplan su condena. Todo lo demás son mandangas, y sobre todo teatro, puro teatro.

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