lunes, 1 de diciembre de 2014

ESE NOSOTROS IDIOTA Y ASESINO



Tengo la convicción de que toda muerte antes de tiempo es absurda y/o dramática. Pero si encima de morir antes de tu hora lo haces por un motivo tan fútil como un partido de fútbol, a lo absurdo y dramático de esa muerte ya le puedes añadir el epíteto de estúpido. Aunque luego te pones a pensarlo y llegas a la conclusión de que no hay más ni menos estupidez en morir en manos de unos hinchas de tu equipo rival, que en las de un hipotético enemigo de tu clan, tribu, raza, nación, ideología, religión o lo que sea. Al fin de cuentas, y como ya ha sido contado mil veces antes por gente mucho más sesuda que un servidor, el forofismo de todo tipo, y el del fútbol en particular, no deja de ser para una gran mayoría de aficionados al deporte una sublimación del instinto tribal, gregario, ese que nos incita a abrazarnos a banderas y símbolos por encima del sentido común, una manera como cualquier otra de esconder la cabeza en medio del rebaño, de ocultar el yo en el nosotros, siquiera de darle una importancia que por sí sola no tiene. Nada que ver por lo tanto con lo que ocurre sobre el campo de juego, nada que ver con el fútbol, un deporte que me apasiona según quién, cómo y cuándo; pero únicamente durante los noventa minutos que duran los noventa minutos que dura el juego. Y de hecho estoy convencido de que a la inmensa mayoría de los verdaderos aficionados les ocurre otro tanto, que saben discernir perfectamente lo que es el entusiasmo del ante y después de un partido con lo que es la vida real fuera del campo de juego.

Claro que a veces, cuando he ido a algún campo de fútbol sin importar la categoría (y también, también en el baloncesto), me he encontrado a no pocos individuos, en principio del todo normales, que en cuanto el árbitro pita el inicio del partido de repente se transforman en verdaderos energúmenos. Tipos que se pasan todo el tiempo que dura el juego completamente fuera de sí, insultando, gritando, amenazando. Quién sabe si lo hacen en la convicción de que les está permitido al menos hasta que el árbitro pite el final. Ellos pueden que lo utilicen a modo de terapia de a saber qué trauma a cuestas, una válvula de escape sin la que puede que fueran por la calle dándose de hostias con todo el mundo. Puede que sí, que gracias al fútbol y similares esa violencia latente producto de más de una frustración o lo que sea, siquiera ya sólo de un carácter bronco y pendenciero innato, hayamos conseguido dejar el tiempo de los bárbaros o cuanto menos ese Lejano Oeste en el que la ley la imponía el que mejor armado estaba y menos escrúpulos tenía.
Con todo, el caso de los ultras es no tiene remedio. Esos no sienten entusiasmo alguno por los éxitos deportivos de su equipo sino que usan sus colores para blandir una bandera y unas insignias con el único fin de identificarse como tribu o bandería del mismo modo que lo habrían hecho antaño con los de su clan, tribu, ciudad o señor feudad. No tienen otro propósito aparente que dar rienda suelta a la violencia gratuita que deriva de la idiocia consustancial del individuo que por educación o inteligencia apenas se diferencia en su proceder de las alimañas. Lo mismo podían estar lanzando bengalas y exhibiendo esvásticas que recitando de memoria el Coran en una madrasa antes de pasar por el cuchillo a una aldea entera de infieles. Es lo que hay, demasiada gente que, aún viviendo entre la mayoría civilizada, no ha llegado ni llegará a ser nunca una persona digna del nombre. ¿Qué hacer con ellos? A saber, yo tengo pocas ideas. Ahora bien, los presidentes de los clubes de fútbol como el tal Cerezo parece que sí lo saben. De hecho, hasta ahora no han tenido problema en servirse de ellos para crear "ambiente" en sus campos. Esa y no otra debe ser la razón por la que le quitan hierro a este asunto de la muerte de un hincha lejos de su estadio y en manos de gente de la que por eso mismo, por estar lejos de su estadio y no por otra cosa, no se sienten responsables, vamos, que mientras no haya motivos para cerrarles el campo, todo lo demás se la trae floja.

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