viernes, 26 de diciembre de 2014

LA CASA DE LAS JAQUECAS





Esta mañana al pasar delante de la llamada "Casa de las Jaquecas" me he acordado de la novela de título homómimo que escribí hace ya casi una década. La casa recibe el nombre por la posición de los brazos y manos de las figuras al sostener los balconajes. Por mi parte, esto es, para mi novela, y aparte del nombre en sí de la casa, sólo utilicé la figura de las cariátides para ilustrar el palacete que me servía de escusa y escenario con el propósito de poder así contar una de esas historias familiares a lo largo de generaciones, en concreto la de una familia de origen centroeuropeo y cultura germánica, cuyo patriarca, proveniente de una pequeña localidad de los Sudetes bohemios, cerca de esa otra famosa Plzen/Pilsen a la que los amantes del lúpulo le debemos uno de los mayores hallazgos de la humanidad, decide trasladarse a probar fortuna a una pequeña ciudad del norte de España. De ese modo, y a imagen y semejanza de muchos secundones de familias de allende los Pirineos, el primero de los Schultz, apellido germánico de lo más corriente y aún así con un claro componente metafórico ("schutz" significa "protección", "defensa", "asilo", etc.) fundará una dinastia dedicada primero a la elaboración cervecera y más tarde al embotellamiento de bebidas gaseosas. A partir de ahí, el libro cuenta la historia de cuatro generaciones de los Schutz, sus conflictos o desencuentros con su entorno inmediato, el empeño de algunos de ellos en mantenerse al margen de los acontecimientos históricos del momento y el pujo de otros por ser protagonistas de los mismos. En resumen, su lucha o componendas por mantener a toda costa un negocio y en especial un estatus a lo largo de más de doscientos años de la convulsa historia de España, y en especial de la de ese rincón del norte de la península donde decidió establecerse el primero de ellos. De ese modo, la casa que nos ocupa, la de Las Jaquecas, estará habitada por los diferentes cabezas de familia de los Schutz con sus diferentes personalidades y vicisitudes, un linaje cuya decadencia irá pareja a la de la casa y puede que hasta con la de un grupo social muy determinado, el de los burgueses de origen extranjero y tradición comercial y liberal que nunca llegaron a integrarse del todo, al menos no de buena gana por ninguna de las partes, en el reducido y extremadamente conservador núcleo de la oligarquía provincial, y ello a pesar de los intentos para adaptarse a los tiempos, de contemporizar con sus vecinos más prominentes, de muchos de sus miembros, ya fuera en su momento sumándose por mera conveniencia a los vencedores y su Movimiento Nacional, como comulgando con el nacionalismo local en boga durante los años inmediatos a la Transición, o volviendo a hacerlo con los postulados más conservadores y centralistas poco después, vamos, siempre a rebufo de quien tiene mando en la plaza y así. La casa, como digo, recibe el nombre de esa por la que hoy he pasado y fotografiado. No obstante, el resto de la reacreación de la misma, y en especial el de su deterioro a lo largo del tiempo, es un amalgama de otros palacetes de la ciudad y de los que tomo lo que me interesa para fabular a mi antojo. De hecho, para recrear ese deterioro al que me refiero como resultado del abandono tras la procelosa venta de la casa de los Schutz a una institucion local, he tenido muy presente esa otra de los Alfaro de cuyo estado actual da debidamente cuenta esta otra foto que he sacado también hoy a la mañana. La imagen de un palacete decimonónico en ruinas y que hoy en día aparece enclaustrado entre edificios modernos de varios pisos del siglo XX, como si se tratara del último mohicano de los suyos en una calle que en su tiempo fue casi extrarradio para la burguesía de la ciudad, tenía una fuerza evocadora que no podía desaprovechar para mi historia. No obstante, y por lo que respecta tanto a las descripciones tanto del interior de la casa como a las de su exterior, son otras las casas o palacetes en los que me he inspirado, no necesariamente de mi ciudad, si bien los jardines que aparecen corresponden en casi todo al de los Zulueta, al cual, aprovechando que había aparcado justo al lado, también iba a sacar una foto, pero ha sido ver el agregado cristalizado -ahora es no sé qué edificio público- que le han hecho a la casa y quitárseme las ganas.

 La novela, por cierto, está ahí en un cajón acumulando polvo y olvido. No hace mucho una editorial de cierto fueste me propuso recortar sus quinientas páginas, yo las dejé en cuatrocientas más o menos, puede que menos; todavía estoy esperando respuesta tras comentarios tan elogiosos y seguir sus instrucciones. En fin, así son las cosas, parece que resulta menos comerciable si la cosa no va de etarras o por el estilo, que no está de moda o no sirve de munición para según qué causa.

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