El entusiasmo mezclado con la pasión es una de las cosas más peligrosas y dañinas que se puedan concebir. El entusiasmo religioso puede derivar en fanatismo en el momento en el que el creyente considere que no debe haber barreras para su fe, que todo aquel que no la comparte es una de ellas. Los ejemplos a lo largo de la Historia de las nefastas consecuencias del entusiasmo religioso son abundantes.
El nacionalismo es ante todo una fe y por lo tanto la ideología más parecida a la religión. Los estragos de los entusiasmos nacionalistas son muy conocidos; el siglo XX esta repleto de ellos.
La característica principal del entusiasta nacionalista es su creencia, como en el caso del creyente, de que su sola voluntad puede imponerse a todo, superar cualquier obstáculo, justificar cualquier desmán.
En el caso del pifostio catalán esto es evidente en los dos bandos. Los independentistas catalanes (según las últimas elecciones autonómicas con ánimo plebiscitario sólo 47,74% de los votos) han convocado un referendo de autodeterminación con el voto exclusivo de los que defienden la independencia aunque todas las encuestas apuntan a que el apoyo a un referendo pactado sería casi del 80%. Es por eso, aparte de por la presión y represión del Estado, que el referendo del próximo domingo no reúne las más mínimas garantías democráticas, es una convocatoria para los convencidos cuyo resultado, independientemente de los efectos que tenga, se aprovechará del hecho de que la mayoría de los catalanes contrarios a la independencia (50,62%) se niegan a participar en él.
Nada de esto ha parado a los independentistas en su propósito de celebrar el referendo de este domingo. No lo ha hecho porque el entusiasmo nacionalista, en este caso independentista a secas, está muy por encima de las pejigueras democráticas domésticas, su pulso es con el estado que les niega la posibilidad de un referendo pactado por el mismo apego entusiasta a una concepción de España tan nacionalista como la suya, sólo que ésta tiene el respaldo de la Constitución que la consagra y la convierte en ley para todos.
El entusiasmo para celebrar el referendo del sábado se sustenta en sofismas tan evidentes como el de que votar es siempre un acto democrático. No, votar según en qué condiciones y con el único propósito de imponer al resto de sus conciudadanos catalanes una realidad de hechos consumados no parece muy acorde a un verdadero espíritu democrático.
Al entusiasta nacionalista/independentista todo esto, faltaría más, le importa un carajo, su fin justifica todos los medios y de ahí mi sospecha de que ni siquiera le importe la celebración del referendo del domingo bajo ese mínimo de condiciones que todas las organizaciones internacionales consideran imprescindibles para que un referendo sea válido. Lo que busca es un conflicto que añada más entusiastas a su causa.
El entusiasta nacionalista/independentista dirá que la culpa es del Estado que no les ha dejado otra alternativa. Eso es una media verdad, los independentistas tenían la opción de consensuar una demanda de referendo con el resto de catalanes a favor de éste y no han querido; habría sido igualmente rechazado pero su legitimidad para una desobediencia civil sería mayor. No obstante, si tienen razón en que la negativa del Estado Español a la celebración de cualquier tipo de referendo para discutir el futuro de Cataluña y la posterior represión judicial-policial para impedir que se celebre el del domingo, ha evidenciado las carencias democráticas de ese estado y sobre todo la existencia de un problema de cara al exterior, ante el cual de momento han ganado la batalla de la opinión pública porque visto desde fuera el problema de Cataluña se percibe no muy diferente del de Kurdistán o cualquier otro conflicto identitario del presente y del pasado; la parte más débil y reivindicativa genera simpatías inmediatas, instintivas y también entusiastas frente a la fuerte y exclusivamente represiva. Los entusiastas independentistas han tenido y tienen la infinita suerte de contar con el adversario más torpe, soberbio y obtuso que se pueda concebir.
Eso es así en gran parte porque el Gobierno Español, el Estado incluso, se compone también de entusiastas nacionalistas que creen el fin último de defender la sacrosanta unidad de España lo justifica todo. Estos entusiastas tampoco están dispuestos a recapacitar nada porque están convencidos de tener la razón de su parte porque ésta es la del status quo y para de contar. Su entusiasmo patriótico español cuenta con la ventaja de la fuerza del Estado y de una población también a rebosar de entusiastas alrededor de esa idea de España como una entelequia cuasi mística. Los entusiastas españolistas no entienden que miles de vascos y catalanes no compartan su entusiasmo patriótico y por eso los demonizan antes de hacer el mínimo esfuerzo por entender los motivos de ese rechazo.
El entusiasmo de cualquier tipo son la orejeras de los simples o los sinvergüenzas. Los entusiastas no perdonan que no compartan su entusiasmo y por eso te lo afean o corren a colgarte una etiqueta, los entusiastas tienden a verlo todo en blanco o negro. Las personas que no quieran pecar ni de lo uno ni de lo otro están obligadas a templar su entusiasmo para recapacitar acerca de las consecuencias de éste y sobre todo para recordar que hay otros valores tan o más importantes que la pasión nacional-identitaria-mesiánica-legalista que los ánima, que la resolución de los conflictos entre diferentes, en este caso entre entusiastas, por medio de un acuerdos de mínimos es la única forma civilizada y verdaderamente democrática de poner fin al eterno pulso entre entusiasmos enfrentados. Eso y que valores como la paz, la convivencia, el respeto a la libertad individual, a todas la libertades que derivan del ejercicio de ésta, deberían estar por encima de las del entusiasmo gregario.
Y así, entre las prisas de unos por imponer un escenario de hechos y el intregismo constitucional interesado de otros, ventajistas ambos, un problema cuya solución es diáfana, al menos en democracía, la celebración de un referendo pactado, va a resultar que el domingo lo que se celebre de verdad sea un homenaje a la más pura esencia de lo español en sus dos vertientes más acusadas: la chapuza y la intolerancia
Casi nada de lo escrito hasta aquí tendría sentido si los entusiastas hubieran obtenido el respaldo de más de la mitad de los catalanes, esto es, si hubieran conseguido sumar con su entusiasmo una verdadera mayoría independentista y no tuvieran tantas prisas de provocar lo que quieren provocar por miedo a que el paso del tiempo caya templando parte de ese entusiasmo.
Y ya que lo de Cataluña ha suscitado como respuesta tanto entusiasmo en la otra parte, toca recordar que por muchos fiscales y picolos que empleen en reprimir el entusiasmo independentista, por muchas rojigualdas que cuelguen en los balcones, los problemas del anclaje de territorios como Cataluña o Euskal Herria no son un capricho de cuatro iluminados de nuestra época, se remontan ya a hace más de doscientos años.
Todo esto parece lo lógico, ya lo sé, sería lo deseable, por lo menos para mí. Pero, para qué engañarnos, la Historia no es sino la consecuencia de los diferentes entusiasmos para bien o para mal. Eso y que los entusiastas, los que no tienen otro argumento que el objeto de su pasión, los que no están dispuestos a perder el tiempo con matices, los que prefieren blandir antes una bandera que una idea, son legión.
Parleu!