sábado, 9 de septiembre de 2017

¡PUTOS PORTUGUESES!


"Ouvido tinha aos Fados que viria üa gente fortíssima de Espanha Pelo mar alto, a qual sujeitaria Da Índia tudo quanto Dóris banha, E com novas vitórias venceria A fama antiga, ou sua ou fosse estranha. Altamente lhe dói perder a glória De que Nisa celebra inda a memória."

OS LUISADAS - Luis de Camôes

Propongo una ucronía. ¿Cuál hubiera sido el devenir histórico de Portugal si el 17 de junio de 1665 los portugueses hubieran perdido la batalla de Montes Claros contra los españoles y, como consecuencia, no hubieran recuperado su independencia y hubieran quedado dentro de la monarquía española al contrario de lo sucedido la primera vez en Aljubarrota?

Pues es de suponer que al principio, y tal como era la norma en otros reinos de la monarquía de los Austrias, Portugal hubiera seguido siendo un reino semi-independiente con sus propia administración y leyes. Eso hasta la Guerra de Secesión en España y durante la cual, supongamos, los portugueses habrían apoyado al candidato de los Austrias, con lo que, tras la derrota de estos y la llegada de los Borbones, los Decretos de Nueva Planta habrían abolido todas las instituciones y libertades civiles portuguesas creando otras a imagen y semejanza de las de Castilla y con el castellano como única lengua oficial.

A partir de ese momento se iniciaría un proceso de subordinación de la cultura portuguesa a la castellana que tendría como principal resultado el ostracismo de la lengua portuguesa, esto es, su condición de idioma exclusivamente popular al ser vetado su uso de la administración y la enseñanza. De ese modo también empezaría el proceso de asimilación cultural, lo que el occitano Robért Lafont definió como "colonialismo interior", esto es, el proceso de sustitución de la lengua y cultura propias de un territorio por esas otras del centro político del estado al cual pertenece el primero. Los primeros en someterse y en aceptar ese proceso serían, por supuesto, las elites sociopolíticas portuguesas (de hecho éstas ya habían empezado a aceptar el castellano y lo castellano como vehículo de promoción y cultura desde la coronación de Felipe II como rey portugués).

En resumen, la lengua y culturas portuguesas habrían sido postergadas para los restos como propias del pueblo llano, la primera un simple "patois" a erradicar por aquellos que pretendieran acceder socialmente dentro del Reino de España. El resultado hasta nuestros días podría haber seguido dos caminos: el occitano, esto es, la casi erradicación de la lengua portuguesa, o el catalán, el mantenimiento de esta hasta nuestros días única y exclusivamente como consecuencia de la voluntad del pueblo catalán para que así fuera, pero siempre de un modo subordinado a lo castellano, como pidiendo perdón por hacerlo, casi que en sempiterna clandestinidad para no colisionar con la preeminencia de la lengua castellana instaurada por los famosos Decretos de Nueva Planta que establecieron que un señor nacido en Ávila nunca tendría problema alguno por razones de su lengua y, en cambio, uno de Ripoll todos, empezando por la obligación de aprender la del señor del Ávila.

Y eso sería así hasta bien entrado el XIX cuando con el intento de crear un estado liberal en imitación del francés que pondría fin al Antiguo Régimen, se impondría una concepción unitaria y esencialista de España en la que se reafirmaría la idea de que lo español y lo castellano son indisolubles. Eso supondría ya un intento de uniformización de todos los territorios de España por la vía de la enseñanza de las masas populares única y exclusivamente en castellano. Sería la versión local del jacobinismo francés como resultado de la efervescencia nacionalista española derivada de la Guerra Independencia; nadie osaría reivindicar particularismo alguno hasta las Guerras Carlistas.

Como resultado de ese nacionalismo español-castellano es probable que en Portugal surgiera también un nacionalismo de réplica que revindicara el derecho de los portugueses a usar y enseñar su lengua en las escuelas o emplearla en su administración, también su derecho a gobernarse a sí mismos como comunidad perfecta e históricamente definida. El Gobierno Central de Madrid reaccionaría en consecuencia, entre la mano dura y la mano blanda según cada momento histórico. Con todo, empezarían los recelos hacia los portugueses por considerarlos un peligro para la unidad de España, por considerar que toda reivindicación territorial, lingüística o cultural pone en entredicho la idea de una España uniforme y esencialmente castellana, lo común que dicen

Y así hasta la II República española en la que el gobierno de España estaría dispuesto a otorgar una autonomía a los portugueses que reconociera por primera vez la oficialidad de su lengua y su derecho a gobernarse por sí mismos después de siglos de centralismo castellano. Ni qué decir que con la Guerra Civil y la victoria franquista todo eso se iría de nuevo al traste, que los portugueses nacionalistas serían perseguidos, la lengua de nuevo prohibida en la administración y la enseñanza, todo supeditado a lo castellano y lo portugués de vuelta al silencio y el descrédito.

Con la muerte del dictador y la Constitución del 78 se reconocería por fin la autonomía portuguesa y con ella la oficialidad del portugués. Sin embargo, y aunque la mayoría del nacionalismo portugués aceptaría gustoso esa nueva autonomía, la cual no tendría parangón con lo habido hasta entonces desde aquella infausta derrota en Montes Claros, una parte minoritaria de nacionalistas portugueses se declararía independentista en la convicción de que ellos no tienen nada que ver con España a pesar de casi cuatrocientos siglos de convivencia con el resto de españoles, o, precisamente, por esos cuatro siglos de lo que ellos considerarían una simple y llana supeditación a una determinada y exclusiva idea de España.

No obstante, la sociedad portuguesa ya no sería la del XVII, sería una sociedad que probablemente habría acogido a miles de personas venidas de todas partes de España para trabajar en las industrias de Lisboa, Oporto (durante siglos oficialmente El Puerto) o Braga, personas que se habrían integrado de muy diferente manera en la sociedad portuguesa, pero que en esencia seguirían sintiéndose más españoles que portugueses. También pasaría lo mismo con miles de portugueses que después de siglos de asimilación cultural, o bien habrían dejado de hablar portugués por decisión propia, o habrían mantenido la lengua, sí, pero en la convicción de que ésta debe estar subordinada a la castellana porque lo español o castellano está siempre por encima y lo portugués como que de puertas para adentro; me refiero, claro está, al famoso auto odio o rechazo de lo propio por considerarlo inferior, y probablemente porque así nos lo han inculcado en la escuela. Eso cuando no por simple aceptación del estado de cosas, que viene a ser la tendencia conservadora y mayoritaria en la mayoría de las sociedades de no mediar algún conflicto o situación que la ponga en duda.

En cualquier caso, la sociedad portuguesa ya no sería una sociedad tan uniforme, al menos no de lengua y cultura como en el XVII, sería una sociedad culturalmente dual, portuguesa y castellana, pero en un estado evidente de diglosia en todos los aspectos cono consecuencia de siglos de "colonialismo interno".

Los nacionalistas portugueses intentarían revertir este estado de las cosas para que lo suyo recuperara el sitio que según ellos les pertenece por derecho. Entonces empezarían los problemas porque desde el centro asumirían ese intento como un ataque a la idea de España, una, grande y..., en la que han sido educados todos los españoles desde, por lo menos, el fin del Antiguo Régimen.

Y los nacionalistas portugueses osarían pedir un revisión de su estatuto con el fin de tener más competencias y, sobre todo, de que se les reconociera su condición de nación. Ahí saltarían chispas desde el centro porque en España no puede haber otra nación que la Española, es lo que establece la Constitución del 78 y en lo que han sido educados generaciones de españoles desde la noche de los tiempos.

Los portugueses volverían a ser los putos portugueses, los portugueses insolidarios, raritos, ensimismados, gente que se cree superior al resto de los españoles por hablar una lengua diferente, que se creen mejores porque presumen de su Historia como navegantes y comerciantes, gente que mira al resto de España con eterna desconfianza, gente desagradecida que no reconoce que parte o el todo de su supuesta prosperidad se debe al hecho de haber pertenecido a la Corona Española. Putos portugueses que no aceptan el estado de cosas que se les ha impuesto.

De resultas el Centro echará por tierra su intento de revisar su anclaje en España, se les recordará que son una región como el resto de las españolas, que no tienen derecho a otra nación que la española, que son unos paletos, insolidarios y etnomaniáticos por empeñarse en querer ser algo más que una región como Murcia o Extremadura.

Y de resultas también se disparará el independentismo portugués.

Ahora, ni los independentistas tendrán opción alguna a imponer su proyecto en el caso de ganar unas elecciones, porque la Constitución del 78 se blinda precisamente para impedir la secesión de cualquiera de las partes del territorio nacional, ni toda la sociedad portuguesa se sumaría a ese proyecto porque tras siglos de convivencia o pertenencia a España miles portugueses se considerarán ya españoles sin el menor atisbo de duda.

De ese mismo modo, el conflicto planteado por los independentistas portugueses no será tanto entre Portugal y España, como entre unos portugueses y otros. Y de ese modo también, lo que pueda pasar en adelante será siempre impredecible. Sí, drama o comedia, a saber si tragedia. Y siempre teniendo en cuenta esa extraña contingencia por la que lo que en otros lares es moneda corriente y ejemplo de civismo y democracia, Canadá, Escocia, Escandinavia, etc, aquí resulta simple y llanamente inconcebible, hasta el extremo verdaderamente surrealista de que la sola propuesta de un referendo se convierte en un acto antidemocrático, casi que delictivo. Un panorama harto complicado y desquiciado, sí, pero también una ucronía que contada a un portugués, y por muy iberista que diga ser, qué duda cabe que se le antojará lo más parecido a una pesadilla. De modo que nuestro portugués correrá a comprobar que sí, que en efecto, todo ha sido un sueño, un mal sueño. Porque Portugal, con sus más y sus menos como todo país, ha sido un estado independiente desde que sus antepasados ganaron a los españoles la batalla de Montes Claros el 17 de junio de 1665.

Otros, mira qué ingenuos, soñadores y por eso bobos de necesidad, seguro que todavía estaríamos reivindicando la posibilidad de una España plurinacional dentro de un marco, a saber si autonómico, federal, cantonal, foral, helvético o yo qué sé, en la convicción de que, por muy duro que sea el bagaje histórico con sus secuelas o por muy vigente que esté en una gran mayoría de españoles ese pujo jacobino de entender España como una Castilla ampliada y poco más, todavía lo que nos une a los del centro y la periferia después de tantos siglos es más fuerte, es decir, lo común está más arraigado en la conciencia colectiva, y esto pese a quien pese, o más bien a quien prefiera o necesite creer lo contrario, y además es social y emocionalmente indisoluble (¿se imagina alguien un País Vasco donde sus habitantes no pudieran sintonizar su televisión preferida, Telecinco?), que lo que nos separa, a no ser, claro está, que de lo que de verdad quieran separarse muchos sea, no tanto de un territorio y unas gentes, como de un gobierno o un modo de concebir España en exclusiva.

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