domingo, 24 de septiembre de 2017

DE LO DE CATALUÑA




Yo no quiero que Cataluña se independice. No lo quiero por una mera cuestión egoísta: la España que resultaría de una Cataluña independiente sería menos diversa, más pobre en todo, más homogénea en lo castellano, más estado-nación de lo que ya es.

Yo entiendo España como una nación de naciones o un estado plurinacional. Naciones son aquellos territorios que, por lo que sea, que por lo general no es una razón arbitraria sino como consecuencia de poseer una identidad lingüística, cultural o histórica diferenciada, una mayoría de sus habitantes se tienen por tales. A su vez la identidad española es la suma de esas identidades de todo tipo, regionales o nacionales, con aquello que compartimos todos después de siglos de convivencia y también con todos sus más y menos a lo largo de la Historia.

Yo no puedo entender que si una mayoría significativa de un territorio, además perfectamente diferenciado por su lengua, Historia y cultura -otra cosa es la discusión de si estas son razones de peso para reclamar un estado propio; pero en todo caso eso mismo: tema de discusión-, quiera independizarse, el Estado se niegue a aceptar que existe un problema político y decida rebajarlo a un mero asunto judicial o de orden público. Tampoco puedo aceptar que se emplee la Constitución como un texto sagrado para rechazar cualquier diálogo.

Yo estoy convencido de que el principal obstáculo para la resolución del problema de Cataluña, porque cuando dos millones de ciudadanos quieren romper con el Estado, por la razón que sea y por mucho que le duela al patriota de turno y de cualquier bandera -ese que no puede entender o aceptar que los sentimientos identitarios de otros no coincidan con los suyos-, existe un problema, es ese propio Estado enroscado en una concepción existencialista de España, "España es..., la unidad de España..." amparada por su Constitución. Eso y una vergonzante concepción de los territorios de España que sólo puede calificarse de poscolonialista: "Cataluña pertenece a todos los españoles". Esa actitud hace imposible el debate porque establece ya de antemano que la unidad de España es sagrada y que por lo tanto nunca se hará nada que pueda cuestionarla, es decir, un referendo.

Yo estaba convencido hasta hace muy poco de que la única solución era la lógica, esto es, la misma que en países de cierta solera democrática como Canadá, Dinamarca o el Reino Unido, la celebración del referendo pactado que reclaman no sólo los catalanes independentistas, sino también muchos que no lo son, se calcula que más del 70% de ellos. También pensaba que ese referendo a la escocesa serviría para que los partidarios de la independencia y sus contrarios pudieran debatir seria, sesuda y serenamente sobre ellos como en cualquier sociedad avanzada y democrática. Mi opinión era que ganaría el no a la independencia porque los independentistas nunca superaron el 47% de los votos. También confieso que me sorprende mucho la escasa o nula confianza que parecen tener tantos y tantos patriotas españoles en los argumentos a favor de la permanencia de Cataluña en España, o al menos esa es la sensación que tiene uno cuando observa cómo lo que predomina es el insulto y la amenaza al independentismo catalán, entreverado con un secular anticatalanismo, en lugar de una estrategia de seducción y sincera concordia.

Yo me temo que eso es ya del todo imposible. Me temo que se ha entrado en un callejón sin salida en Cataluña porque si el Estado Español, encabezado por el presidente más mediocre y cobarde que uno puede imaginar, cree que los catalanes independentistas, a los que se les habrá sumado un número considerable de los que no lo eran, van a hacerle caso y volver a sus casas como si nada, si cree que lo ocurrido no va a repercutir en el futuro de alguna u otra manera, si cree que pueden seguir humillando a los catalanes como si fueran una colonia, es que no ha aprendido nada de su Historia, ni de la Guerra de Sucesión, ni de las independencias americanas, las guerras carlistas, la Guerra de Cuba o de todo lo ocurrido durante la II República, nada, absolutamente nada.

En cualquier caso, dudo mucho que la desmembración a la yugoslava de España tal y como la conocemos tenga el menor sentido, sobre todo porque los territorios con pujos independentistas no son homogéneos, ni en lo lingüístico, ni en lo identitario, en realidad hay tanta gente en ellos con sentimiento español como vasco, catalán o gallego y eso requiere siempre un pacto de mínimos para la convivencia. Para mí el quid de la cuestión está en la reforma del estado, en el reconocimiento de esa pluralidad nacional al mismo tiempo que se asegura la solidaridad interterritorial, y todo ello independientemente de la organización política de sus territorios, si autonomías, estados federales, unión foral o lo que sea. El cómo hacerlo ya me supera.

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