Tarde de "Jalobín". Como la cosa va de sustos pergeño con mi hijo mayor una perfomance consistente en encerrarme en el baño con una máscara de lobo sanguinario a la espera de que él me traiga a las primas y al canijo para devorarl... para meterles un susto. Y en efecto, se cagan por la pata abajo, expresión que me encanta, la finura como para que el rebozado. Tanto que la sobrina pequeña rompe en llanto, y claro, ahí va la tía a echarme tremenda bronca porque según ella soy un desalmado, que la nena sólo tiene tres años, que si... ¿Pero no estamos en Jabolín o qué cojones? Pues nada, que me cabreo, me pongo el chándal y me lanzo a la calle a hacer mi horica de caminata por los andurriales. Empieza mi noche de Halloween. No hay ni Dios en el recorrido que procuro hacer todos los días a la tarde desde mi barrio al pueblo de San Claudio. Supongo que estarán de jauja ya que es fiesta; pero, echo de menos a los esforzados tiarrones que me adelantan al trote todas las tardes vertiendo su sudor sobre el camino o a las parejas o tríos de jubiletas que voy sorteando a mi paso. Estoy solo y como todas las tardes de otoño el cielo arde antes de la anochecida, para cuando llegue al cruce donde acostumbró a darme media vuelta ya será de noche. Curiosamente hoy apenas resiento el esfuerzo cuando llego, voy escuchando la radio como todas las tardes pero no percibo en mi cuerpo amagos de infarto o de ictus inmediatos. Me digo que será el rioja de la comida, como dicen que el vino es tan bueno para el corazón... El caso es que cuando tomo el camino de vuelta a casa ya ha oscurecido y yo, que voy con un chándal gris oscuro y un polar negro, me convierto en una sombra, y si a eso le añadimos una barba cerrada y una cara de mala hostia que te cagas anda que no voy a dar pocos sustos ni nada a la peña, Jalobín, Jalobín. Y en efecto, no se ve una mierda en gran parte del recorrido, por no ver ni siquiera se ven coches por la carretera, los mismos que entre semana aprovechan para hacer rally -de un tiempo a esta parte todo asturiano lleva un Alonso en su corazoncito...- por la comarcal que lleva a San Claudio. Camino tan solo y camuflado que se diría que me confundo con la noche campestre. Así que cuando llego al puente de la vía del tren que cruza la carretera, justo cuando voy a girar bajo éste para continuar hacia Las Campas, me digo, qué coño, desinhibete un poco, Txema, estás sólo, en chándal y en mitad de la oscuridad, hecho una sombra, vamos, a tus anchas. Y sí, me desinhibo siquiera porque es el único momento del día que puedo hacerlo en la impunidad que da estar fuera de casa y solo en mitad del campo y a oscuras. Me tiro un pedo, no, unos cuantos, comer fuera de casa es lo que tiene, me desarregla el vientre que no veas. Y sí, cómo no, es salir del puente a ritmo de tamborrada donostiarra y darme de bruces con una señora mayor que debía volver de la ciudad a su casa del pueblo a las afueras. Juro que en ese momento, y ante el careto de la señora, estuve a punto, chorra de mí, de soltarle: ¿truco o trato?
sábado, 2 de noviembre de 2013
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