miércoles, 9 de abril de 2014

LA CASTA



Después de haber visto y oído la plana mayor de las bromas y chirigotas hechas a cuenta de la espantada antisistema de Esperanza Aguirre, creo que ya puedo decir que a mí al menos el episodio en sí no me hace puñetera gracia. Más aún, y esto a riesgo de caer en el tremendismo moralista, o sí, qué coño, lo considero un claro síntoma, un símbolo incluso, del principal mal que nos aqueja como sociedad y que no es otro que la gran estafa de la clase dirigente. Se presentan como demócratas de toda la vida, nos mientan la Constitución del 78 como el sumun de todas las bondades posibles, sobre todo dada la infausta historia española, incluso nos profetizan que fuera de ella sólo está el caos, el infierno sobre la tierra, la segunda guerra civil a la vuelta de la esquina, y son ellos los primeros en ponérsela de montera cuando les conviene; eso sí, a ti no se te ocurra hablar de reformarla que das de inmediato en rojo revenido, cateto separatista o perroflauta piscotropizado. Algunos como la Aguirre hasta tienen el cuajo de declararse en público como liberales de toda la vida, garantes de nuestras libertades individuales para ser exactos, paladines de éstas frente al poderoso y perverso Estado que nos oprime por todas partes. Y no sólo eso, como además hay que dotarse de una patena de liberalismo fetén, que se ha leído a alguno de sus teóricos y así, pues la Espe también gusta de confesarse admiradora incondicional de todo lo anglo, para ella el modelo a seguir. Así se trabajan el personaje con el que acercarse a las clases medias y bajas que reciben ese mensaje de libertad individual ante todas las cosas con un simpatía digamos que instintiva; ¿quién no quiere ser dueño de su propio destino, disponer del total de sus propios beneficios, quitarse de encima esa maraña de leyes y dogmas con las que las instituciones parecen querer encorsetar el libre albedrío del ciudadano? Pero el caso es que eso por parte del ciudadano de a pie se trata una aspiración que a primeras comparte todo el mundo, pero que a segundas en seguida se da cuenta de que viviendo en sociedad y en nuestra época no vale, que para cubrir más de un aspecto de la vida hace falta delegar en una entidad más fuerte que haga de árbitro entre la multitud de necesidades e intereses encontrados de cada cual, siquiera en que la cuadratura del círculo no es otra que adivinar cómo compaginar esa libertad individual con el imprescindible arbitraje de ese ente que llamamos Estado y al que suponemos y queremos que trabaja por el bien común.

Eso creo que lo tenemos claro buena parte de los ciudadanos a pie, cada cual con su propia opinión acerca del equilibrio de marras. Otros no parecen tenerlo tanto, en especial los fundamentos de la democracia y más en concreto los de ese mismo liberalismo en cuya bandera se envuelven para engatusar a los crédulos que todavía les votan o defienden. Los especímenes de esa élite española de rancia raigambre no sólo aristocrática y franquista, sino sobre todo agiotista, con lo que esto tiene de hedor a Antiguo Régimen y sobre todo al peor capítulo de nuestra más reciente historia, son unos farsantes por principio, todo lo suyo es pura fachada. No creen en la igualdad de oportunidades, el principio y fin del liberalismo, y más en concreto en el libre acceso a los centros de poder político o económico. Se saben los que manejan el cotarro, se creen intocables de alguna u otra manera, y por eso conciben su relación con los ciudadanos desde arriba, convencidos no sólo de ser los mejores sino sobre todo de que el resto somos pura morralla, simples depositarios del voto que legitima su status o números para que funcione una economía de componendas entre unos y otros. No son liberales porque defienden el ventajismo de los que les financian o acogen más tarde en sus puestos de administración o lo que sea sobre todas las cosas. No lo son porque carecen de una ética y moral de lo justo o no en una sociedad de iguales. Lo suyo sigue siendo un concepto puramente estamental de la sociedad española y por eso se portan como se portan, de ahí su inmenso desprecio hacia los que cuestionan este estado de cosas, los que les afean su despotismo de señoritos de toda la vida y les recuerdan que en otras latitudes, en concreto esas que tienen por modelo, ciertos comportamientos de cargos públicos suelen tener determinadas consecuencias que a ellos ni siquiera se les pasa por la cabeza.

Empero, si hay algo que verdaderamente los caracteriza es el discurso del doble rasero que manejan cuando se dirigen al ciudadano, en especial a ese que conciben en casa viendo la tele sin meterse en líos, la mayoría silenciosa o sumisa. Es el discurso del engaño, el que deriva de hacerles creer que comparten los mismos intereses que ellos, que el modelo de sociedad que defienden y por el que trabajo les beneficia a todos por igual. Y para convencerles de lo necesario de esa alianza señalan a esa oposición militante y a su juicio tan escandalosa como violenta, y si no se provoca a ésta o al menos se hace como que lo es, como la antesala del caos que decía antes. De ahí el afán de subrayar y confundir a la mayoría de marras con los verdaderos intereses de toda esa oposición al modelo actual derivado de la Transición, hacer de todo crítico con el sistema un peligroso anarco-revolucionario o por el estilo sin otro horizonte que las viejas utopías de la Guerra Fría, hacer ver en cada voz crítica un perroflauta y si se tercia hasta un etarra en potencia. Ese es el engaño de Esperanza y los suyos, y sobre todo la suerte que tienen de que muchos de esa mayoría silenciosa o sumisa todavía no se hayan dado cuenta de que el dilema no estriba entre lo malo conocido y el caos por conocer, sino entre la necesidad de un verdadero compromiso para reformar desde la base el sistema con el fin de hacerlo verdaderamente justo, honrado, democrático o seguir siendo mangoneados por los señoritos de toda la vida como la Espe, a servicio de los intereses de su clase antes que de los de la mayoría, entre seguir siendo una verdadera democracia liberal como las de nuestro entorno o poco más que la versión europea de una democracia bananera.

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