Veo y escucho en la tele a los legionarios cantando el "yo soy novio de la muerte, que va a unirse en lazo fuerte con tal leal compañera..." mientras portan un cristo en procesión, e inmediatamente después las declaraciones de varios señores entrados en años asegurando que no tienen palabras de la emoción, que no hay cosa más bonita en el mundo que aquello que están presenciando, incluso escucho a un treintañero con visos de moderno teorizando sobre la marcha acerca de la belleza innata de las seculares y vernáculas tradiciones, cosas muy nuestras y ya sólo por eso el copón bendito o así. Los veo, escucho, me revuelvo y casi se me atragantan los pimientos con el gorringo (yema) de la cena. Pero, sobre todo me digo que yo ya no sólo no tengo nada que ver con esta gente desde mis convicciones agnósticas y sobre todo mi apego por la razón, la ilustración y hasta una visión esencialmente hedónica de la vida, que no es poco el desagrado y horror que me produce esa exaltación atávica de la muerte, esa devoción por la mitra y el sable como pilares de un orden inmutable del personal, sino que tampoco lo tienen que ver muchos verdaderos cristianos para los que el ejercicio de su fe, los valores que la animan y en general su manera de estar en el mundo, están a años luz de estas tétricas mascaradas que imagino herederas directas de aquellos actos de fe de la Santa Inquisición que también hacían las delicias del pueblo llano en sus momentos, que seguro que para muchos en aquellas lejanas épocas, o acaso no tanto, no había cosa más bonita entonces que ver arder en la hoguera al hereje de turno; "qué bien arden esos luteranos, mejor que los conversos, dónde vas a comparar, y no te digo ya las brujas, todo pellejo..." Y seguro, seguro que también entonces los amantes de estos tenebrosos saraos reclamaban respeto a los que los criticaban como una mera y penosa exaltación del lado más primitivo, irracional y puramente morboso de la fe. Al fin y al cabo de eso se trata cuando llegando estas fechas nos reclaman respeto para las tradiciones que las acompañan. Respeto que viene a ser silencio, mordaza, no decir nada, no vayas a molestar con tus pejigueras racionalistas el regocijo de un populacho entregado a sus bonitos atavismos. No lo hagas porque entonces ya sabes, como te atrevas a afirmar que ni compartes ni entiendes el fervor de los que jalean a los legionarios con su marcial paso y su tétrico himno, si osas expresar en público la repugnancia que te provoca el acto en sí y todo lo que representa, entonces el intolerante eres tú que ni entiendes ni respetas a los que no piensan como tú única y exclusivamente por eso mismo, por no pensar como ellos.
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