martes, 29 de julio de 2014

EN EL UREDERRA


Llevar a tu familia adonde no has ido en décadas, puede que incluso desde que eras crío, es lo que tiene; la mayoría de las veces te encuentras otra cosa o como poco el sitio tan cambiado que hasta te resulta irreconocible. Pues hoy casi que lo segundo. Vamos a ver el nacimiento del río Urederra, a los pies de la vertiente sur de la Sierra de Urbasa, lugar mítico por la increíble belleza de las aguas que caen desde ésta haciendo justicia al nombre del río, el cual significa en euskera "Agua Hermosa". Así pues, llegamos hasta el pueblo de Bakedano, en las Amezkoas, y es llegar y darse de bruces con un aparcamiento de pago y un puesto a la salida donde la persona al cargo nos cuelga una pegata a cada uno antes de emprender el camino hacia el nacedero. De modo que una vez más una de aquellas excursiones de la infancia a través de caminos poco o mal transitados, itinerarios sin otra indicación que las que te daba el lugareño o en su defecto el avezado montañero que nos acompañaba, excursiones cuyo principal atractivo acaso no fuera otro precisamente que la aventura -para un crío todo lo era- de transitar por donde entonces lo hacían cuatro gatos. Ahora, claro está, eso no es posible, qué te crees tú, señorito, que los demás no tienen derecho o qué, otro exquisito al que la sociedad de las masas le viene grande, que tiene alma de aristócrata del XIX o algo así, un Borbón o un Putin que necesita que le cierren el monte para su disfrute en exclusiva. Pues no, o sí, yo qué sé, tampoco voy a negar que no me gustan las multitudes, que me molesta compartir espacio con el prójimo, que si me prefiero el otoño o el invierno es precisamente porque los únicos que van al monte o a pasear por la playa somos cuatro chalados. Pero bueno, eso es, eso, ¿quién coño soy yo para quejarme de que otros cientos como yo han tenido la misma idea ese día de ir a visitar el nacedero del Urederra? De modo que resignación y mochila al hombro con los bocadillos de siempre (hoy en homenaje a las magras con tomate tan de la zona, paleta de jamón con fritada de tomate, cebolla y pimiento, amén de los de tortilla francesa sobre capa de lo que se tercie como de costumbre). Otra cosa es el elevado riesgo de coger una "epatitis" por esto que digo de la masificación de los lugares pintorescos o así. Sí, digo bien, no "hepatitis", la enfermedad inflamatoria que afecta al hígado, no, sino "epatitis" de hinchársete los cojones de estar todo el puto rato "epa!" por aquí y "epa!" por allá mientras caminas o arrastras a tus churumbeles, que hay tramos que ni que fueras por la Gran Vía de donde sea, si bien, ya se sabe, por lo menos un servidor cumple a rajatabla con ese mínimo de urbanidad para ir por el campo o el monte consistente en saludar a todo quisque con el que te cruzas; una experiencia francamente agotadora en un sitio en el que hasta había autobuses, y eso que era lunes, no me quiero imaginar el fin de semana.... Pero bueno, todo esfuerzo tiene su recompensa y hay que reconocer que el Urederra sigue haciendo honor a su nombre. No he visto aguas más cristalinas, hermosas, un paraje verdaderamente paradisíaco en cuanto te abstraes lo necesario para echar a volar tu imaginación y te da por pensar en mozas con los pechos al aire y ancas de rana que dedican el tiempo a peinarse sus cabellos rubios con peines de oro, vamos, para aquellos de mente fundamentalmente sucia y con pocos conocimientos de mitología local, lo que vienen a ser “lamias”. Claro que, y a tenor de lo que puedo observar, mucho me temo que éstas ahora cubren sus ancas con leggins, se tiñen el pelo de colores llamativos, cubren su piel desnuda con camisetas sin mangas, tatuajes y piercings de todo tipo y son más de decirle al maromo que llevan hechizado, como le decía una pava en el aparcamiento al suyo en euskera a grito pelado mientras éste se fumaba un chirri -digo yo que para lo de comulgar con la naturaleza y en ese plan antes emprender el camino- que tuviera cuidado él de su chucho por si se le escapaba monte arriba, que ella no iba a poder correr detrás de él con el pedazo de tacones que llevaban sus deportivas, que ya hay que hay que ser...

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