lunes, 30 de agosto de 2010

BUITRES




La pasión por los bichos viene de pequeño, de cuando coleccionaba libros de animales y, sobre todo, de las tardes y noches frente al televisor con toda la familia para ver el Hombre y la Tierra de Felix Rodríguez de la Fuente. A partir de ahí nunca ha dejado de interesarme todo lo relacionado con la cosa salvaje y sus derivados, lo cual explica y mucho algunas noches locas a las tantas de la mañana ya sea haciendo el chimpance con las consabebidas copas de más, en plan lobo feroz junto a la barra del pub de turno -no ya atacando como una fiera a una presa-pava sino simple y llanamente aullando-, o ya directamente a lo oso Yogui buscando a Bubu con un cubata en cada mano.

El caso es que leo por segunda o tercera vez en distintos periódicos una de esas cartas al director en la que el que suscribe destaca lo absurdo de la decisión ya añeja de dar de comer las reses muertes a los buitres según constumbre ancestral de crear y mantener los llamados muladares o buitreras. El autor critica no sólo lo ridículo del argumento sanitario que justifica la prohibición, sino también los intereses espúreos que se esconden tras ésta, pues según señala no les ha ido poco bien ni nada a ciertas empresas de recogida de cadáveres de animales. Asímismo, en la carta también se advierte de la proliferación cada vez más corriente de bandas de buitres carroñeras que ante la falta de su sustento en carroña comienzan a atacar a los rebaños desperdigados por el campo, con lo que la prohibición de alimentarlas con la carne del ganado muerto ha generado un comportamiento completamente insólito en estas aves carroñeras.

Ejemplo de esto último son todos los ataques de buitres registrados a lo largo y ancho de la geografía española. Ha sido entonces cuando me he acordado, por una mera cuestión de proximidad, porque leo la prensa local de allá y poco más, de los acaecidos hace apenas unos meses en las Estribaciones del Gorbea en Álava y en las Encartaciones vizcainas a la raíz del cierre por orden la Diputación Vizcaina del muladar de Carranza. También los ha habido en Asparrena y en Maeztu en Álava y otros tantos en Burgos, Gizpukoa Huesca y La Rioja. De este modo, y como la cosa tiene que ver con el ganado y tal, esto es con las indemnizaciones que exigen los ganaderos por cada res muerta, la polémica está servida a imagen y semejanza de la que mantienen por las mismas razones a raíz de la reciente reaparición del lobo por estos pagos, en concreto por la zona del norte de Burgos y la parte alavesa que limita con ésta.

Los testimonios de los ganaderos a la prensa no pueden ser más explícitos:

«Aún quedaban medio centenar de buitres revoloteando», recuerda. La improvisada conversación tiene lugar a tan sólo un par de metros del ternero, cuyo cuerpo quedó completamente despezado al otro lado de la verja que valla la finca. Alrededor, se podía observar el rastro de decenas de plumas dejado por las carroñeras. «Llevamos aquí toda la vida, pero es el primer ataque que sufrimos de estas características», explica Eduardo Mártinez de Marigorta, que posee una explotación sesenta vacas.

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Según el ganadero, Javier Aizpeolea de Berrikano, en Zigoitia, Álava, el ataque se produjo sobre las nueve de la mañana, inmediatamente después de que la res, de raza pirenaica, hubiera parido. «Otra de las vacas se puso enferma y tuvimos que ir a buscar al veterinario. Cuando volvimos pude ver aterrorizado cómo decenas de buitres se ensañaban con el animal, de unos 550 kilos, que aún vivía, mientras su cría yacía muerta. Le desgarran la matriz, la hemorragia la ahoga y ellos se comen las partes blandas. Ver aquello me dio miedo», reconoce.


Sobran los ejemplos en las hemerotecas, pero también las sospechas de que no es tan fiero el buitre como lo pintan, que hay mucho tongo en tanta denuncia con el único fin de cobrar la correspondiente subvención. El doctor en Biologia Aitor Zuberogoitia, que lleva estudiando a estos bichos desde 1992, parece tenerlo muy claro:

Los últimos ataques de buitres son un cuento. Es como la leyenda del lobo. Con los buitres pasa lo mismo. Los buitres no atacan al ganado porque no tienen capacidad para ello. Pongamos un ejemplo: yo puedo afirmar que los limacos matan vacas. Llegas un día y ves a la vaca viva. Pero luego vuelves más tarde y te encuentras a la vaca muerta y a un montón de limacos comiéndosela. Si empleamos una fórmula similar a la que se utiliza con los buitres, yo puedo deducir que los limacos han matado a la vaca.

-Muchas de estas denuncias son sólo el camino más fácil para cobrar una subvención. La gente ya ha visto que si se le muere una vaca de forma natural no va a cobrar nada. Pero si dicen que ha muerto por los buitres, pueden cobrar algo. Al final, se utiliza a los buitres como cabeza de turco para recuperar las pérdidas. Todos deberíamos hacernos unas preguntas: ¿cómo van los buitres a cambiar su comportamiento, adquirido en miles de años de evolución, en sólo tres años? Eso es biológicamente imposible. Además, si realmente pudiesen matar a una vaca sana, serían capaces de aniquilar a todos los animales que hay en el campo.

También resultan reveladoras las declaraciones del diputado foral de Medio Ambiente de Álava, Mikel Mintegi, acerca del verdadero transfondo de las denuncias de ataques de buitre:


sólo la mitad de ellos acaban considerándose como tales por los técnicos forales, un hecho indispensable para poder cobrar indemnizaciones. Sólo en 2007, la proporción fue de 23 a 43. Por ello, el diputado de Medio Ambiente, Mikel Mintegi, aseguró ayer en las Juntas Generales que existe un «grado de sospecha muy alto de que algún ataque ha sido provocado».


Servidor, que es lego en casi todo, lee estas y otras cosas y no sabe a qué atenerse. Del mismo modo tampoco me atrevo a opinar sobre la idoneidad o no de prohibiciones que supongo debidamente argumentadas por los expertos del ramo, casi tanto o más como las de los que dicen todo lo contrario. En fin, lo que se dice Doctores tiene la Madre Iglesia. No obstante, todo esto me hace recordar aquella tarde de hace un año en el jardín de la casa de mis padres en Berroztegieta, a poco kilómetros de Vitoria hacia los momtes del mismo nombre, cuando estábamos tan tranquilos de sobremesa en la terraza y de repente el cielo que se oscurece, que la repentina sombra de la muerte se nos aparece en el horizonte cual funesto augurio alado. Y no, no eran nubarrones, eran unas extrañas formas oscuras que revoloteaban sobre nuestras cabezas y que poco a poco fueron haciéndose más visibles a medida que descendían en círculo sobre nosotros. Se trataba de cientos y cientos de buitres que debían haber localizado alguna carroña -aquí paso de comentar nada relacionado con los vecinos por si acaso...- por la zona de los montes Zaldiaran y Arrieta, probablemente venidos tras el chivatazo correspondiente desde la zona de Badaya donde abundan.

Impresionaba tanto como acojonaba. Nadie podía imaginar la presencia de tales aves, de tan imponente como sombría envergadura, y sobre todo en semejante cuantía ta cerca de nucleos habitados por humanos o casi, tan lejos de donde suelen estar sus muladares habituales, Badaya, Salvada, Maeztu... Mi hijo mayor todavía me lo recuerda emocionado cada vez que ve uno por la tele, cómo para olvidar su primer contacto o casi con la naturaleza en su forma más tétrica, amenazadora, pues si hablamos de buitres no lo estamos haciendo precisamente de entrañables conejitos o ardillitas, sino de los bichos que más se parecen en nuestro imaginario a un cobrador del frac, un notario, un inspector de Hacienda o un cura en sotana; vamos, que meten miedo.

Así que por lo menos me pude reivindicar ante el dantesco espectáculo de la bandada buitril por lo que me había ocurrido hacía ya tiempo, cuando de camino a esa misma casa, justo a la altura de la Ikastola Olabide, un enorme pajarraco se me echó sobre el parabrisas del coche, dejándome prácticamente en negro, y si no me fui a la cuneta fue porque, o los tengo bien puestos y supe conservar la calma, que va a ser que no, o porque el heraldo aquel de la muerte levantó a tiempo el vuelo. Luego ya en casa, y con los amigos, nadie me creía, que a ver cuánto había bebido; pues nada, listillos.

Y por si fuera poco, o ya para ilustrar mi terrorífica experiencia, adjunto otra reveladora noticia que ilustra, o al menos apunta, acerca de que algo raro pasa en Buitrelandia, y sobre todo de que aquel día en la carretera a Berrozti yo no iba tan puesto como podían pensar otros, que hace que el autor de las cartas no esté muy desencaminado:

Un buitre que se posó en un parque de Leioa suscitó una gran expectación el pasado jueves entre los vecinos de la zona. El animal bajó, cerca de las seis de la tarde, hasta un árbol próximo al área infantil de Elexalde, ante la mirada incrédula de las personas que aprovechaban su tiempo de ocio en ese céntrico espacio urbano.

No sé yo si habrá que volver a permitir echar las reses muertas a los muladares, si de verdad hay demasiados ejemplares para el ecosistema en el que viven, si todo es un cuento de los aprobetxategis de siempre o es que el verdadero y más oculto deseo de los ecologistas es que volvamos todos a la Edad de Piedra en alegre compañía de todo tipo de alimañas; pero, tampoco puedo olvidarme de ese conocido que trabajaba en la cosa forestal de la Diputación, sección dar de papear a los buitres, y que en una de esas, ante la presencia de una res muerta sólo se les ocurrió, tal y como parece que era la costumbre para atraer a los carroñeros, abrirle la tripa al cadáver para dejar las entrañas al aire. No debieron prever que la res llevaba ya tiempo muerta con todo su interior en descomposición, así que fue dar el primer hachazo y saltar todas las inmundicias del bicho por los aires. Habría que haber visto al colega y compañía en ese momento, puro gore, vamos, ni en Halloween.

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