jueves, 19 de agosto de 2010

A SALTOS SOBRE LOS ATAUDES DE LA MEMORIA


Situado en un gran terreno entre la Puerta de Brandenburgo y los restos enterrados del búnker de Adolf Hitler, caminamos entre los bloques del monumento en honor a los judíos asesinados en Europa de arquitecto estaunidense Peter Eisenman, 2.711 pilares que se extienden en altura desde unos pocos centímetros a 4,7 metros y forman una densa trama a través de la cual los visitantes puedan caminar

Desde una cierta distancia, el sitio parece un oscuro y apacible océano. Mientras uno desciende por el terreno desigual, en pendiente, hacia el monumento, los pilares de cemento se vuelven más imponentes, vistos desde diferentes ángulos, y comienza a perderse el ruido de la calle.

Dice la nota de rigor que la experiencia de caminar 'en el monumento' intenta crear una sensación de inquietud y soledad, y alentar también la discusión sobre el destino de los seis millones de judíos que murieron a manos del régimen nazi. Pues bien, en esas estábamos, yo al menos lo intentaba, cuando de repente vemos a un mocoso pegando brincos de uno a otro de esos bloques, que se suponen que simulan tumbas. Era obvio que el chaval prentendía batir un record personal o así viendo hasta dónde podía llegar dando brincos. Lástima que como era de prever, al rato apareció el correspondiente guardia uniformado persiguiendo al pequeño atleta a la vez que profería incompresibles gritos gérmanos de los que imagino algún que otro achtung, achtung, keine Scheiskerl... A saber si el agente lo perseguía visiblemente indignado por la profanación que el crío saltarín estaba llevando a cabo o simple y llanamente en respuesta al alto sentido del deber del funcionario alemán, ya sea a la hora de perservar la integridad de tan delicado monumento o la del cesped de un jardín cualquiera de la capital alemana. El caso es que el chaval, ni corto ni perezoso, hasta se permitió el lujo de regatear con el guardia las condiciones de su descenso, como que me pareció que le decía que, de acuerdo, me bajo, pero antes que dejas que brinque hasta aquel bloque porque aquí está muy alto y me la puedo dar.

En fin, una anécdota tan tonta como significativa de la insustancialidad metafísica de algunos monumentos para consumo exclusivo de almas sensibles y artísticamente comprometidas o simplemente estudiadas que se pueden permitir el detalle de ahondar el los entresijos conceptuales del arte moderno, por muy a la vista que éste la pretensión del artista con semejante cementerio de hormigón o de lo que sea. No obstante, si tan trascendente como delicado era el motivo que justificaba el levantamiento de semejante mamotreto en pleno centro de la capital germana, no hubiera estado de más una simplificación del mensaje, siquiera un acercamiento al gusto estético del común de los mortales por muy vulgar que resulte éste. Luego pasa lo que pasa, como en el cuento del Traje del Rey Desnudo, que va un puto crío y le da por dar saltitos ahí donde sólo ve unas piedras amontonadas.

Y por si fuera poco la discusión que genera este monumento, y como ejemplo de la complicada relación del pueblo alemán con el recuerdo del Holocausto, no por nada el cuento de la desnazificación tiene miga y mucha, aquí va el recordatorio de la polémica que suscitó en su momento el periódico suizo Tages-Anzeiger al publicar una serie de artículos presentando como un escándalo que la compañía Degussa estuviese involucrada en la construcción del monumento al producir la sustancia anti-graffiti llamada Protectosil usada para cubrir las estelas, dado que la compañía había estado en el pasado involucrada en diferentes formas de persecución nazi contra los judíos.

Cuanto menos curioso...

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