jueves, 29 de marzo de 2012
DEADWOOD
Ya había tirado la toalla en eso de encontrar una serie que me proporcionara el mismo placer que lo había hecho mi idolatrada The Wire, una serie para ver por las noches y evitar así la tentación de recurrir al zapping para recorrer el inmenso páramo que se extiende a lo largo de la mayoría de cadenas televisivas de todos los tipos. Me creía condenado a mirar de reojo mientras leía las series que le gustan a mi señora, Mad Men y por el estilo, series que oscilan entre lo exquisitamente coñazo y el inevitable más de lo mismo, no te digo ya como le de por ver alguna de esas de crímenes que copan las cadenas de pago y que son una mera sucesión de clichés argumentales e interpretativos.
Pero no, por fin dimos con una serie con mayúsculas, una de esas que como The Wire hacen del género una ocasión única para el entretenimiento diario con los mejores ingredientes de séptimo arte. DEADWOOD, la ciudad en ciernes y sin ley, levantada en territorio indio y a espaldas del tratado firmado con ellos tras el desastre del general Custer en Little Big Horn. Ciudad de pioneros en búsqueda, no de una vida mejor, de una nueva y poco más. Ciudad de buscadores de oro, lo hay por todas partes y la gente se mata por la mejor concesión. Ciudad de arribistas que acuden al olor de ese oro fácil, esos mineros que nunca saldrán de la miseria, esos poderosos que todavía lo serán más. Abren salones de mala fama, los dueños esquilman a los más incautos, hacen negocio de todo y casi nunca limpio, si las cosas se tuercen no dudan en usar la pistola o el cuchillo, luego ya tirarán los cuerpos a la piara de cerdos que crían los chinos.
Los protas un poco de todo. De lo lo peor, desde los despiadados proxenetas dueños de negocios y sus putas no menos avariciosas o despiadadas, los esbirros más o menos idiotizados de los primeros a los agentes de un lejano gobierno o una autoridad local vecina que procura sacar tajada de la prosperidad incipiente del lugar todavía no reconocido en ningún mapa oficial. De lo menos malo, los mineros alcoholizados o simplemente incapaces, las putas con corazón que no se resignan del todo a su destino, los ilusos que asumieron como artículo de fe el sueño del progreso y que con tanto tesón como decepciones intentan civilizar una ciudad de salvajes, los hombres de pequeños negocios que creen que todavía se puede ser honrado en medio de tanda podredumbre, la viuda rica y sola que lucha por mantenerse por encima de todo lo que la rodea, y cómo no, el héroe por antonomasia que tira de pistola a la mínima de cambio e impone con ésta no tanto su ley como un código de conducta poco más que puritano.
Luego ya la vida misma, el dueño de primer putiferio del local y chanchullero nato, el astuto y rudo Al Swearengen, interpretado magistralmente por el excelente actor inglés Ian McShane, con toda su brutalidad y su falta total de ética y moral, acaba resultando el personaje más atractivo de la serie gracias a sus dosis ingentes de sarcasmo y lo muy humanamente reconocible de sus defectos y alguna que otra virtud, pocas, muy pocas. El otro, el supuesto héroe, el sheriff honrado a carta cabal, ese dechado de virtudes andante, acaba resultando lo que resultan estos tipos tan pagados de sí mismos, cuya idea de sí mismos es tan alta que luego no pueden evitar juzgar a los demás siempre a la baja, un insoportable puritano abonado a la intransigencia hacia al prójimo, alguien al que por momentos te gustaría que se convirtiera en el destinatario de una bala o, en su defecto, de un linchamiento en toda regla; resulta simplemente estomagable, te hace pensar más que nunca en el innegable atractivo del lado oscuro.
Que luego esta ciudad sin ley que se resiste a integrarse en la Unión, con sus pioneros condenados a no salir nunca de la miseria y a ser timados y esquilmados por los cuatro arribistas sin ética ni moral que controlan el pueblo mediante la coacción de todo tipo, tipos que se burlan de cualquier amago de imponer una ley que desprecian porque va contra su negocio, que pone normas y límites a su codicia y abuso, te recuerde cada vez más al mundo hacia el que nos dirigimos en nombre del santo beneficio, la economía desregularizada, la sociedad sin más normas que reformas al servicio único y exclusivo del enriquecimiento de unos pocos y el empobrecimiento de la mayoría, la sociedad de las desigualdades endémicas y extremas, pues oye, paranoias de uno en un día de huelga general, se le va a hacer.
Y todo esto con una ambientación histórica del lugar, las gentes y los guiones que impresiona por su fidelidad a la época, su crudeza expresiva y visual, vulgo tacos en cada frase y escenicas subidas de tono y otras pure gore. La fotografía otro tanto, de la música qué decir, el sentido del humor como debe ser, negro como la noche. Cine en dosis de una hora o así, cine en casa hasta que se acaba la segunda temporada. ¿Sabe alguien dónde o cómo podemos agenciarnos la tercera y última? La angustia nos invade desde que no somos capaces de encontrarla, todo es incertidumbre y el futuro sin más capítulos se presenta en forma de nubarrones.
Tal es la cosa de buena, excelente, que no podía ser sino premiada como lo ha sido: Deadwood recibió gran aclamación crítica, ganó ocho premios Emmy (de 28 nominaciones) y un Globo de Oro.
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