jueves, 10 de octubre de 2013

PÍCAROS



"quien no hurta en el mundo no vive, porque piensas que los alguaciles y jueces nos detestan tanto, unas veces nos azotan y otras nos cuelgan pero aun no ha llegado el día de nuestro Santo Patrón, no lo pudo soportar el buen viejo recordando las veces que le habían bataneado las espaldas”


(Historia de la vida del Buscón, llamado don Pablos; ejemplo de vagamundos y espejo de tacaños - Francisco de Quevedo)

El diccionario de la RAE define pícaro como “bajo, ruin, doloso, falto de honra y vergüenza” . Pero me temo que le sobran estos dos últimos adjetivos, ya que en el imaginario hispánico, esto es, a los ojos de buena parte, si no de la mayoría, de nuestros conciudadanos, ser un pícaro no es esencialmente algo malo, negativo, puede que hasta todo lo contrario. “¿Falto de honra y vergüenza?” Eso será en la punta de la pluma del gazmoño académico que redactó el diccionario, que a saber si no lo hizo sólo por guardar las formas, que hay cosas que mejor que no se sepan, se dan por ciertas y para de contar, no nos convienen, pueden contribuir en demasía a afianzar los prejuicios que se tienen de nosotros ahí fuera. No obstante, insisto, ¿de verdad el pícaro es merecedor de desdoro alguno entre nosotros? No lo parece, más bien todo lo contrario, pícaro es término que se aplica con excesiva benevolencia al que actúa con bajeza, ruindad y provoca dolor a terceros. Se diría que sus actos, independientemente del dolo causado, también generan cierta simpatía, cuando no admiración. El pícaro como un canalla con estilo, alguien que merece más aplauso por la astucia con la que lleva a cabo sus actos que rechazo por la intrínseca bellaquería de los mismos. Puede que por eso de todos los géneros literarios que existen el de la picaresca sea, no sólo el más genuinamente hispánico, sino también el más celebrado por el pueblo llano, siquiera de oídas o de haber visto alguna representación del Lazarillo de Tormes o de El Buscón por televisión. Y tampoco hay que tirarse excesivamente de los pelos, el pícaro del Siglo de Oro al fin y al cabo es un superviviente, por lo general un individuo del común, cuando no de lo más bajo del mismo, que conseguía superar con maña y no poco riesgo las pruebas o limitaciones que le imponía una sociedad esencialmente mísera, injusta, mezquina como la de aquella España imperial que por fuera era todo gloria hasta donde no se ponía el sol y por dentro, y casi siempre sólo para los de abajo, hambre y vejamen. De ese modo, la figura del pícaro clásico ha llegado hasta nuestros días como la de una especie de redentor de las penas fatigas y en general del sufrimiento del ciudadano del común frente al poderoso, ya sea en la forma actualiza del político charlatán y farsante, el banquero tramposo y eternamente impune o esa nueva aristocracia de intocables compuesta por los magnates de todo pelaje y condición, que en nuestros días y a todos los efectos no hay más limpieza de sangre que la que emana de un consejo de administración o de ministros. El resto pícaros o bobos, no parece que haya término medio en ese imaginario al que nos referíamos antes. O estás entre los que se salen con la suya pese a no pertenecer a ninguna de las castas privilegiadas de esa nueva sociedad estamental que es la española, o permaneces ignoto y humillado entre la masa mayoritaria de los bobos que madrugan todas las mañanas para ir a pechar ocho o más horas a cambio de un salario de mierda, eso cuando no pechas el doble intentando mantener a flote tu propio negocio sin una mínima parte de la protección o ventajas que todavía pueden tener los primeros gracias a una sociedad del bienestar que ya se han encargado los de siempre en desmantelar en todo lo posible con la coartada de los nuevos tiempos, globalización le dicen. Eso o simplemente no tienes donde pechar, estás en el paro, no le sirves a nadie, tú no eres nadie.

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