martes, 8 de octubre de 2013

PROHIBIR



Procuro andar todas las tardes una horica para lo de hacer ejercicio y de paso intentar despejar la cabeza o enmarañarla todavía más. Lo hago por los alrededores de mi casa y, como ésta está prácticamente a las afueras de Oviedo, buena parte del recorrido transcurre bordeando el campo o casi, vamos, que tengo los prados al lado con sus vaques, ovejes, burros y otras bestias. Y es en este tránsito entre lo urbano y lo rústico que me encuentro el cartel de la foto sobre la cerca de una pieza o cortinal, "la rain" que dice la gente de campo en mi tierra, de una de las no pocas casas de campo que parecen haberse quedado descolgadas de lo que hasta no hace mucho era un núcleo rural y ahora apenas un arrabal urbano. 


¿Prohibido? ¿Prohibido el qué? No niego que el dueño de la pieza tenga razón en su enfado, que esté hasta los mismísimos de que arrojen comida o ya directamente basura a los animales que cría prácticamente al lado de la carretera. Reconozco que lo del burro es una putada, y además doy fe de que las ovejas que todavía pacen en el cercado están tan demacradas que dan pena, puede que hasta grima. Pero, ¿prohibir? ¿Quién es esté señor para prohibir nada? Entiendo lo justo de leyes como la mayoría, de modo que en lugar de al Código Civil pretendo acudir al sentido común, el cual me dicta que este señor, como cualquier paisano, podrá rogar, suplicar, amenazar incluso con cagarse en tus muertos y hasta con abrirte la cabeza con la correspondiente cachaba; pero, qué autoridad le asiste para prohibir de su puño y letra nada de no ser la que parece derivar del significado de la palabra misma. Prohibir, siempre me ha parecido la palabra más pretenciosa que puede haber en boca de alguien desvestido de verdadera autoridad, por lo que siempre que oigo algo parecido me entran ganas de replicar; "¡me vas a prohibir tú nada, payaso!" 

Y al volver al portal de casa me topo con otro papelito prohibiendo introducir publicidad en los buzones privados. Ya, ya me gustaría a mí que fuera así. ¿Pero quién se responsabiliza de dicha prohibición? Yo no veo sello alguno de la municipalidad a la que recurrir para que haga efectiva dicha prohibición en el caso de que me vuelvan a llenar el buzón con propaganda de comida rápida a domicilio, clases particulares de todo tipo, clubes de alterne (esto se estila mucho aquí, lo juro) y similares. Tampoco veo que la comunidad de vecinos amenace con llevar a los tribunales a nadie, que ya me dirás tú qué mierda de pleito sería ese, qué ganas de perder el tiempo y ahora encima más dinero que nunca, contratando un abogado para intentar empapelar al chaval o la chavala que reparte la publicidad. 

Por eso prohibir por prohibir, sin efecto legal o administrativo inmediato alguno, se me antoja lo más parecido que confiar en el poder disuasorio, mágico, de la propia palabra. Y en todo caso, prohibir porque apelar a la buena fe de la gente, a su buena educación, como que ya no se estila, será que ya no quedan muchos que tengan ni lo uno ni lo otro.

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