jueves, 10 de junio de 2010

OTRA RAZÓN PARA SEGUIR...RIENDO


Ya sé que llueve a cántaros, que incluso aquí en Asturias está adquiriendo proporciones bíblicas, de diluvio universal. También que la crisis amenaza hacerse endémica, que la inutilidad de los que nos magonean es tal que ni siquiera son capaces de ponerse de acuerdo para hacernos la cosa un poco más llevadera. Del mismo modo, parece que cada día hay más motivos para ir por ahí con el ceño fruncido entre lo del periódico a rebosar de injusticia y estulticia a partes iguales, la rutina diaria con y sin familia propia o política incluida, y la próstata de algunos o derivados. Pero no todo va a ser gris, también hay momentos para echar unas risas y ni siquiera es necesario estar mamado del todo para hacerlo.

Uno de ellos lo obtienes con sólo encender el botón de la televisión. Sí, he escrito bien, la tele, la caja tonta, la dormidera nacional, el reino de Belén Esteban y algún que otro capullo más con tirantes o simplemente Gran Hermano, ese aparato que los snobs definen como el verdadero opio del pueblo, el mismo al que achacan todas las calamidades habidas y por haber. Claro que en este caso me refiero a uno de esos canales de pago, SONY, que gracias a la paciencia infinita de mi señora con la peña de las telefonías, en este caso Orange, podemos disfrutar tras un mes de aquí a allá, de ahora entra, ahora no, déjame que me cague en la madre del técnico, no, tú no, que no tienes paciencia y vas a empezar a jurar en hebreo... (y mejor no cuento lo de mis padres con la misma compañía y el choteo a cuenta de que el pueblico donde viven no parece estar a cinco kilómetros de la ciudad sino casi que perdido en el Amazonas o yo qué sé, de hecho ahora tienen que esperar unas semanas para que los de Telefónica vuelvan a darles el número al que renunciaron pesando que los de la naranja les iban a poner fijo, móviles, wifi y toda la hostia por un módico precio...).

El caso es que gracias a SONY puedo disfrutar a partir de las 14.00 de dos capítulos diarios de BECKER mientras papeo o doy de comer a mis monstruos tras la brega con los pucheros y la bayeta. No quepo de gozo, yo que había renunciando a las series televisivas, a la tele en general, entre que mi señora copa el mando para ver cosas a lo CSI, GOOD WIFE o esas otras tan en boga de médicos que en lugar de curar enfermos se pasan el día follando unos con otros mientras suena de música de fondo las canciones más ñoñas y empalagosas que uno puede concebir en esta vida (de las series españolas no hablo porque este blog prentende ser riguroso y tal...)

Y es que BECKER no es una serie, es mi serie, de cuando vivía en Berros y pagaba religiosamente cada més el canal satélite de los cojones, el mismo que tras intentar darme de baja una vez ya fuera de casa pretendieron seguir cobrándome y encima me reclamaban la antena, que la descolgara yo para llevársela, cómo no después de tantos detalles por su parte, ahí está, en la trasera de la casa de mis padres después de la tormenta que la arrancó de cuajo o algo así, mueves un poco entre la maleza, procuras que el perro no te la clave mientras te agachas, le quitas la capa de roña o herrumbre de dos metros y ahí la tienes...

Aclaremos, BECKER es una serie de 1998, una sitcom que se dice, sobre la rutina de un médico protagonizado por Ted Danson, sí, el de CHEERS, otra serie mítica de la juventud de uno, Nooooooor..., que acude a diario a una cafetería del barrio neoyorkino donde tiene su clínica para tomarse el aperitivo de media mañana y ya de paso charlar un rato con los personajes que habitan, vegetan, allí dentro; la modelo reconvertida en dueña-camarera del antro heredado de su viejo, el negro ceigo vendedor de revistas o el enano italoamericano que se cree un Rober de Niro de barrio, sin olvidar a la enfermera tan irónica como todoterreno y su incompetente ayudante la choni de buena familia y mejor corazón. El doctor, ahí está su gracia, es un misántropo irrecuperable, gruñón, fanfarrón y egocéntrico que parece haberse aislado voluntariamente del mundo y que vierte dosis ingentes de sarcasmo vitriólico contra todo lo que se mueve.

En suma, se trata de una comedia de las de siempre, al estilo de con las que nos hemos educado los de mi quinta, CHEERS, SINFIELD, FRIENDS..., el humor como único argumento serio, las situaciones más variopintas, subrealistas las más, los diálogos ingeniosos y el chiste, el gag, uno tras otro. Vamos, justo lo que hoy en día es ABSOLUTAMENTE imposible de encontrar en una serie de televisión actual.

Ya habrá algún listillo por ahí que esté pensando, pues ahí tienes a House, que también es un médico bocazas y misántropo. Pues no, listillo, no, no es lo mismo. House es un tostón de espanto en el que casi todos los capítulos parecen los mismos, los personajes a parte del prota parecen de esparto y los casos no se los cree nadie. De hecho House es el ejemplo de como actualmente se subordina el humor al morbo intestinal y sexual.

En Becker los guiones son sencillamente perfectos, geniales en su mayoría, la caracterización de cada personaje maravillosa, todos tienen su algo, todos son tan entrañables como patéticos, la recreación del ambiente aún siendo siempre el mismo resulta casi familiar, los gags se suceden a la rapidez esperada, irreverentes, políticamente incorrectos en ocasiones, tiernos en cualquier caso, y siempre sin opción a la ñoñería estomagante a lo ANATOMIA DE GREY, la bobería impostada del Greeson de CSI o por el estilo. Ya pueden pasar los años, pesar los kilos, irse el pelo y dar el cante la ropa y los peinados de los noventa que uno vuelve a ver los mismos capítulos que ya vio en su momento no sé cuántas veces antes y la serie no pierde comba, ahí está alegrando esta puta existencia y sus consecuencias, dando motivos para seguir riendo.

Y encima mañana el MUNDIAL, por fin, dejaré ya de hacer muescas con el cuchillo en la nevera, mi vida empieza a tener sentido...

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