martes, 15 de junio de 2010
EL CEMENTERIO (OCULTO) DE LOS FRANCESES
La edición local del periódico más leído en mi ciudad trae hoy una de esas noticias que como licenciado en Historia o más bien mitómano-histórico empedernido sencillamente me apasionan. Se trata del hallazgo de entre 40 y 60 restos de esqueletos en una obra que están llevando a cabo en pleno centro de Vitoria, más en concreto en la en la confluencia de las calles San Prudencio y Fueros, en pleno ensanche decimonónico. Una obra destinada a albergar un bloque de viviendas de lujo y que entre la crisis económica y el tétrico hallazgo de ahora parece estar gafada, maldita o como se quiera.
El caso es que cuando ayer las excavadoras mordían por primera vez el terreno para iniciar la edificación del bloque de apartamentos, los operarios descubrieron un pequeño cementerio. El movimiento de tierras sacaba a la luz restos de huesos humanos. El periódico lo ciuenta como sigue: La promotora interrumpió inmediatamente los trabajos e informaba del hallazgo a la Ertzaintza. Varios agentes autonómicos que acudieron al pequeño solar comprobaron que los restos correspondían a a entre «40 y 60» esqueletos y eran «muy antiguos», ya que «se deshacían en las manos». Tras una primera inspección dieron parte al servicio foral de Arqueología. Aunque los policías no se aventuraron a señalar su procedencia, no parece nada descabellado pensar que tengan casi doscientos años y pertenezcan a soldados fallecidos durante la contienda bélica que disputaron en la ciudad tropas españolas, británicas y portuguesas contra los franceses que escoltaban a José Bonaparte
Con todo, no parece un hecho casual si no uno más de los afloramientos de cadáveres que se dan por esa zona concreta de la ciudad cada vez que se lleva a cabo una excavación. De hecho, en la década de los sesenta, las distintas obras realizadas en la calle Ortiz de Zárate permitieron recuperar varios cuerpos del ejército. Posteriormente, sólo hace sólo seis años, se rescataron otros cuatro esqueletos en el número 31 de la calle Fueros, cuando se procedía a la rehabilitación de un edificio de principios de siglo. Entonces, un Juzgado de Instrucción de Vitoria abría una investigación para esclarecer el caso y los huesos eran enviados al Instituto Anatómico Forense de Madrid para determinar cuándo y en qué circunstancias fallecieron esas personas. Pocos días después, los expertos confirmaban que se trataba de soldados de Napoleón, muertos en la escaramuza librada el 21 de junio de 1813, y en la que se estima que perecieron más de 5.000 oficiales galos. La ausencia de botones u otros objetos metálicos junto a los cadáveres fue interpretada por los especialistas como un signo de que su enterramiento se produjo con desorden y rapidez. Tal vez, incluso, por los propios vitorianos tras la encarnizada lucha.
Se trata, por lo tanto, de un hecho relacionado con la famosa Batalla de Vitoria, no sólo el acontecimiento más importante de toda la historia de la ciudad, sino también la batalla más decisiva de la llamada Guerra de Independencia, aquella en la que el ejército invasor francés al mando de Jose I Bonaparte, replegado tras la orilla norte del Ebro con la intención de reunir las fuerzas necesarias para proceder a un contraataque contra la meseta castellana, fue derrotado por las fuerzas anglo-iberícas de general inglés Arthur Wellesley, futuro Duque de Wellington a raiz de la misma batalla. Una batalla que no sólo marcó el fin de la dominación napoleónica en España sino también el inicio de un rápido repliegue de los ejércitos franceses en toda Europa, motivo por la que trascendió hasta el punto de que el mismísimo Beethoven le dedicara su novena sinfonía.
Sobre el trascurso de la batalla me remito a la wiki comme il faut:
A las 08:30 la mañana del 21 de junio, las tropas de Hill empezaron a abrirse paso hacia los Altos de la Puebla. Fueron los españoles de la 1ª División, al mando del general Morillo, los primeros en lanzarse colina arriba. El propio Morillo fue herido en esta acción.
La 2ª División angloportuguesa se unió a la lucha y los franceses fueron desalojados de los Altos de la Puebla de Arganzón. Los británicos avanzaron y conquistaron Subijana, pero no pudieron seguir adelante debido al fuego proveniente de la 4ª División de Conroux, perteneciente al Ejército del Mediodía francés.
La columna de Graham atacó la derecha imperial (Ejército de Portugal), al mando de Reille. La 6ª División española, a las órdenes de Longa, atacó y tomó Gamarra Menor y continuó hasta Durana, un punto muy importante porque el Camino Real en dirección a Bayona pasaba por allí y se podría cortar la retirada francesa. Gamarra Mayor fue atacada por la 5ª División angloportuguesa.
Tras una serie de duros enfrentamientos, la 3ª División al mando de Thomas Picton rompió el frente central francés y las defensas napoleónicas se derrumbaron. Los franceses iniciaron entonces una huida desesperada hacia la frontera de su país, dejando tras de sí 8.000 bajas entre muertos y heridos y 2.000 prisioneros, perdiendo 152 de los 153 cañones que portaban. Los aliados sufrieron 4.500 bajas.
José Bonaparte, completamente aterrorizado cuando un regimiento de húsares británicos se lanzó a la carga contra su berlina, montó su caballo abandonando el tesoro que procedía del saqueo del patrimonio español.
Consumada la victoria aliada, el General Álava tomó una unidad de caballería británica y penetró en su ciudad natal evitando que vencedores y vencidos realizaran saqueos en la ciudad, como llevaban haciendo en numerosas ciudades y sí harían posteriormente, por ejemplo, en San Sebastián.
Miles de soldados se lanzaron sobre el cuantioso botín que los imperiales se llevaban a Francia y estaban dejando en su huída: oro, plata, joyas, sedas, valiosos vestidos, orfebrería, etc. Los aliados (en especial los británicos) abandonaron toda persecución de los franceses y se entregaron al reparto del botín, lo que irritó a Wellington, quien escribió: "The British soldier is the scum of the earth, enlisted for drink" (El soldado británico es la escoria de la Tierra, se alista por un trago).
El colapso de la disciplina en las filas aliadas, que permitió saquear tanta riqueza, implicó que los franceses, a pesar de sufrir 10.000 bajas entre muertos, heridos y prisioneros, pudieran escapar para luchar otro día.
Las noticias de la victoria insuflaron nuevas fuerzas a prusianos y rusos, que todavía estaban recuperándose de las derrotas de Lützen y Bautzen. Austria, que hasta entonces había dudado en unirse a la nueva Coalición antinapoleónica, entró de nuevo en guerra.
Con posterioridad, las fuerzas aliadas se reagruparon y ocuparon San Sebastián y Pamplona. En diciembre se inició la invasión desde las bases del País Vasco
En resumén, que tras la desbandada de los franceses con el hermano de su emperador a la cabeza tanto los soldados británicos como los naturales emprendieron un saqueo sin piedad del botín que el llamado Pepe Botella pretendía llevarse de souvenir a Francia. De hecho, el botín que el Rey José Bonaparte se llevaba a Francia, tras saquear el patrimonio español, era gigantesco. Se ha estimado en unos 100 millones de dólares de 2006 entre oro, plata y otras obras de arte. Incluía importantes pinturas de Velázquez, Rafael, Tiziano, Correggio, Murillo, Rubens, Van Dyck entre otros. Cuando Wellington planteó al nuevo rey Fernando VII, ese lumbreras antepasado del nuestro actual Borbón, la devolución de los cuadros, éste le dijo que se quedase gran parte de ellos, 83 exactamente.
Claro que estamos hablando del botín con mayúsculas, y no de ese otro que implica el saqueo de los muertos en la batalla independientemente de su bando. He ahí la razón de que los uniformes de los cadáveres de soldados franceses aparezcan sin los botones de oro o plata de sus guerreras, así como de cualquier otro objeto de valor. Un saqueo menor del que nos habla el historiador y empresario vitoriano Tomas Alfaro Fournier en el primer tomo de su obra Vida de la Ciudad de Vitoria, y del que transcribo parte de lo referente al saqueo del convoy del derrotado Jose I con no poca literatura de su parte:
Por el suelo se esparcían toda clase de objetos, los más, heterogéneos: arcas de dinero desfondadas, vajillas de plata y oro, papeles de los archivos, custodias, cálices y ornamentos de iglesia, cuadros, armas, telas preciosas, manjares y bebidas y enseres de los españoles que abandonaban sus hogares y de los franceses que se encaminaban a los suyos. Los fugitivos no tenían tiempo para salvar sus bienes; acaso los más avarientos se conformaban con un puñado de monedas. Atentos sólo a sus vidas, desengachaban los caballos y, en apretados racimos, saltaban sobre ellos. Los fuertes se imponían despiadadamente a los débiles, sin consideración de sexo o edad...
De pronto aparecieron, intempestuosamente, los escuadrones ingleses, la infantería portuguesa... A su lado, los fieros guerrilleros, implacables, codiciosos, vengativos, no sabiendo dónde saciar primero sus instintos, si en la sangre o el el oro. Las infelices familias de los afrancesados (que en Vitoria fueron muchas de las burguesas desde mucho antes incluso de Napoleón...) presenciaron, indefensas, el asesinato de sus hombres o el atropello de sus mujeres. Los jurados, los guardias cívicos que no pudieron cambiar sus uniformes, recibieron rápida muerte, acuchillados o fusilados.
Cuando amaneció el núevo día, nublado y trsite, pudo apreciarse en su verdadera dimensión, la magnitud del desastre. Los campos de la fertil llanada, plétoricos de mieses a puto de ser recogidas, estaban hollados o incenciados. Veíanse por doquier árboles tronchados, pueblecitos en ruinas aún humeantes. Aquí y allá yacían cañones volcados, caballos muertos, hincahdos y hediondoss, cadáveres uniformados, en posturas grotescas: rojos azules, amarillos o blacos, como monstruosas flores en el verdor primaveral.
Aún continuava la fería a lo largo del convoy, pero ya habían desaperecido los objetos más valiosos. Moviánse las ambulancias, se agrupaban los destacamentos; equipos de paisanos desastacaban los caminos o abrían zanjas para enterrar a los muertos...
Así que volviendo al hilo de la noticia, y teniendo en cuenta que en aquella época todavía no se había urbanizado del todo esa parte de la ciudad, cuesta no relacionar los repetidos hallazgos de cadáveres de aquella batalla con la probable existencia de fosas comunes donde debieron acabar muchos de los por lo menos 5.200 muertos del bando francés. Claro que todavía cabe otra posibilidad mucho más tétrica, y es que dada la cercanía al casco urbano de entonces de los muertos, la concentración de estos en un espacio tan reducido y el hecho de que casi todos sean soldados vestidos con sus uniformes, no fueran las fosas comunes donde enterraron a los caídos durante la batalla sino a las víctimas de una posterior represión a ésta entre los 2.800 franceses que fueron capturados. Estaríamos hablando de otra de las espeluznantes consecuencias de las guerras, los asesinatos del enemigo tras la derrota, porque sólo de tales se pueden calificar las muertes del enemigo ya rendido. Sólo es una posibilidad entre mil, entre otras que casi siempre son mucho menos retorcidas o simplemente novelescas.
También resulta curioso que entre los topónimos históricos de la ciudad y su entorno no se haga mención a ningún suceso especial ocurrido en aquel paraje, al igual que ocurre en Gamarra donde existe el térmico vasco de Batallalecu (lugar de la batalla) en referencia a la batalla de que nos ocupa, o ese otro más antiguo de Inglesmendi (monte de los ingleses) en Ariñez que hace referencia a las tropas inglesas del legendario príncipe Negro que lucharon junto a las del rey navarro Carlos el Malo a favor del rey castellano Pedro I el Cruel durante la Guerra de los dos Pedros del siglo XV, una batalla celebrada casualmente en el mismo escenario de la de cuatro siglos más tarde.
Aún así, en el plano de 1825-48 aparece el nombre de Pozo de las Ánimas en lo que hoy sería la calle Florida, en el cuadrante donde aparecen todos estos cadáveres, y
cuya primera aparición según el libro Toponimia de Vitoria, tomo I de Endrike Knörr y Elena Mtz. de Madina sería hacia 1824, esto es, poco después de la batalla.
He ahí también el posible motivo de que la existencia de estos enterramientos hayan pasados inadvertidos a las generaciones venideras de vitorianos, máxime tras una batalla harto documentada y narrada por figuras como Galdos. Se trataría pues de un acto vergonzante sobre que no sólo los culpables debieron echar mucha tierra encima, sino sobre todo el tiempo, un acto infame sobre el enemigo que contrasta con los honores recibidos por los soldados ingleses en la vecina Donostia, donde los caídos durante la misma Guerra de la Independencia, y más tarde las carlistas, recibieron sepultura en el llamado Cementerio de Los Ingleses de la ladera norte del monte Urgull. Visto lo visto, se podría decir que una vez más el olvido es único homenaje que pueden recibir los vencidos.
*del anecdotario de la batalla dejo lo siguiente:
Cuando a fines de julio llegó la noticia a Viena, Johann Nepomuk Mälzel encargó a Ludwig van Beethoven la composición de una obra sinfónica con motivo de este hecho. Se trata del op. 91 "Wellingtons Sieg" (La Victoria de Wellington) o "Die Schlacht bei Vitoria" o "Siegessymphonie".
Para premiar a los participantes del enfrentamiento, el 21 de junio de 1815 se creó, por orden de Fernando VII a petición del comandante Francisco de Longa, una condecoración con la inscripción siguiente en el anverso: "IRURAC-VAT" (en euskera, Tres en Uno, en referencia a las tres provincias vascas), y en el reverso: "Recompensa de la batalla de Vitoria").
La condecoración se compone de una cruz blanca y roja de brazos ensanchados con una corona laurel uniendo cada uno de ellos; un circulo rojo con tres sables doradas cruzadas y una banda con el lema anterior; y todo ello coronado con una corona real. La cinta es azul, roja y negra.
Existen 38 regimientos ingleses que llevan en sus banderas el nombre de VITORIA en recuerdo de la batalla.
En la actualidad, existe un monumento en la plaza de la Virgen Blanca, en el centro de Vitoria, que conmemora este hecho.
Varias mujeres lucharon en la batalla de Vitoria. El general Morillo le extendió a Agustina de Aragon un certificado de que habia luchado bajo su mando en Vitoria. La guerrillera y bandolera vizcaina Martina de Ibaibarriaga luchó en la división de Iberia, la fuerza guerrillera de Francisco de Longa
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