lunes, 29 de noviembre de 2010

¡¡¡¡FILADOOOOOOR!!!!


Mañana de lluvia espesa por las calles desangeladas del centro del Oviedo, a comprar el periódico, pan, tomar un café con lecho mientras hojeo el primero y demás rutina dominical. Paso por una de las calles estrechas y empinadas perpendiculares a la calle Jovellanos, de repente una voz al fondo de la cortina de agua bajo la que camino hacia lo Antiguo -ya he escrito mil veces que aquí le llaman así a lo "Viejo!; ¡¡¡¡paraguaaaaaas, filadooooooooooooor!!! Alucino en colores, once de la mañana, ni un alma en la calle, una aguacero de aupa, como no sea para meterse en un cafeto como un servidor a cagarse en todo leyendo el periódico, qué hostias hace nadie en mitad de la calle, con la que está cayendo; ¡¡¡paraguaaaas, filadoooooooor!!! Pues ahí estaba el andoba desafiando el temporal, con su paquete de paraguas de baratillo y su bicicleta con la piedra de afilar. Porque, en efecto, se trataba de un filador de cuchillos y demás objetos punzantes, nada más y nada menos que intentando hacer su domingo por la mañana impasible al desaliento y sobre todo a la lluvia, qué digo, a la tempestad. No se arredaba el tío, no, ya fuera por la lluvia, el viento helado o la nula afluencia de clientela, que a ver qué hijo de vecino se iba a poner la bata encima para bajar hasta la calle a que le afilara el jamonero bajo la lluvia. Y estaba también el "filador" casi, casi, que a pecho descubierto, desgañitándose el pobre a ver si algún fulano le hacía caso. Muy confiado él, muy contento también, un verdadero hombre de empresa, tan tenaz como empapado. Diriamos que la suya era una confianza ciega en las posibilidades de su negocio, no importa lo antiguo o anacrónico del mismo. Una fidelidad inaudita hacia uno de los últimos oficios verdaderamente artesanales que todavía podemos encontrar por nuestras calles, digno exponente de una tradición de la que al menos por estos lares ya debe ser el último mohicano, qué coño, todo un numántino ante los embates de la economía globalizada o, lo que es lo mismo, la carrera imparable de ésta hacia el gran todo a cien chino a escala planetaria, para qué alfilar ese cuchillo si por el mismo precio se puede llevar uno nuevo que luego no servirá ni para cortar gelatina.

Y en esas que el filador hace sonar su ocarina, un sonido que me lleva de cabeza a la infancia, el portal de la Avenida Gasteiz, puede que también el de Abendaño, anda y bájate este y ese otro cuchillo pero pregúntale antes por cuánto, si no te llega, pasa, te subes a casa en seguida, ya los alfilará tu padre con una piedra del desacampado. Casi estoy por comprarle de la emoción un paraguas a falta de navaja o cortauñas a los que sacar el filo. Yo no me acuerdo si el filador de entonces era parecido a éste, pequeño, enjuto y trigueño, a mí se ha me quedado grabada una imagen errónea que por alguna absurda razón he entrelazado con la del mierdecilla eternamente malencarado de Canuto que acudía hasta tu domicilio en una destartalada bicicleta por las calles de Vitoria jurando todo el rato en hebreo. Pero éste no era filador, era cerrajero, en mi imaginario lo más parecido, a saber por qué, supongo que porque el de este domingo tenía el mismo aire atrabiliario, ahora le dirían freaky, solo que éste no se cagaba en Dios en cada frase mientras te abría el cerrojo porque te habías dejado dentro, y la mayoría de las veces también puesta, la llave, no, el filador de esta mañana llevaba tal tajada que lo mismo te sacaba filo a la punta del paraguas que te berreaba el i sing in the rain dando vueltas alrededor de la bicicleta. Al menos en eso estaba, pegando brincos cada vez que berreaba filadoooor; para mí que, más que nada por el acento, estaba bailando una vira portuguesa o por el estilo. Eso sí, muy digno él, puro numantino.

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