lunes, 1 de noviembre de 2010

EN TODAS PARTES NO CUECEN HABAS, COCERÁN OTRO TIPO DE LEGUMBRES...


Discuto con unos allegados sobre la soberana gilipollez de creerse a pies juntillas lugares cómunes del tipo "todos los políticos son unos corruptos", que viene a ser una conclusión muy recurrente del que no pudiendo asimilar del todo la cuota de podredumbre inherente a cualquier sociedad, prefiere tirar por el camino más corto de la generalizacion.

Todo empieza a raiz un comentario acerca de la práctica inanidad para los que se dedican a la cosa verde tras la designación de Vitoria como capital europea de lo mismo. Todo porque detrás de esa imagen de ciudad ajardinada se oculta también más de un chanchullo de los que los de un gremio determinado dicen tener información de primera mano, aunque tampoco pueden hacer nada en denunciarlo porque total para qué, si las cosas están estipuladas de tal manera en los papeles que no hay por dónde coger la trampa que según ellos beneficia a una determinada empresa en exclusiva.

No hay pruebas, tampoco parece haber ganas de obtenerlas, sólo un me lo ha dicho uno que sabe mejor que nadie porque conoce a..., y así con acusaciones de medio pelo, de la pura nada jurídica, a medio camino entre la verdadera denuncia imposible de demostrar y la mera calumnia, sin ánimo tampoco de discutir el razonamiento jurídico de ciertas cláusulas cotractuales que se presumen interesadas, favorables a unos pocos en detrimento de la mayoría, y que a un servidor, hasta que no se lo demuestren, le hacen sospechar que tienen más de pataleta ante el fastidio de no poder reunir las condiciones de otros para competir en igualdad de condiciones.

Nada nuevo bajo el sol, por supuesto, sólo cierto hartazgo hacia esta acitud tan extendida entre la ciudadanía de coger la parte por el todo, concluir a partir del goteo continuo de noticias sobre corruptelas de políticos, funcionarios o empleados de lo público y empresarios, que todos, sin excepción, son de la misma calaña. Hartazgo porque este estado de opinión supone una injusticia mayúscula para la mayoría -yo quiero pensar que lo es porque de lo contrario no estaríamos hablando de España si no de una república bananera o una monarquía árabe, o lo que es lo mismo, de un estado de derecho en cuarentena al estilo de Marruecos, Rusia o Venezuela- que es honrada y trabajadora, que deja la política o su cargo público para volver a la vida civil como llegaron e incluso a veces peor, completamente desubicados, sin esos contactos que solo los de muy arriba pueden estar seguros. No me estoy refiriendo, claro que no, a estos grandes cargos o de relumbrón, esos siempre tienen aseguradas las lentejas casi ya que de por vida. Pero, me niego a dudar de la honradez del conjunto, de hecho confío que esa misma infame lista de politicos, funcionarios y empresarios llevados a juicio no es sino la garantía de que, aún y todo, no siempre sale impune quien las comete, al menos no todos. Pensar lo contrario no sólo se me antoja de una frivolidad supina, sino incluso también de una verdadera afrenta hacia los que, como gente muy cercana a mí, manejan dinero público a diario y jamás se les pasa por la cabeza destinarlo a otra cosa que no sea lo justo. No son cuatro gatos, son la tónica general que luego los listos de turno se encargan de meter en el mismo saco de los que son todo lo contrario y contribuyen con su ejemplo a la desafeccion del personal por el sentido el común de no hacer pagar a justos por pecadores.

Pero qué se le va a hacer, por lo visto al ciudadano de a pie, que se dice, le pirra la generalización cuanto más burda mucho mejor. Se díría incluso que le reconforta pensar que todo está podrido, que nada funciona o tiene arreglo. A mí me da que es una manera de autojustificarse por los pequeños pufos o apaños a los que están acostumbrados como algo innato a la brega diaria con otros de su mismo pelaje, la satisfacción que supone creer que el mal mayor justifica ese otro que podamos hacer a una escala casi como que de risa.

Estimo que en este en todas partes cuecen habas no sólo hay mucho de autoconsuelo, también hay mucha y triste constatación de la escasa conciencia ciudadana de un país de individualistas con complejo de hidalgos que tiende por instinto a desconfiar de sus gobernantes, a despreciar a todo aquel que esté al mando de lo que sea, no importa se lo haya ganado por méritos propios, a achacar siempre a otros de todos los males que les rodean sin reparar nunca en la cuota correspondiente de culpa propia. De ahí la alegría con que tantos echan mano del lugar común, el disfrute de sentirse mejores que esos otros a los que ya de entrada y sin prueba alguna han colgado el sambenito de "todos son iguales".

Todos estos son, sin ir más lejos, de la misma calaña que un tal Willy Toledo cuando en una entrevista pone a la misma altura en cuestiones de libertades políticas a España junto con Cuba o Venezuela. Hay que ser muy sectario, y muy bobo, pero mucho, para, sin negar los evidentes y siempre condenables claroscuros de toda democracia occidental, fondos reservados mediante, hacer tamaña generalización. Pues eso, por generalizar que no quede.

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