viernes, 19 de noviembre de 2010

NIÑO DE LOS BRAZOS...


Parece ser que la escandalera mediática, partidista y neopacata -dícese al soprendente pujo bienpensante de los que antaño presumían de librepensadores y provocadores vocacionales y ahora, debidamente acomodados o simplemente arrepentidos, ofician de censores de la moral ajena de acuerdo a los dogmas de la religión de siempre o ya solo de la de lo políticamente correcto- provocada por las salidas de tono del Sánchez Dragó, Sostres, De la Riva y demás bocazas, apenas un reflejo de las obsesiones de cada uno, más o menos desagradables, más o menos epatantes, puede que hasta enfermizas y, en todo caso, solo delictivas en el caso de alguno de ellos pasara de las palabras a los hechos,y siempre cuando así lo estipulara el código penal, ha hecho volver la vista a algunos jefes, compañeros o simples cómplices de los susodichos, hacia la literatura, si bien con más ánimo exculpatorio que otra cosa. De ese modo citan la Lolita de Navokov o El Perfume de Süskind como ejemplos de literatura hecha a partir de las obsesiones, o más bien perversiones, de sus personajes. Claro que la del alemán es una obra de éxito y la del ruso nacionalizado británico una de las cumbres de la literatura, para los entendidos y tal. Ahora bien, acudir a ellas como coartada de los excesos verbales de los bocazas de turno con el pretexto de que todo es lo mismo... Pues no, no cuela, una cosa es trazar el retrato de un obseso sexual y otra cosa muy distinta manifestarse como tal. Lo primero puede ser literatura siempre y cuando el autor salga airoso con su texto en el empeño. Lo segundo solo es una declaración de principios que retrata al que la dice. La importancia que le dé cada uno es harto subjetiva, entiendo que el que tenga niñas en edad de ser acosadas por un Dragó cualquiera sienta una repulsión instintiva y hasta acaricie la idea de colgarle una pulsera informática a ésta para saber dónde está en cada momento y si es posible también con quién, otros estoy seguro que les reirán las gracias y hasta puede que también caiga alguna palmadita de infinita condescendencia, anda que no hay pocos bocazas ni nada por el mundo; yo a veces confieso que soy uno de ellos cuando me da por tocar los huevos al de al lado, me viene ya de pequeño. Pero en ningún caso la Lolita de Navokov y la fanfarronada machista de Dragó están a la misma altura. Del mismo modo que tampoco lo están Les bienveillantes de Jonathan Littell, un sumamente pedantesco y vacuo ejercicio de introspección en la mente de un criminal nazi por parte de su autor, con cualquier hipotético volumen de memorias de un verdadero criminal nazi o por el estilo; el porqué es demasiado obvio, pues lo otro también.

En fin, todo esta palabrería bienqueda para, aprovechando la relativa actualidad, por los pelos más bien, de la Lolita de Navokov, traer a colación la figura de uno de los escritores más importantes y particulares de la literatura vasca del siglo XX. Se trata, ni qué decir, de un personaje prácticamente desconocido para la mayoría. Me refiero a Jon Mirande Ayphasorho (París, 11 de octubre de 1925- íd., 28 de diciembre de 1972).

La particularidad de Mirande como personaje reside tanto en su pluma como en su biografía, de la cual nos da, como casi siempre, debida cuenta la Wikipedia:

Nació en el seno de una familia suletina, que había emigrado a París. Empezó a trabajar en 1944 como traductor en el Ministerio de Finanzas en la capital francesa, trabajo que continuaría realizando y aborreciendo durante toda su vida. Residió siempre en París, aunque viajó a menudo, por lugares como Bretaña, Inglaterra, Irlanda, Holanda, Alemania y Dinamarca.


Mirande dominaba más de una docena de lenguas siendo el euskera la que predomina en su creación literaria, a pesar de que no la aprendió como lengua materna. Sus padres casi no sabían francés cuando llegaron a París,[cita requerida] pero Mirande no tomó la decisión de aprender vasco hasta que tuvo unos veinte años. Vivió con sus padres casi toda su vida y a partir de aquella edad siempre se comunicó con ellos en euskera suletino. Tradujo al euskera a autores clásicos en otras lenguas, tales como John Keats, Edgar Allan Poe, Hugo von Hofmannstahl, Franz Kafka o Federico García Lorca y a escritores de literaturas minoritarias, como los bretones Goulven Pennaod y Per Denez. Era académico de lengua bretona y conocía bien todas las lenguas célticas, tanto vivas como muertas.


Muy influido por Nietzsche y Spengler, desarrolló un pensamiento anticristiano, antidemócrata y antisemita. Su ideal era el paganismo precristiano de los celtas, y creía firmemente en la superioridad de dicha etnia. En algunos de sus escritos defiende abiertamente el nazismo. Aun siendo independentista, condenaba tanto el nacionalismo vasco confesional del PNV como el marxista, por ser ambos de raíces judeo-cristianas y por tanto debilitadoras del espíritu. Desde aquel ambiente parisino tan lejano del País Vasco, sus posiciones filonazis chocaban frontalmente con la totalidad de los escritores vascos, aunque fue apreciado por su extensa cultura y genio literario. Fue propuesto por Koldo Mitxelena como miembro número de Real Academia de la Lengua Vasca, pero los académicos, en una gran parte sacerdotes, rechazaron la propuesta.


No obstante, la fama de Mirande se debe casi en su totalidad a la única novela que escribió, Haur Besoetakoa (una de las varias formas -haur besoetako, semebitxi, semetzako, semeponteko- de decir en vasco El/La Ahijad@, si bien la expresión Haur besoetakoa también tiene una doble lectura de acuerdo con el texto al poder traducirse literalmente como Niño de los brazos,). La novela narra la relación de pedofilia entre el protagonista y su sobrina y ahijada Theresa, de once años, con un desenlace trágico. Se tratan tres temas intocables a la vez: La pedofilia, el incesto y el suicidio, por lo que se convierte en imposible de publicar en el mundo editorial vasco de su época

Mirande siempre negó haber leído la Lolita de Navokov antes de escribir su novela. El caso es que no será por raritos -los finos les dicen heterodoxos, así casi que los exculpan de cualquier exceso-, perversos -más que pervertidos- que ande corta la literatura vasca por muy humilde que sea.

Como dato curioso, señalar que fue gracias a otra "cumbre" de nuestras letras -esto totalmente en serio-, Gabriel Aresti, de ideas completamente antagónicas a las de Mirande, que Mirande pudo publicar su novela. De si ahora semejante generosidad intelectual sería posible en el panorama cada vez más sectario, en lo ideológico y no digamos ya nada en lo empresarial, de nuestras letras, de cualquiera de ellas, pues no sé yo, no sé...

Pues eso, el que haya leído hasta aquí seguro que ahora sabe un poquito más, luego allá cuidados cada uno con lo que le cunda o le pete, a mí me da que a la mayoría como si hubiera escrito acerca de la sexualidad del mejillón cebra.

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