martes, 2 de noviembre de 2010

SUMMERTIME


Aunque tengo una pila de libros para comentar y me resisto por pura pereza y también porque no sé hasta qué punto hay un exceso de presunción en esto de comentar el trabajo del prójimo, el que encabeza esta entrada me resulta inexcusable de pura maravilla, menudo logro, pura literatura en estado puro, qué gozada de escritura y qué calado humano e intelectual bajo la aparente liviandad del texto.

Un jovén biófrago inglés está trabajando en un libro sobre los años inmediatos al éxito del premio Novel John Coeetze, justo cuando, como dice el libro, "he´s finding his feet as a writer". Para ello escoge un método muy peculiar, entrevistar a cinco de las personas que en aquella época fueron importantes en la vida del escritor. De esta guisa, escoge una mujer casada con la que tuvo una aventura, una prima suya a la que siempre estuvo muy unido, una bailarina brasileña cuya hija fue alumna suya y de la parece ser que estuvo perdidamente enamorado, un antiguo colega en la universidad donde dio clase, y, ya por último, otra colega con la que también compartió algo más que el despacho de la facultad.

El resultado de estas entrevistas no puede resultar más desalentador. El retrato del personaje que asoma en estas entrevistas es el de un tipo raro, letraherido, furiosamente individualista e idealista, con manías como insistir en la importancia del trabajo manual, obstinado en llevar su barba y pelos largos y los rumores entre sus allegados de que escribe poesias, asunto espinoso y mucho en la Surafrica de la que Coetzee era parte, a modo de pequeños e inofensivos gestos de una rebeldía que no es si no contra sí mismo. Un tipo, en suma, que es visto por propios y extraños como personaje siempre fuera de lugar, un descastado, un autoexiliado o autoexcluido, el eterno culo de mal asiento.

Ese es el resultado en apariencia, el verdadero es un ejercicio magnífico de introsprección en la imagen que de uno mismo pueden tener o han tenido otros, una exploración en el yo propio a través de los ojos de terceros, tanto de la persona en sí como de su encaje en la sociedad que le tocó nacer y crecer, en su familia o su círculo más íntimo. Una critica despiadada de sí mismo. Así pues, casi todas las personas que hablan del Coetzee de entonces no lo hacen precisamente para echarle flores, sino más bien reproches, dedicarle algún que otro desprecio y sentir también mucha lástima hacia un tipo que suele ser considerado sin excepción alguien que sólo mira para sus adentros, con la cabeza siempre en otro sitio, en continuo conflicto con los suyos, de morros con un padre que sólo el tiempo le enseñó a volver a amar, un afrikaner que escribe en inglés y vive sólo en apariencia de espaldas a la cruda realidad de la Surafrica de los peores años del Apartheid. Por si fuera poco, son ellas las que no tienen clemencia con el escritor, vaya novedad, las que se asombran y desdeñan de su éxito, tienden a minusvalorarlo porque el Coetzee que conocieron era un ser frío y distante, un inadaptado para la vida en sociedad, un tipo casi asexuado o asexual, alguien incapaz de compartir intimidad alguna con una mujer, de ver más allá de su puro disfrute, casi siempre más estético que físico, incapaz de dar un paso en falso en cualquier relación o incluso simplemente un paso: Not dignified (love), you say. Well, that is what you risk when you fall in love. You risk losing your dignity.

No obstante, el retrato descarnado de estas mujeres es de tan virulencia contra su pariente descastado, su amante eternamente ensimismado e indiferente, su colega idealista o su casi acosador platónico, que al mismo tiempo que se ponen a ello también nos sirven tanto sus propios autorretratos feneminos como las diferentes caras de esa Surafrica que el autor dejó atrás. De ese modo, el verdadero protagonista de la historia, de la multitud de las que aparecen y se entrecruzan, no lo es tanto Coetzee como ellas mismas y los más y menos con los que tuvieron que lidiar en esa Surafrica lejana y extraña, cerrada en sí misma, país de tribus y llanuras inabarcables que también lo es implacable con el que se sale del rebaño, con el que lo hace para recorrer su propio camino, una tierra en la crecen tanto hombres de convicciones de piedra y voluntades de hierro, casi siempre de cara al viento -sí, me suena y mucho- como otros de espaldas a ese mismo viento, de convicciones las justas y sólo para sí mismos, con más instinto que voluntad, hombres como Coetzee.

La verdad es que puesto a elogiar la novela no acabaría, Coetzee me fascina en todas sus novelas, desde las ambientadas en aquella Surafrica tumultuosa de los años del Apartheid a esas otras de su destierro australiano en las que lo personal y sus particulares obsesiones como el amor hacia los animales, el vegetarianismo, el desarraigo o la misma vejez se convierten en temas que son tratados desde el prisma más insospechado, cuando no desde varios a la vez, los cuales, además, y aún no estando en principio de acuerdo con sus planteamientos, resultan extremadamente sugerentes.

No es sólo una escritura realmente original, un estilo con mayúsculas, el antítodo ante tanta inanidad impresa, también los es como pensamiento, comulgues o no con él, nunca deja indiferente, nunca defrauda, siempre es una pica clavada en lo sublime.

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