El Botín de Miguel Sánchez-Ostiz es la continuación de El Escarmiento, donde se contaba cómo se gestó la sublevación en Navarra a las órdenes del general Mola y se llevó a cabo la implacable represión durante las primeras semanas de la Guerra Civil en la retaguardia navarra. Por su parte, El Botín nos habla del expolio y persecución de los vencidos, esto es, de cómo ese plan represivo se extendió durante y después de la Guerra cuando llegó la hora de repartirse el botín arrebatado al enemigo. No obstante, no fue un saqueo meramente material, esto es, la apropiación de los bienes de los vencidos, sino también, o puede que sobre todo, el de la dignidad de éstos y sus sucesores. Eso fue posible porque la represión fue tan despiadada y prolongada en el tiempo que al final consiguieron extender una ubicua y onerosa capa de silencio sobre la memoria colectiva para ocultar sus crímenes, y ni eso, más bien para darlos por buenos, merecidos.
“ Lo sucedido "en la guerra", así lo decían, estaba muy presente aunque no lo entendieras, aunque no te lo contaran, como si fuera cosa de otros, porque no eran cosas que habían pasado "en la guerra" o en otro país, sino asesinatos y crueldades, abusos y expolios, en una retaguardia en la que ellos vivían, y habían tenido la oportunidad de ver cómo desaparecían vecinos muy cercanos o parientes incluso. Allí estaba, aunque no quisieran acordarse o transmitir el recuerdo. ¿Por qué no nos dijeron nada? ¿A quién protegían o de quién lo hacían con su silencio? Era de ilusos pensar que no nos íbamos a enterar nunca."
A partir de ahí el cometido del narrador de este libro, recuperar la memoria de lo sucedió en aquel tiempo en el que todavía se procedían de tanto en tanto a las sacas de los prisioneros que seguían llegando a las cárceles como consecuencia de las denuncias de un prójimo, bien sabido es que en la mayoría de las veces un vecino con fines casi siempre espurios, las decisiones arbitrarias e implacables de la autoridad al mando según el grado de sadismo de ésta, y sobre todo el saqueo al amparo de la victoria, la reivindicación del botín de una guerra sin cuartel, una guerra de aniquilación total del enemigo. Pero no sólo eso, en el Botín, a la vez que se rememora muchos de los hechos más significativos y luctuosos de esa violencia sin freno desencadenada sobre los vencidos o se cuenta cómo organizaron el reparto del botín, también se apunta el modo cómo los vencedores fueron poniendo los cimientos de la que sería la Nueva España de los próximos cuarenta años, estos oficiales, que a tenor de lo que vivimos todavía me parece a mí que es quedarse muy corto. Y si hay que citar alguno de los pilares sobre los que se sustentó el franquismo esos no son otros que el miedo y el olvido de todo lo sucedido confiado al paso del tiempo. Los pilares del franquismo y, ni qué decir, también la herencia recibido cuarenta años más tarde, pues de eso va en esencia El Escarmiento y El Botín, de que todavía tenemos que hablar del tema porque no se ha hecho antes, al menos no lo suficiente, no con el rigor necesario y sobre todo con los medios necesarios. Y esto también es motivo de reflexión en El Botín, por qué no se ha podido, no se puede todavía en muchos casos, quiénes lo impiden, por qué, cómo. Claro que son preguntas casi que de Perogrullo, todos sabemos las respuestas de antemano, pero urge recordarlo y sobre todo señalar que el rechazo que provoca la llamada Memoria Histórica no es inocentes, qué va a serlo, es cómplice, ya sea de manera directa, convencida, o por pura incuria, porque uno se ha dejado convencer por los mantras de los primeros que aseguran que remover el pasado supone un peligro para la convivencia entre españoles. ¿Qué pasado? Está claro que es suyo propio o el de sus mayores porque se saben culpables o siquiera mal parados en el relato resultante de aquellos años. De modo que lo que proponen es simple y llanamente arrancar de cuajo varias páginas de ese manual ficticio y colectivo de la Historia de España. Así por las bravas, para que no pasen un mal rato y a costa todavía hoy en día de las víctimas de sus crímenes o los de sus mayores, todo muy reconfortante, muy de chapuza ventajista, vamos, todo muy vernáculo.
“Y sigo, sigo… quienes se ampararon del botín de la historia en eso, en el miedo y en el paso del tiempo, en el olvido y así ha sido. Hay memoria y recuerdo preciso de víctimas exhumadas o no, pero no de verdugos, no de todos ni mucho menos.
Y de ese modo MSO nos presenta una sucesión de historias de guerra y posguerra al socaire de la Nueva España que estaba por nacer, no sólo el relato de muchas de las tragedias personales de los vencidos y sus familias, también el de los vencedores de la boina roja y el Detente Bala que luego se supieron traicionados, el de la oligarquía de toda la vida que en seguida procedió recoger los frutos de su apoyo condicionado a la Rebelión Militar, el teatrillo de vanidades y pretenciosidades de segunda fila de los señoritos falangistas con ínfulas intelectuales, y cómo no, también el de los que se apuntaron en el último momento al glorioso momento ya fuera para evitar cualquier sombra de sospecha sobre su persona o ya directamente para sacar tajada de la victoria.
“Cada nombre es una historia, un petardo en esta feria de miedo y ventaja, porque al miedo de unos a perder la propia vida le sigue el empeño de otros de sacar ventaja de la situación, sea esta la que sea.”
Y claro, no es una lectura que pueda dejar indiferente, al menos a no a todos aquellos que por lo que sea algo o mucho hemos recibido de la memoria de nuestros mayores, ya fuera a través de las brumas de las que habla MSO, en forma de información sesgada, inconexa, timorata. Historias que hablan de tu abuelo materno condenado a muerte junto con sus dos hermanos, el único de éstos que salvó la vida gracias a la intervención del hermano de tu abuela, o acaso un primo, un pariente cercano en todo caso, y que casualidades de la vida era un conocido cabecilla carlista de la zona, un tal Jaime, sí, el nombre lo dice todo, “Cálzame las alpargatas, dame la boina, dame el fusil (bis)/que voy a matar más guiris (bis)/que voy a matar más guiris que flores tienen mayo y abril (bis)/que yo me voy, que yo me voy, que yo me voy a la facción, a defender la bandera de Don Carlos de Borbón (bis)."
Qué horror, dejar la cárcel, dejar a tus dos hermanos dentro para que fueran fusilados al día siguiente. Y luego todo lo que cuenta MSO en El Botín, el miedo con su consecuente silencio de décadas, peor aún, el péndulo de la muerte siempre sobre su cabeza, porque nunca renunció al carné del Partido y todos los sabían, ¿cómo era posible aquello? No lo sé, miras hacia atrás y ves un país horrible, descubres que el fratricidio es una constante histórica. Este mismo verano en el caserón que fue de mis abuelos, mi tío nos enseñaba el payo, ganbara o desván debidamente despejado que siempre habíamos visto de niños a rebosar de cachivaches, en realidad un lugar prohibido de la casa, otro, siquiera ya sólo porque era donde guardaban los jamones, al que subíamos a hurtadillas. Pues mi tío nos contaba historias de la casa antes de que pasara a nuestra familia, cuando en ella vivían varias, y de entre éstas la del rincón de los emparedados de la última Guerra Carlista. Y claro, cómo no recordar esos otros emparedados de la posguerra en el mismo pueblo de mi padre, la historia, más insinuada, aproximada, por él que otra cosa, y leída ya luego por mí en el libro Historia de la Resistencia Antifranquista en Álava 1939-1967 (1998) de los hermanos Martínez Mendiluze, donde se habla de aquellos vecinos republicanos emparedados en sus casas o en las de familiares y que al cabo de varios años fueron descubiertos por descuido y capturados tras haber corrido la vecina carlistona de toda la vida a denunciar su hallazgo a la banda de cuneteros del pueblo. Historias que los Hermanos Martínez Mendiluze cuentan en su libro con todo lujo de detalles pero que en la memoria de tu padre eran nieblas, habladurías de cuando pequeño allá en el pueblo, medias verdades, tabúes heredados de los mayores como el no saber o no querer concretar que había en la torca aquella del monte que cuando hablaba de ella todavía se emocionaba a sus setenta y tantos, que acaso puede que no lo supiera, pero que algo sospechaba, algo oído de crío, ¿el qué?, de nuevo a los libros, a los libros como éste de MSO que pone su pluma al servicio de la recuperación de esa memoria entre brumas. Historias cercanas que ya sé que en el fondo y en comparación con otras no son nada, pero que me sirven para dar a entender cuán arraigado está en la memoria personal de cada uno y qué cercano se hace todo lo que cuenta MSO en su libro, en su caso incluso en lo geográfico y cultural porque nada de lo que pasa o pasó en Navarra no es extraño a los de las llamadas provincias hermanas por mucho que se empeñen otros, los que te dicen que una cosa es una cosa y la otra simplemente no es de recibo, no es oficial, no consta jurídicamente y por lo tanto fantasías de cada cual, cuando no la comedura de coco de los demonios contemporáneos de la España Una, Grande y Constitucional.
En fin, se me va la pinza y también me tengo que ir yo. Ahora tocaría resaltar el punto fuerte de este libro y que no es otro que su autor. Pero claro, he glosado, o al menos lo he intentado, casi todos los libros de Miguel Sánchez-Ostiz. Soy un admirador declarado, devoto de una de las escrituras más personales y sobre todo duchas, cultas, incisivas, sinceras, que hay en la literatura contemporánea en castellano. Por lo tanto no soy objetivo, si intento comentar el placer que subyace en recorrer las páginas de este libro tan cargado de tragedia y que tantas emociones provoca, me temo que caería en el halago repetitivo, si bien con el único objetivo que animar a otros para que se acerquen de una vez por todas a su obra, que no se la pierdan. De modo que me contengo, que para algo es así como nos han educado desde chicos, a contenernos, de hecho somos un país de contenidos, vamos, un puto rollo de gente.
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