lunes, 21 de septiembre de 2015

EL TORO DE LA VEGA



Yo, que llevo siglos observando a los hombres desde mi propio Olimpo, asisto atónito e indignado al último asalto de aquello que el gran filósofo alemán denominaba la moral de los esclavos y los débiles, la de aquellos que a lo largo de la Historia han intentado imponer la tiranía de los pobres de espíritu al resto de sus semejantes, ya fuera aboliendo la esclavitud o la servidumbre que separaba a los fuertes, a los amos, a los escogidos por los dioses, del resto, equiparando en derechos a los hombres con las mujeres en la absurda pretensión de que el varón vale lo mismo que aquella salida de su costilla para servirle y darle hijos, equiparando también a los invertidos con el resto de los hombres al mismo tiempo que los protegían con leyes. Sí, porque los mismos que arrebataron a los amos sus esclavos, los mismos que subvirtieron el orden divino que ponía a cada uno en su lugar de la pirámide, los mismos que antes eran señores de su casa, de su mujer, hijos y hacienda y ahora sólo son simples contribuyentes, los que ya ni siquiera permiten que se veje a los homosexuales, los extranjeros, los enfermos, los vegetarianos o cualquier otra subespecie humana, son ahora los que tampoco quieren que se toreen o se lanceen a los toros en justa lidia entre el hombre y la bestia. Por eso es tan importante conservar el Toro de la Vega, porque es la última trinchera en la que los superhombres aspiran lanza en mano al favor de los dioses, donde todavía resisten la tentación del hombre de ser no sólo hombre sino también humano, esto es, los últimos en renunciar a su condición de animales irracionales cuyo principal finalidad no es otra que entretenernos a nosotros, los dioses del Olimpo, con el grotesco y sangriento espectáculo de su primitivo salvajismo, riau, riau.

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