Y tras su primer día en Florencia, recorriendo cogidos de la mano los alrededores de la Catedral de Santa Maria del Fiore a la salida de ésta, atravesando tal cual La Piazza della Signoria y Della Repubblica, se daban un pico en mitad de Il Ponte Vecchio, se cogían de la cintura mientras ambos estiraban el cuello para admirar la torre de Il Palazzo Vecchio, rodeaban ensimismados el cuerpo macizo del «David» de Miguel Ángel en la Galería de la Academia o se arrastraban ya exhaustos delante de las principales obras maestras del Renacimiento Italiano en la Galería degli Uffizi, y ya a la caída de la tarde, desde lo alto de las escalinatas de acceso a la Basilica de San Miniato al Monte y desde las que veían toda la ciudad a sus pies, ella le pregunta a él.
-¿Me quieres, amor, me quieres hoy más que nunca?
-No sé qué decirte, chica, creo que ahora estoy bajo el efecto del Síndrome de Stendhal.
-¿Lo qué?
-Sí, hombre, abrumado por tanta belleza que he visto a lo largo el día.
-Tú lo que eres es un pedazo de mamón...
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