martes, 24 de junio de 2014

LA VIDA SIGUE CASI IGUAL


Sentado en un banco de enfrente de la que fue mi casa durante unos años y que luego pasó a ser de mi parentela venezolana para sus temporadas a este lado del charco, en Gerardo Arnesto, entre la Avenida Gasteiz donde he crecido y la calle Abendaño donde teníamos la academia, flanqueado por mis dos hijos porque ha empezado a llover mientras estaban en los columpios y esperando a que baje su abuelo con el coche a recogernos. Miro a mi alrededor y observo que hay cosas cambian nunca así pasen veinte años. No lo ha hecho la panadería-degustación de la esquina, tampoco la heladería que desde hace décadas abre sólo un par de meses al año. Sí lo ha hecho, hace ya años, el que fue el Gohierri, el bar de debajo de casa, el de Juan Mari y que de vez en cuando atendía su hija, la morena que volvía loco a un caraqueño que yo me sé. Un bar que ahora regentan otros dueños tras la inevitable reforma, que hacía ya años que era entrar en el viejo Gohierri y como si te hubieras metido en un túnel del tiempo de cabeza a los ochenta, mucho espejo y colores pastel, un horror, la verdad sea dicha. Un bar en el que esta tarde se resguardaban, dentro y bajo su toldo, buena parte del resto de padres que habían tenido a sus vástagos en los columpios hasta la primera o segunda gota de lluvia. Y como el abuelo tarda en llegar, llueve y no puedes hacer otra cosa, pues que servidor sigue poniendo su indiscreta mirada en los detalles de lo que lo rodean. Por lo que observo que entre los progenitores de cuarenta para abajo, y algún que otro incluso en la cincuentena,abundan los pantalones cortos de verano en plan deportivo, las camisetas negras, caquis o por el estilo con todo tipo de leyendas que oscilan entre lo reivindicativo y los nombres de los respectivos clubes locales de fútbol, basket y algún que otro de barrio o algo así, y sobre todo las barbas cortas, patillas y más de una coleta. Nada que ver con lo que veo en el parque de enfrente de casa en Oviedo, donde hasta los padres a los que les saco un par de décadas parece que bajan ya al parque vestidos para ir a la oficina, para entendernos, mucho pantalón de pinzas, camisa de rayas y jersey de pico al cuello, y por supuesto que coletas ni una, vade retro, perroflautas. Es entonces cuando me digo que sí, que es muy probable que en eta España tan mal avenida y eternamente cabreada haya sitio para todas las formas de estar en ella, siquiera porque no queda más remedio, no sé si de momento o ad eternum, no lo sé y la verdad que cada día me tiene más sin cuidado ésta y otras cosas.

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