De entre las muchas, muchísimas, cosas que me
asombran e indignan sobremanera de esta época, gris tirando a negro sin remedio,
destaco la constatación de la vigencia de la falsa dicotomía que divide a la
sociedad española en dos mitades prácticamente irreconciliables, dos proyectos
de país incompatibles, dos concepciones de la vida a la gresca perpetua. O eres
de derechas o lo eres de derechas, y si pretendes jugar a la equidistancia, si
te pones en medio, pues todavía peor, eres de derechas pero vergonzante, vamos,
que no tienes los arrestos suficientes para reconocerlo. Pero digo falsa porque
sospecho que esta dicotomía se ha alimentado a propósito desde el sistema, este
que califico hasta el aburrimiento como la Segunda Restauración Borbónica, con
el único propósito precisamente de utilizarla como coartada para cualquier
cambio sustancial del mismo, vamos, para perpetuar un estado de las cosas que de
lo contrario, de remover los cimientos que los herederos del Caudillo
levantaron con la connivencia de la oposición democrática que se encontró ante
el todo o nada, nos llevaría de cabeza a una nueva guerra civil.
Bonita eufonía para complacer los oídos de
los añoraban a toda costa la instauración del principio lampedusiano de "Se vogliamo che tutto rimanga come è, bisogna che tutto cambi", ya
fueran los unos por conveniencia, para conservar los privilegios adquiridos
durante la dictadura, otros porque ya vislumbraban los beneficios del arribo a
esas élites del franquismo desde la resistencia democrática de postín, y la
mayoría, eso sí, por simple y pura cobardía, no la fuéramos a joder, a molestar
en demasía a los de los sables una vez más y… Si a eso le añadimos que sí, que
las pasadas épocas fueron de una ilusoria prosperidad entre fondos europeos,
burbujas de todo tipo y el resacón de
haber recuperado unas libertades que el generalito gallego nos había hurtado y
que su “graciosa majestad” nos devolvía en su justa medida, esto es, una
democracia de mínimos en los que jamás se cuestionó la jefatura de Estado
mediante un plebiscito y una Constitución que nos fue otorgada por una camarilla
de supuestos sabios aplicados de lleno al principio antes citado, algo así como
“que parezca una democracia para que en realidad podamos seguir mandando los
mismos o nuestros hijos; pues claro, todos contentos con nuestra hipoteca, el
coche último modelo, el televisor de pantalla plana y unos días en la Riviera
Maya.
Entonces el que levantaba la voz para hablar de transparencia
y regeneración democrática, de reformar el sistema electoral, de democracia
participativa, lucha a fondo contra la corrupción, España nación de naciones y
hasta de república como principio democrático esencial, daba directamente en
mosca cojonera, rojo desfasado, nostalgibobo, y si me apuran, es decir, si
pienso en los más insignes representantes de la brunete mediática al uso, puede
que hasta en liberticida o mero soplapollas. Ahora no, ahora que España se
jodió, que se acabo la fiesta del crédito a granel y el espejismo de un estado
del bienestar se vino abajo sin haber llegado nunca a serlo del todo, ahora que
no hay día que no salte un nuevo caso de corrupción que salpique desde la jefatura
del estado al concejal de festejos del villorrio más recóndito de la geografía
española, ahora que sabemos y hasta vemos a presidentes de comunidades
autónomas en camarilla con capos de la droga, que sabemos de listas de empresarios
cuyo altruismo para con determinados partidos políticos les puso a las puertas
del cielo de las recalificaciones y las contratas, ahora que tenemos plagados
las ciudades y los campos de España de monumentos al despilfarro y la incompetencia
de la clase política, ahora que la peña por fin se ha dado cuenta de que la
banca siempre gana, siempre, siempre y a tu costa, pardillo; pues ahora salen
antisistemas y republicanos hasta de debajo de las piedras; miseria obliga.
Pero el poder reacciona y sigue confiando en el bulo de las
dos Españas. Por un lado toda la chusma que acude a las concentraciones de las
diversas plataformas para protestar por esto o aquello, los que despotrican a
diario desde cualquier medio contra el gobierno, los banqueros, la familia
real, la Unión Europea y todo el que se nos ponga a tiro, los que reclaman a
gritos una verdadera alternativa al bipartidismo de esta segunda restauración
borbónica, el del PPSOE. Todo este conjunto de ciudadanos indignados, cuando no
simplemente hasta los mismísimos cojones de décadas de aguantar milongas como
con la que empezaba esta misma entrada, pasan por ser los de siempre, la España
que no acepta lo establecido, una caterva de izquierdosos que rezuman rencor
por las esquinas –Aznar dixit- y que ahora ha visto la ocasión para,
aprovechándose del cabreo, la perplejidad, la indefensión del ciudadano del
común frente a las consecuencias de las crisis, intentar encauzar toda esa
rabia en su propio beneficio con el único fin de establecer su proyecto
totalitario largamente aplazado, esto es, el soviet de andar por casa, la
utopía de la irresponsabilidad y el odio al mérito, la pesadilla de una Albania
de Hoxa a lo grande.
Y si no es así, si simplemente se trata de ciudadanos
indignados que exigen todo eso que también señalaba antes, la reforma del
sistema desde sus cimientos para no andarnos con rodeos, pues ya se encargaran
los de arriba y sus esbirros de los medios de hacernos creer que es lo otro, la
caricatura que acabo de hacer en las últimas líneas del párrafo de arriba. Lo
que sea con tal de recabar el apoyo de los que creen de su bando frente a los
otros. Y no me refiero a la gente de derechas en exclusiva, de toda la vida, los nostálgicos del viejo régimen, cualquiera de ellos, o los darwinistas sociales, esos que disfrazan su egoísmo
endémico de liberalismo ilustrado o por el estilo, los que te miran por encima
del hombro en cuanto hablas de igualdad y justicia social porque eso, ya se
sabe, no viste, no es rentable, los tíos listos están a lo que están, a estar
por encima de los demás, que se jodan los de abajo. Me refiero a la gran
mayoría de los que les votan y que Rajoy define como la gente decente que se
queda en casa y no protesta porque confía en él y en los suyos para sacar la
cosa adelante. Porque Rajoy se los imagina en su cada acojonados, cruzando los
dedos para que no les alcance más allá de lo soportable una crisis que para
esos nostálgicos del sable y la cruz, para los darwinlistos, parece como caída
del cielo ya que ahora no hay excusa para no poner a la gente del común en su
sitio, donde debían haber estado siempre, donde ese Dios que el notario gallego
tanto evoca en público para refrendar sus ideas. Ha llegado el momento de acabar
con el anacronismo económico del sistema de bienestar, la utopía de la igualdad
de oportunidades, los derechos civiles hasta donde se pueda, “reespañolizar” a los vascos, catalanes y
gallegos en las garras de los nacionalismos periféricos (muchos de ellos
discípulos aplicados de sus modos y trapisondas en sus respectivos feudos).
Pero claro, ¿esa es la España de la mayoría o la de unos
pocos nostálgicos e interesados? ¿Es que sólo los ciudadanos de izquierda, por
herencia, convicción, carácter o lo que sea, pueden y deben rebelarse contra el
desmantelamiento de lo público, contra la privatización de la sanidad y la
enseñanza, contra este ataque a la igualdad de oportunidades y la restauración
de una sociedad estamental en función de la cuente corriente? ¿Es que los
ciudadanos de derechas, por herencia, convicción, carácter o lo que sea, no sufren las
consecuencias de los recortes, no se indignan ante las injusticias, toleran la
corrupción como algo inherente al sistema? Ni lo creo ni lo deseo porque
entonces sí que estaría perdida la partida, la protesta condenada al fracaso,
las esperanzas de cambio otro tanto. Porque no se trata de imponer un modelo
social concreto, una ideología determinada, un trágala como el suyo. No, se
trata de establecer un acuerdo de mínimos que una mayoría determinada a cambiar
el estado putrefacto de la cosas considera imprescindible para poner fin a
tanta inequidad, las leyes, normas y
medios imprescindibles para acabar con la impunidad de los mangantes de la
política, empresa o la casa real, siquiera ya sólo de recordarles que la
esencia de la democracia es, claro que obedecer el mandato del pueblo a través
de la urnas, pero también escucharle cuando protesta en masa y saber
rectificar. De ese modo, no se trata de ser de derechas o de izquierdas, se
trata de ser honrado, comprometido con unos valores éticos concretos, se trata
de ser decente de verdad, no un simple borrego.
Pero claro, ya se encargan ellos de tocar a rebato, la vena sectaria de los suyos, prietas las filas que vienen los rojos, ¿es que quieres que te confundan con ellos?, ¿no ves que son los de siempre, que no son prácticos, que siempre pierden? Pues eso, la gente decente se queda en casa, no protesta, agacha la cerviz y a verlas venir, tú confía en nosotros, alguna migaja te caerá, y si no rézale a Dios.
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