lunes, 15 de abril de 2013

YO NO SOY ESA


Vuelve a salir el sol y con él la hora y pico de parque por la tarde con el pequeño mientras el mayor está en clase. Me encanta este momento del día, ya sea sentado en banco desde el que vigilo el ir y venir del enano, o de pie junto al castillo en previsión de que se vaya a lanzar al vacío él solo al grito de "¡mira papa, soy un Angry Bird y vuelo! Hora y medio de relajo que da para olvidarse de lo inmediato, gozar del desborde adrenalínico de un crío de tres años, de fugaz percepción de un momento de felicidad en estado puro, y, muy en especial, también para observar al personal con el debido disimulo.

-Así pues, y tras horas de profunda y a veces también de no poco tediosa observación, creo haber establecido varias categorías de especies que habitan en el pequeño ecosistema que llamamos parque de columpios. No voy a extenderme en el tema, de hecho queda aplazado para próximas entregas; pero, sí voy a destacar una de esas especies de seres que presumo haber podido catalogar. Me refiero en concreto al de las abuelas –también pueden recibir el apelativo de “putas viejas pesadas” de acuerdo con el momento del día, esto es, la pesadez estomacal del sociólogo de barbecho que hay en este humilde observador-. Se distingue esta especie en concreto, aparte de por lo avanzado de su edad, como es lógico, por un rasgo inequívoco de su conducta y que no es otro que el de exagerar hasta límites inimaginables y puede que incluso espeluznantes, su cometido como guardián del nieto o nietos. Quiero decir, la abuela no suele limitarse a cuidar de los niños como lo haría cualquiera de sus progenitores, a alimentarlos con el correspondiente bocadillo, zumo o tableta de chocolate, a llamarles la atención para que no se rompan la crisma en el tobogán o a reprenderlos cuando se enzarzan a hostias con otro tierno infante. No, la abuela del parque acostumbra a exagerar las funciones propias de los padres hasta límites insospechados de vergüenza ajena. Esto es, la abuela siempre, siempre, procura hacer partícipe al resto de los presentes en el parque de que el niño de aspecto tal y nombre cual que corretea entre la multitud de niños del parque es su nieto y sólo suyo, que no se equivoque nadie, “esi ye el mio nietu, oh!”.  Más aún, puede que la persona que se sienta a su lado en el banco no haya prestado la debida atención al anuncio de la señora, entonces ésta llamará a voces a su nieto para que ya no le quepa dudas al interfecto: “Manolín, qué faes, fiu, ven pa ca agora mesmu, ties merendar, ho!”  Eso si antes no ha estado instruyendo a grito pelado al nenu acerca del modo de hacer frente a los peligros que le pueden acechar en el parque y que el pobre crío probablemente habrá oído ya más de un millón de veces. Y también, también se habrá pasado media tarde reprendiendo a los niños que se acercan al suyo, no tanto porque lo hayan hecho a éste, sino más bien porque lo que podrían hacerle, cuestión para la que aplican el conocido precepto femenino de echar la bronca preventiva, esto es, “te regaño por lo que creo que podías hacer antes de lo que hagas”.  Instrucción que continua, a voces por supuesto, cuando el nieto en cuestión se acerca hasta su adorable abuela para recibir la merienda de ella con la consabida ristra de consejos, “si bebes tan deprisa el zumo luego vas a tener sed”, órdenes “¡come primero el bocadillo”, chantajes, “como comas primero el chocolate luego no hay zumo”, insidias más o menos veladas de suegra, “no te manches que ya conoces a tu madre y sabes que se pone como una loca”. Y todo, todo esto a voz en grito para sepa todo el parque lo aplicada que es la señora en sus deberes. La mejor abuela del mundo, la que mejor cuida a los suyos, la que mejor y más alto y de seguido los ensalza, la que no pierde ripio para hablarte de ellos sin que hayas hecho el menor amago de prestar interés alguno. Pero claro, a veces, tanto celo y desvelo, tanta sobreactuación, y no sólo por el cuidado del nieto, sino sobre todo para que el resto de los presentes sepa el pedazo de abuela que tienen los muy afortunados, lo mucho que la quieren, por lo general más que la madre y no digamos ya si el padre es el yerno, jodidas brujas, puede ponerlas en verdaderos bretes.

-¿Yá conoces a la mio nieta?
-¿Cuál? –responde, o rezonga más bien, el vecino del banco.
-Esa neña tan guapa, tan alta, tan rubia y tan llista que xuega con esos neños tan brutos.
-¿Esa que viene hacia aquí?
-Si claru, mira cómo cuerri onde la so güela, tienme un ciñu enorme, nun puede vivir ensin la so güela. Y yo, yo tampoco podría vivir ensin ella, dame la vida, de fechu nun sé que sería de mi ensin ella, quereme tantu.
Ven, ven, Isabel, di-y a esti señor quién ye la mio nieta preferida, Isabel.
-¡Abuelaaaaaa, que no soy la Isabel, que soy la Ireneeeeeee!

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