lunes, 29 de abril de 2013

RECAIDA

                               
Hace un tiempo de perros, llueve por la mañana, hay que llevar a los nenes en coche hasta el colegio. En el asiento de atrás la marabunta de todos los días, que si Mt. me ha pegado, que si Mk me ha llamado tonto o zampabollos. La música amansa a las fieras, y a éstos por las mañanas como poco les pongo a la Nina Simone, una de piano de Schumman y ya puestos hasta una de Platero y Tú si hace falta para que no me den la vara. No funciona el DVD, se ha atascado el que estaba dentro o vete a saber. Pongo la radio, lo primero que salga. Onda Cero, tertulia al mando de un señorito catalo-andaluz que gusta de mirar por encima del hombro a todos los que se declaran de izquierda; vamos, uno de tantos, están convencidos ya no sólo de poseer la verdad, de eso al fin y al cabo lo estamos casi todos, sino que además lo están porque piensan que eso es lo que les corresponden a las personas cabales, con los pies en el suelo y sobre todo de orden. Luego ya los tertulianos que le acompañan, cada cual más esbirro de su amo, en su boca todo aquel que no comulga con los postulados del partido en el gobierno es un cantamañanas por principio, gente con poco crédito, peligrosos soñadores, cuando no tocapelotas profesionales y algún que otro stalinista de tapadillo. Luego ya compiten por ver quién repite con más ahínco y hasta convencimiento los mantras del gobierno con el propósito, se supone, no tanto de desarmar las críticas contra éste, como de acojonar al ciudadano del común: "no es posible otra política, no existe alternativa a la vista, además cualquier otra distinta a la existente nos llevaría de cabeza al abismo", como si no se hubieran encargado ellos solitos de asomarnos al mismo.

No lo soporto, demasiado para el body a esas horas de la mañana. Los niños además empiezan a regañarme porque dicen que utilizo expresiones que a ellos les tenemos prohibidas,  que les decimos: los niños no deben mentar la madre de nadie para verter excrementos sobre ella... Intento mover el dial a la vez que conduzco. No hay manera, no se mueve no funciona, se diría que se ha atascado, no hay quien quite la voz chulesca y despreciativa, de falangista reconvertido o por el estilo, del presentador de ese programa. Pues a tomar por saco, apago la radio a la vez que giro el volante para torcer por la calle del colegio de los niños. He calculado mal, tengo el paso de cebra que da a la entrada del colegio a un palmo de narices, casi me llevo por delante a un par de padres con sus niños y entre ellos a la madre del compañero de uno de mis hijos.

Mira que me había quitado, que por eso pasaba de escuchar las tertulias telefónicas por la mañana, que tengo la guantera a rebosar de CDs,  que sí, la música amansa las fieras y además evita escuchar otras gilipolleces desde primera hora de la mañana que no sean las propias. Pues nada, cómo será de dañina la cosa que bastan un par de minutos para una recaída, esto es, para salirme de mis casillas, perder la chaveta, cagarme en Dios por todo lo alto. Pero eso sí, en la radio uno de los tertulianos repetía por enésima vez con esa flema del que al final de la emisión sabe que se va a levantar sus euros contantes y sonantes :

-Pero no seamos alarmistas, estamos obligados a transmitir tranquilidad al oyente, que no se piense que esto es la jungla o que estamos a punto de devorarnos unos a otros...


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