jueves, 27 de marzo de 2014

GLADIADORES


Oigo a mis dos retoños darse de hostias en el piso de arriba, de modo que acudo raudo a mi habitación, que es donde también tienen su txoko para jugar y así. Entonces veo cómo el pequeño de cuatro años se empeña en derribar al mayor de ocho agarrándolo del cuello y éste procura deshacerse de su hermano mayor aplicando única y exclusivamente la fuerza necesaria, tanto para impedir ser derribado como para esquivar los guantazos en sus costados y las patadas en la espinilla que el enano le intenta propinarle como un poseso. Sé que tendría que intervenir ipso facto para separarlos y echarles una buena regañina. Lo haría si fuera un padre responsable, pero como no lo puedo ser todo el tiempo prefiero disfrutar del espectáculo testosterónico que me ofrecen mis dos pequeños gladiadores al mismo tiempo que me pregunto: ¿cuándo dejó de ser una pelea entre críos una consecuencia lógica de la virilidad en su estado más primario, un simple ejercicio físico para forjar el carácter, una metáfora de eso de la lucha por la vida, para pasar a convertirse en un acto de puro vandalismo, algo intolerable, digno de bestias, de austrolopitecus? Pienso en los niños espartanos educados en la "agogé", en los jóvenes celtas que acompañaban en pelotas a sus progenitores durante la batalla, en las escuelas de gladiadores, en todas y cada una de las camadas de los vikingos, almogavares, cosacos, los Tercios de Flandes, la Compañía Navarra que conquistó Albania y asoló la Grecia bizantina, los cornetas de la última guerra carlista, los futuros vendedores de seguros... Lo hago y en seguida me arrepiento porque me imagino el gesto de pasmo de mi madre si me viera en este mismo momento animando al pequeño para que insista en su intento de derribo del mayor, dándole consejos para encontrarle los puntos flacos. Eso y también a mi padre torciendo el gesto porque mucho colegio de pago, mucho libro, mucha hostia en verso y prosa y a la postre le ha salido el hijo igual de bruto o más que a cualquier otro, a mi suegra dirigiendo una de sus encendidas miradas a su marido, si bien no tanto de escándalo como de regodeo, "¿ves, tenía o no tenía yo razón? ¡Un bruto, un salvaje, qué digo, un etarra, ya te lo había dicho!", a mi señora con una orden de alejamiento en la mano... Veo todo eso y me digo, no puede ser, claro que no, se me ha ido la pinza, a ver si no voy a poder ver crecer a mis campeones. De modo que "pax vobiscum", "flower power", amaos los únicos a los otros y venga a esta habitación mi reino, vamos, que aquí mando yo y basta ya de pasarlo bien, que "susvais" a matar, joder. Eso y un par de collejas para cada uno, por cafres. Vamos hombre, lo que hay que ver, que no se diga que no "semos" civilizados en esta casa, gente de orden, de nuestro tiempo; una época de mierda, por cierto.

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