jueves, 27 de marzo de 2014

OTRO CULÍN...


 Llego hecho una pasa bajo la lluvia al chigre de San Claudio/Sancloyo con la chamarra y la capucha negras que me dan una pintas como si fuera una de esas sombras a caballo que persiguen a Frodo en el Señor de los Pestiños. Dentro ni un alma a excepción de las de la dueña detrás de la barra y la de su marido delante de ésta y como siempre hojeando la prensa deportiva o enredando entre las teclas de su móvil. Sobre la barra un vaso de sidra con un poso de vino tinto recién bebido, se ve que aquí todo lo toman en esos vasos, mutibebidas que digo yo. La dueña que nada más verme entrar se lanza hacia la máquina del café, que ha adivinado que hoy no traigo ganas precisamente de tomarme un cañón de cerveza; no está el día para esas hostias, eso y que la señora es una profesional de lo suyo como la copa de un pino, vamos, que sabe estar al loro de lo que acostumbra su clientela. Entonces, una vez servido mi descafeinado de máquina, no voy a hacerme cuatro kilómetros de ida y otros tanto de vuelta para lo de controlar la tensión y luego ponérmela por las nubes a base de cafeína, el marido que llama su atención desde su rincón de la barra enfrente de donde yo me encuentro.

-Oye, yá te pagó los trés vinos que se tomó?.
-Non, inda (todavía) non, pue que tómese dos más como acostuma.
-Vale, pos non te escaezas (olvides) de pidi-y lo primero que se vaya.
-Yá sabes cómo ye, casi nunca lleva dineru enriba (encima), ho!
-Sí yá sé que ye un casu especial, ho!; pero, nun jodas, ¿por qué tenemos que subvenciona-y nós los sos vicios?

Yo pensando en el chaval que oficia de tonto del pueblo para lo de que los paisanos tengan a alguien sobre el que descargar sus frustraciones y/o sentirse siquiera por una vez mejores que el prójimo, que me imagino que lo deben tener a sueldo en el ayuntamiento, y en eso que oigo el ruido de la cisterna al darle a la cadena y al rato veo salir del servicio a una paisana mayor, esta sí que hecha una pasa por los años y los achaques, que viene hasta donde yo me encuentro, agarra el vaso vacío de sidra, lo levanta y le grita a la dueña:

-Échame otru culín de vinu, muyer, qu'inda tengo una sei que muerro, ho!

Oído lo cual apuro mi descafeinado, me echo encima la chamarra empapada y me dispongo a emprender mi camino de vuelta a casa con el ánimo por los suelos. No es para menos, me pego todos los días una caminata de casi dos horas para lo de tratar de ahuyentar lo máximo posible la amenaza de un infarto por la cosa esa de la tensión a la que me refería antes, que ya me he quitado la sal y reducido sustancialmente las cantidades de alcohol en taninos y lúpulo a las que estaba acostumbrado, y va la puta "vieya" y...

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