La perra de mi suegra lleva una semana entera en casa. Al principio pensaba que tanto tiempo con la perra de mi suegra en casa iba a ser un coñazo porque ya sabemos cómo son estos bichos. Pero no, la verdad es que ha ido todo mil sobre hojuelas con la perra de mi suegra. Al principio creía que me iba a pasar el día recogiendo la mierda que dejaría por las esquinas, pasando la fregona sobre charcos de meada o recogiendo manojos de pelo del tamaño de un estepicursor (que para el que no lo sepa, como yo hasta hace un segundo antes de mirarlo en la wiki, son esas bolas de hierba seca que el viento hace rodar en las películas de vaqueros, y de ahí que también las llamen plantas rodadoras). Pues no, la perra de mi suegra es mil veces más limpia, curiosa, que los dos gorrinos que tengo por hijos y cuya función principal en casa no parece ser otra que cagar, mear, desordenar y esparcir todo tipo de residuos orgánicos por las habitaciones. A decir verdad, la perra de mi suegra da muchísimo menos la lata que mis dos hijos varones. La perra de mi suegra no protesta por nada, mis hijos todo el puto rato y por todo. La perra de mi suegra tampoco está todo el tiempo encima de mí para que me someta a sus caprichos, ya sea para limpiarle el curo cada cinco minutos como al canijo, para alcanzarle un Actimel de la nevera o para que me deslome sobre la alfombra construyendo figuras imposibles con los Lego o preparando las filas de los legionarios romanos, egipcios, medievales, pastores del Belem y demás ralea del Playmovil para la batalla. De hecho, la perra de mi suegra no me interrumpe constantemente cuando estoy al ordenador para decirme que está siendo el peor día de su vida porque ya no sabe a qué jugar y su hermano mayor hace ya meses que fue abducido por diferentes artilugios digitales. La perra de mi suegra me lo come todo, básicamente el pienso, pero por lo menos no pone la voz en grito porque cree que ha visto algo verde en el plato, me pide que se lo pase para luego seguir sin probar bocado o se come la guarnición y deja lo principal en el plato. A la perra de mi suegra no hay que leerle dos, tres o cuatro cuentos a la noche para que se duerma, se pasa el día echando cabezadas. A la perra de mi suegra no hay que llamarla a gritos para que haga esto o lo otro, cuando estoy a solas con ella me sigue a todas partes pidiéndome mimos, y mucho me temo que hasta lo haga en la convicción, porque ya se sabe que los perros ven una mierda y además muy limitados en cuanto a colores, de que debo ser la versión mejorada, esto es, más joven, guapo y atlético, de mi suegro; por lo de la barba y tal. Y lo mejor de todo, la perra de mi suegra no me arma una escandalera cada vez que la preparo para sacarla de casa. Al revés, está deseando que la baje al parque a hacer sus necesidades después de no sé cuántas horas de hacer de alfombra en casa. Y por si fuera poco, una vez fuera no tengo que ir corriendo detrás de ella todo el rato como con el pequeño, ni tampoco escuchar todo el camino sus quejas como con el mayor. La verdad es que, puede que la perra de mi suegra no sea tan divertida como mis críos, que no me eche tantas risas como con ellos, que las conversaciones con ella sean tirando a monólogo, que no me vea retozando con ella por el suelo a lo pressing catch como con ellos, que incluso no me provoque esa atávica sensación de orgullo al reconocer en ellos los rasgos y gestos de los de mi sangre, toma ya; pero, la verdad sea dicha, como alternativa para llenar el nido vació cuando llegue el momento tampoco está nada mal...
domingo, 15 de marzo de 2015
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