"No quiero que en Andalucía mande un partido llamado Ciutadans y su presidente, Albert" Y no lo dice el bocazas de turno y luces las justas junto a una barra de una taberna cualquiera, no, sino Antonio Sanz, delegado del Gobierno en Andalucía. Lo dice además en un mitín del PP, convencido de que así sí, así sí que cala el mensaje, que para qué andarse con finuras intelectuales si luego no van a ninguna parte, cuando puedes recurrir a los bajos instintos del que tienes delante, de la masa informe y analfabeta que es a la que debe estar convencido que se dirige porque de lo contrario este señor con cargo y, se supone, que también currículo, sería más tonto de lo que ya estamos acostumbrados entre los de su gremio. Ahora bien, como hubiera sido un catalán el que hubiera insinuado algo parecido ya estaríamos con lo de los nacionalismos xenófobos y toda la monserga al uso. Pero, como lo dice el señor Sanz con esa (poca) gracia andaluza que lo caracteriza, pues pelillos a la mar, si en fondo todos entedemos el mensaje: catalán = bicho raro y por lo tanto sospechoso, español con reservas aunque si nos preguntan diremos que igual o más que el acueducto de Segovia.
Otra anécdota de esta semana para ilustrar esa especial concepción de España de la, en mi opinión, la plana mayor del españolito medio, claro que con sus honrosas excepciones, claro que sí. Un señor de Sabadell que acude a la embajada de España en Bélgica a presentar una manifestación de voluntad, es decir, una declaración escrita de su testimonio en un juicio que se tenía que hacer en Sabadell, para que fuera enviada al juzgado y él no tuviera que viajar expresamente desde Bruselas. ¿Qué ocurre? Que el funcionario de turno no acepta el documento porque está escrito en catalán y dice que ni lo entiende ni es legal. El afectado protesta y entonces el funcionario llama a seguridad para que lo pongan de patitas en la calle. ¿Pero no tiene derecho el ciudadano de Sabadell a presentar en catalán su documento para un juicio que se hace en catalán tal y como está reconocido por la ley? ¿No es España un país plurilingüe, no son cooficiales el catalán, gallego y el euskera? Será sobre el papel, el de la Consti y los diversos estatutos de autonomía, en la práctica, esto es, al funcionario de la embajada, se la suda. Claro que se la suda, porque en su imaginario, como en la mayoría de los españoles de a pie, España es un estado monolingüe, la única lengua oficial, seria, válida, es el castellano y todas las demás ganas de joder, molestas excrecencias que hace tiempo ya que tendrían que haber desaparecido para asegurar un país monocolor y por lo tanto libre de los irritantes particularismos al uso que no hacen otra cosa sino poner en tela de juicio la unidad de destino en lo universal de España. ¿Qué exagero, incluso deliro? Pues mira, reconozco que hablo más con las entrañas que con la cabeza, que esta opinión no es sino la consecuencia de mi experiencia personal y de lo que oigo, leo y veo a diario. Sería muy bonito vivir en la convicción de que la mayoría de los españoles no sólo acepta que hay partes de su país con una lengua y cultura propia y que por ello tienen todo el derecho a usarla y promoverla, incluso que todos esos españoles asumen como propia esa riqueza lingüística y cultural, que no la ven lejana u hostil aunque no la entiendan, no digamos ya que se enorgullecen de ella. Claro que los hay, pocos, entre los que, por supuesto, no incluyo a los del discurso de "...si a mi no me importa, siempre y cuando..."; tanta condescendencia no es sino una manifestación paternalista de esa concepción de España como una Castilla ampliada y los que se distinguen de ésta eternos granos en el culo a los que, animalicos, haciendo un acto de generosidad colosal se les puede tolerar sus ganas de hacerse los "diferentes" mientras no den mucho el cante, vulgo, mientras no pretendan ocupar en sus respectivos territorios los espacios que el castellano tom`o para sí en el pasado relegando la lengua local a cosa de aldeanos y poco más. Porque me temo que de eso va la cosa, de la profunda irritación e incomprensión que crea el propósito de una mayoría de catalanes, gallegos y vascos de otorgarle a su lengua vernácula los mismos derechos que ha disfrutado históricamente el castellano como única lengua oficial. O dicho de otro modo, que de la misma manera que un señor de Ávila jamás tendrá que preocuparse desde que nace hasta que muere por su derecho a hablar y utilizar su lengua materna en cualquier ámbito de su vida diaria, los otros por qué no con la suya. Sobre el papel todo lo que se quiera, en la práctica eso viene a ser como cuestionar una unidad de España que no es otra cosa que lo que hablaba antes: una Castilla ampliada y para de contar. De ahí la idea generalizada, sustentada a diario por la inmensa mayoría de los medios españoles, de que toda reivindicación lingüística o cultural de la periferia es sinónimo de nacionalismo, separatismo, esto es, lo peor (si bien previamente hay que demonizar también cualquier expresión nacionalista o particularista. Como muestra un botón. Mi editor de Málaga me comunicaba hace años que debía quitar de mis datos personales el "Gasteiz" de mi ciudad de origen. ¿Por qué si Vitoria-Gasteiz es el nombre oficial de la ciudad? Pues según él porque se trataba de una concesión al nacionalismo y su editorial no estaba dispuesta a pasar por el aro; en España en español, vamos, en castellano y para de contar (poco importa que Gasteiz sea el nombre originario de la aldea sobre la que un rey navarro fundó Vitoria y no su traducción, ni siquiera que al igual que más de una cuarta parte de los topónimos vascos de población su etimología no sea euskara sino latina; no, no importa, si suena a vasco ya es malo y para de contar) . Otros sí, otros pueden condescender con los malditos nacionalistas y escribir Sansenxo por Sanjenjo, Arenys de Mar por Arenas de Mar o Azkoitia por Azcoitia, mi editor de Málaga no lo hacía, he ahí un patriota español con todas de la ley, orgulloso de la piedra que aportaba con su ejemplo a ese dique inexcusable que los de su cuerda exigen que se vuelva a levantar para acabar con tanto exceso "periférico". Mi editor de Málaga ni entiende ni acepta esa diversidad lingüística de España, para él sólo es digno de ser tenido en cuenta lo que viene en castellano o castellanizado. El resto siempre es imposición de los perversos nacionalistas, da igual que en el caso del nombre de Vitoria-Gasteiz su oficialidad fuera aceptada por todos los grupos políticos municipales incluyendo los llamados constitucionalistas, según él eso se podía deber a la presión del "nacionalismo ambiental" que los condicionaba, que los obligaba a sentirse "diferentes", cuando no el miedo a ETA y todo en ese plan tan de frenopático. En fin, se podría decir que mi editor es uno de esos españoles para los que la realidad nunca es un obstáculo con tan de defender sus más acendradas convicciones; si ésta no les conviene, no les da la razón, simplemente pasan de ella. Pero ya digo, es una constante, tanto la de encontrarte con gente que presume de tirar a la basura documentos sólo porque vienen en catalán sin pararse a pensar si ha sido un error su envío, sin tomarse la molestia de pedir que se los reenvíen en castellano, gente que se lleva las manos a la cabeza porque ha visto un producto escrito en alguna de las lenguas cooficiales de España, gente que se siente atacada ya sólo cuando lee u oye hablar a otros en esas lenguas distintas al castellano.
Y sí, por supuesto que también se pueden dar actitudes igual de intolerantes entre los otros, gente que se niega a hablar en castellano, que hace comentarios despectivos de los que lo hablan, que exige su total desaparición de la vida pública en sus localidades, incluso que desearía poder tratar a los que lo hablan como ciudadanos de segunda. Pero no deja de ser la misma, idéntica, mentalidad intolerante e incapaz de aceptar la diversidad de lo propio y de los otros a la que me vengo refiriendo a lo largo de este largo post. En realidad es la respuesta instintiva a ello, la misma por la que decimos que no hay nada más parecido a un nacionalismo excluyente vasco, catalán o gallego con su correspondiente bagaje en mitos patrios y ensoñaciones territoriales irredentas que otro nacionalista de esa España monocolor, jacobina, exclusivamente castellana y de reminiscencias imperiales y unidades de destino en lo universal a imagen y semejanza de lo que les enseñaron a nuestros mayores en la escuela franquista.
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