Leo esta noticia/reportaje de ELCORREO sobre "El misterio de los árboles torcidos de Urbasa", y no puedo evitar, en un arranque de responsabilidad para que la cosa no acabe saliéndose de madre y tal, que fíate tú entre botánicos y periodistas, confesar un episodio de mi tierna infancia. Que resulta que con diez, once o doce años, no me acuerdo exactamente, mis progenitores acostumbraban a "dominguear" con unos amigos de Alsasua en el famoso hayedo mágico de Urbasa, a lo mantel de cuadros sobre la hierba, fiambrera con tortilla de patatas, bacalao rebozado, chorizo, jamón y vino, mucho vino. Y en eso que después de la siesta sobre la hierba les daba a los mayores por ir a dar una vuelta por el raso de Urbasa hasta el palacio de Etxabarri, creo recordar que con la excusa de comprar un queso de la zona, dejándonos a un servidor y al hijo del amigo de mi padre y compañero de mi cole y clase en Vitoria, solicos al cargo del campamento dominguero. Momento, faltaría plus, para que aquellos tiernos infantes que éramos aprovecharan para probar aquel misterioso elixir bermejo que tanta alegría parecía proporcionar a nuestros mayores. Total, que era tanta la sed que nos entraba tras la ingesta desmesurada de zumo de uvas fermentado (sí: "os juro que pensábamos que era mosto, ¿por qué no me creéis nunca...?"), que R no dudaba en proponer que nos acercáramos hasta una fuente que decía conocer hayedo abajo. Proposición que acababa con una carrera cuesta abajo y sin control intentando sortear los árboles, la cual a su vez daba siempre en una especie de máquina del millón o pinball a escala humana con nosotros haciendo de bolas. Menudas hostias hasta llegar a la fuente de marras, como para no retorcerse los árboles aquellos...
http://www.elcorreo.com/alava/planes/excursiones/excursiones-navarra/201503/27/bosque-encantado-toque-cisterciense-20150323194207.html
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