martes, 12 de octubre de 2010

FLANEUR DE PROVINCIAS



Flaneur de provincias porque te encanta pasear por los cascos viejos de las ciudades que visitas, prácticamente es lo único que te gusta ya de las ciudades, callejear entre las huellas de su pasado, descubrir la modesta belleza de esos edificios que el tiempo ha respetado por indiferencia o verdadero apego de los lugareños al mismo, pequeñas joyas olvidadas en forma de la hornacina de una Virgen o un santo incrustada en una fachada medieval, escudos nobiliarios que crees que antes no estaban ahí pero ahora sí, detalles hornamentales de las viejas casas gremiales todavía visibles o casi, de los palacios todavía en pie y también de aquellos que la imaginación o la irreverencia del arquitecto de turno van transformando en algo que no fue, que ni pega con la época que fueron levantados sus cimientos ni con la biografía de sus dueños, a veces de repente un medievo sobre un edificio del Renacimiento o el Barroco al que sus dueños fueron añadiendo durante generaciones nuevos elementos y que la imaginación desquiciada o ágrafa de un particular con ínfulas restauradoras ha vuelto, ya no a su época original, sino a otra en la que lo que allí había era otra cosa, otra casa. Paseas para poder constatar que otros edificios tildados de monumentos o casi todavía están ahí, que lo que hasta hace unos días era un palacio abandonado a su suerte, a la desidia de sus dueños, las inclemencias del tiempo y la infamia de los que cubrían sus muros ya no sólo con pintadas supuestamente subversivas sino incluso con las fotos de los heraldos de la muerte que ellos creen héroes.

Paseas y ya no sólo encuentras la chabacanería de antaño en los baretos del territorio comanche donde todas las noches se brindaba a mayor gloria de una manada de asesinos. Pasas por delante de sus vidrieras y a ratos incluso crees reconocer algún que otro conocido, de los que siempre estaban ahí, al mando del negocio o de la bronca, no se han jubilado, sólo han encanecido, se han echado años encima y mucha, pero mucha mugre (ayer paseando por la Kutxi vi al otro lado de la ventana del Uxarte al mismo cachalote barbudo de hace décadas, inasequible al desaliento y puede que también a la bayeta, como que hay que ser muy simpatizante de la cosa pericolosa para llevarse al gaznate cualquiera de sus pinchos...). Paseas y descubres que, pese a que todavía las pintadas y los pasquines sólo anuncian más de lo mismo, lo alegre y combativo ya sólo es un reducto menguante hacia el interior de lo viejo y prácticamente ya en una sola calle. El resto se ha renovado para no morir, han cubierto sus barras de pinchos e incluso se diría que también han echado mano a la escoba, algunos hasta han puesto terraza ahora que el invierno parece una broma, que ni el otoño cruje como antes ni hay que temer por la integridad del mobiliario porque la jarana borroka ya no es el pan de cada de cada día, del fin de semana como entonces, yo creo que hasta ellos se habían cansado de aquella rutina.

Así que sigues merodeando por el territorio de tu juventud y compruebas que lo que siempre estuvo allí pero que apenas se veía, por si las moscas, ahora reluce en todo su esplendor, no sólo los pequeños negocios que ahora exhiben en plena calle su mercancía de exquisiteces, los escaparates de otros nuevos que apuestan por otro concepto más auténtico de lo alternativo, ropa de diseño o sólo para vestir la disidencia antisistema de lujo, alguna de esas franquicias de siempre más de lo mismo pero a precios de espanto, artesanía de los herederos con pediente de los antiguos y verdaderos maestros (como que me parece que han cerrado la última botería de la Corre), mucha bisutería, souvenirs con mucha txapela e ikurriña para los turistas a la sombra de la catedral de Santa María y su tinglado mercantil, pinchos que quieren ser tan de diseño como la decoración de los bares cuyo suelo apenas hace unos años se cubria de serrín y algún que otro vómito. También han limpiado las fachadas, reparado algunas afrentas arquitectónicas, glosado en lápidas de mármol o de lo que fuera la historia de la ciudad, rescatado del olvido el nombre de muchos de sus moradores ilustres. Hay en medio de la estampa medieval de lo viejo elementos nuevos como las escaleras mecánicas, jardines interiores o los murales que cubren fachadas menos o nada nobles, que quieren embellecer esa otra parte de lo viejo en cuyas casas reinaba la precariedad del espacio y de la vida en suma, las casas de los marginados de la ciudad, siquiera sólo de los menos favorecidos, el guetto de la ciudad autosatisfecha de su nivelazo de vida, la que gastaba a espuertas para colocar en cada barrio un centro cívico, un polideportivo, un parque, un carril bici o lo que fuera, sería por dinero... Ahora muchas de esas casas de la parte alta han sido rehabilitadas o levantadas desde sus cimientos para construir otras acaso un poco más amplias, más habitables, con encanto que dicen, respetando o simulando incluso fachadas en hipotética armonía con su entorno histórico, pintadas de alegres colores para contrarrestar el gris glacial que invade todo la mayor parte del año. Hay tramos verdaderamente atractivos gracias a este colorido de las casas y la apuesta de muchos pequeños comerciantes por lo exquisito no sólo en su mercancia sino también en el aspecto exterior de sus comercios. La entrada a la Correría es una de ellas, el rincón de la entrada trasera de San Miguel con su modesto pórtico, la sombra imponente de los muros del palacio de los Corcuera y los pinchos de diseño de la Malquerida una verdadera joya donde nos demoramos todo lo que se pueda mientras lo permita la climatología.

En fin, también anoche estuvimos de cena en la casa de unos amigos al final de la Zapa, como siempre de cine, rabo de toro, chipirones y un montón de todo. También yo pienso que merece la pena renunciar a ciertas comodidades de las urbanizaciones del extrarradio, un garaje a mano, cierto ruido nocturno o lo que sea, allí donde la ciudad ya parece que deja de serlo y se convierte en campos de concentración para parejas jóvenes con hipoteca, a cambio de poder vivir en el centro, en lo viejo incluso, lo cual es vivir en el meollo de todo, vivir la ciudad de lleno, al alcance de todo, un bar en cada esquina. El caso es que mientras discutiamos a grito pelado como y por lo de costumbre, reíamos otro tanto y algunas bebían como nunca, pues que al otro lado de la ventana a la que me asomé por curiosidad, de repente una escena de película mala, Mohamed intentando pasar sustancias ilegales a una pareja de treintañeros que al rato le sacaron la placa, lo plantaron de una hostia contra la pared, le abrieron las piernas de una patada en sus partes y allí estuvieron escudriñándole la existencia, no joden poco ni nada las autoridades a los autónomos. A saber qué pasaría, supongo que nada porque de vuelta a casa vimos a Mohamed tan pancho por la calle, puede que con cara de pringado por no haber sospechado de lo extraño de dos treintamuchos queriendo pillar costo en una calle donde la media de los asiduos a sus baretos apenas pasa de la veintena. Hay que espabilar Mohamed, anda que no debe joder poco ni nada darse luego un garbeo por algún local de esos molones para treintañeros y ver cómo disfrutan otros de tu mercancía por todo el morro.

Claro que para pringados con laudem aquel navarrico de Oronoz-Mugaire al que unos cabrones le ordenaron desde un telefóno móvil ponerse de rodillas para rezar un Ave María haciéndose pasar por Guardia Civiles, eso tras haberle ordenado también que metiera el dedo en el agua del radiador del coche, comprobara la varilla del aceite y toda la hostia. Y encima las hay que se indignan porque la broma nos hace gracia a algunos de puro chusca, que somos unos desalmadados prepotentes, mala gente, que nos reimos de la debilidad ajena. Será que no se puede ser tan lerdo, tener tan poca dignidad como para creer que porque un uniformado te lo ordene te tienes que humillar porque al él le dé la gana. A ver si ahora va a resultar que estamos en Corea del Norte, Irán, Marruecos o por el estilo. Y no digamos ya nada si luego vas y autorizas que hagan pública la broma, que ya no es que tuvieras un mal momento, es que eres tonto del culo y punto. Ya nos entendemos, ya.

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