domingo, 10 de octubre de 2010

HISTORIAS DE MOROS


Resacón de aupa tras un sábado de jarana desde el mediodía encerrados en medio del campo. Por si fuera poco tengo la impresión de que de siete adultos el único que le dio ayer al frasco fui yo y a conciencia. A ver si va a resultar que soy el último de la cuadrilla por madurar o algo así, qué miedo, cualquier día de estos me ponen en la mesa con los niños...

En fin, receso para una entrada tras perseguir a los enanos por toda la casa. De nuevo frente al ordenador paterno y la estampa del dorado otoñal de las hojas de los árboles del jardín, la hojarasca arremolinada que cubre el cesped del jardín y el horizonte gris sobre los tejados de las casas de Berroztegieta después de un inesperado amanecer refulgente que parecía anunciar una mañana soleada, esto es, de tregua pluvial, rostros expuestos todo lo más al rigor de viento sur, paseo dominical, pincho, vermute y períódico, pero que luego ha quedado en un cielo encapotado y un bajón de ánimo que te diré, casi me dan ganas de ponerme fados.

Ayer por las tierras del valle de Zigoitia sorprendentemente secas para esta época del año, horizontes pardos de las estribaciones del Gorbea y la sombra al fondo de éste y sus montañas hermanas, no muy lejos de las míticas cuevas de Mairulegorreta donde las sorginas, lamias, basajaunes y demás seres mitológicos hace ya lustros que cedieron el interior de la cueva a los excursionistas, y también de vez en cuando a las más variopintas reivindicaciones. No obstante, el nombre de la cueva hace referencia a otro tipo de personaje mítico, más que mitológico, a los mairuak, esto es, a "los moros". Siguiendo una costumbre extendida por toda la península, el personaje del moro es una reminiscencia de los tiempos de la reconquista al cual se le atribuye todo tipo de cualidades, desde las que hacen referencia a la maldad innata de los mismos y que convierten a los lugares bautizados con tal nombre en sitios malditos o por el estilo, sitios a los que los niños de los pueblos tenían mejor no acercarse porque les podía pasar cualquier tipo de calamidad, desde que los secuestraran los pérfidos moros para el tráfico de órganos o por el estilo, a que se cayeran en una torka donde se escondían éstos, a otro tipo de leyendas más simpáticas y sugerentes que hacían referencia a la existencia de tesoros escondidos por los mahometanos. Así de ambiguas parecen haber sido siempre las relaciones con el vecino del otro lado del Estrecho.

Por lo que parece, o más bien leo en la Enciclopedia Auñamendi, la cueva de Mairulegorreta también tenía su tesoro todavía sin encontrar, lo que me hace sospechar que muchas de las jaranas que se celebran en su interior pueden estar relacionadas con la búsqueda encubierta del mismo.

Y así como sin quererlo, ahora que escribo a las faldas del Zaldiaran, recuerdo que también dice una leyenda que en el desparecido castillo en lo alto de este monte vivia una mora de gran belleza que solía peinarse los cabellos con un peine de oro. Nada se sabe ya de la estupenda mora, aunque no sé yo si la señora habrá cambiado de domicilio, trasladándose a apenas un par de kilómetros, en concreto hasta un caserón con luces de neón y farolillos rojos abierto las veinticuatro horas que hay en el vecino pueblo de Ariñez. Si es cierto eso de que toda leyenda tiene un trasfondo alegórico o lo que sea, la leyenda de la mora del Zaldiarán bien podría hacer alusión a la pionera de la zona en ese ramo profesional tan reputado del sector servicios; otra cosa es que sus sucesoras ahora hablen con acento brasileño o por el estilo.

También, y ya para terminar sin salir de la provincia, recordar la leyenda de "la casa del moro" a las faldas del Toloño, más en concreto a la altura de despoblado de Taborniga o Tabuerniga en el municipio de Labastida. Se dice que en la casa vivía un moro con tres hijas. Las hijas se enamoraron de tres cristianos por lo que decidieron escaparse ante la negativa de su padre a permitir la relación. Lo hicieron una a una para no despertar al progenitor. El padre, al darse cuenta de que se habían escapado les echó una maldición para convertirlas en roca. Por ello, desde la casa del moro podemos observar tres grandes rocas que se corresponden con cada una de las hijas convertidas en piedra en el lugar donde se encontraban al darse cuenta el padre de la traición. Bonito, y también muy ilustrativo acerca de lo ya de antiguo que viene la cosa esta del Conflicto de Civilizaciones...

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