sábado, 16 de octubre de 2010
MI PRIMER CUENTO
Tarde en el Parque del Infierno, sección libros infantiles de una conocida cadena de cultura enlatada. M que no para de sacar cuentos de todas las estanterias y servidor que repara en uno ellos que lleva como título El Hoplita, por Arturo Pérez Reverte. Se trata de un ejemplar perteneciente a la colección Mi Primer Cuento para la que varios escritores de relumbrón prestán su nombre a modo de gancho.
Pero claro, de eso me doy cuenta más tarde, antes pienso que ha sido el mismo Arturo Pérez Reverte el que ha perpetrado el cuento en cuestión, con lo que me temo que voy a encontrar una historia poco más que así; un niño espartano, digamos de nombre Epaminondas Alatristepoulos, el cual, tras haberse licenciado en el muy encomiable y eficaz sistema educativo espartano, Pérez Reverte dixit, esto es, tras haber recibido más palos que una estera para hacerse un hombre de provecho, o lo que es lo mismo de haber nacido en aquel inmenso colegio de curas que era Esparta, en un hoplita o soldado griego como Zeus y otros tantos dioses mandan, va y se presenta para la Guerras Médicas, lo que no tiene nada que ver con los problemas del colegio de turno con las autoridades sanitarias de sus respectivas comunidades autónomas, sino más bien con un pequeño conflicto que tuvieron los griegos años ha con los persas porque estos se habían empeñado en ponerles un Kebab en cada calle o algo así.
Pues eso, que dado el estilo y el espíritu del Pérez Reverte ya me estaba temiendo que el pequeño hoplita tendría que vérselas con la traición de los corruptos y decadentes gobiernos de las respectivas polis griegas, el pequeño Epa solo ante miles de enemigos medos en medio del desfiladero de las Termópilas, testigo de excepción del descalabro de Leónidas y sus trescientos, de la traición del tebano, la cobardía del resto de los griegos y demás mandangas. Y en esas que va el crío y se lía a hostias con los ahmadineyades de entonces para vengar la muerte de sus paisanos. Como que al final tiene que ser el puto crío quien impida de verdad la invasión de los pérfidos asiáticos, él solico les da una tunda de ahí te menees que ya no les queda ganas de invadir nada hasta nuestros días, sanciones de la ONU mediante. Conclusión o más bien moraleja, que hablamos de un cuento: sólo el valor ilimitado de un chaval es capaz de detener al ejército invasor, metáfora del peligro al que hoy en día nos enfrentamos con los mahometanos, los moros malos malísimos, ni diálogo entre civilizaciones ni hostias en vinagre, caña al del turbante y punto, con dos cojones helenos. Y todo ello, claro está, pese a la indiferencia, la corrupción y la traición a secas de los políticos de entonces. Lo dicho, todo muy Arturo Pérez Reverte.
Y si el del Reverte podía haber sido tal que así, imaginemos que el difunto Camilo José Cela se hubiera prestado a reescribir el cuento de La Habichuela Mágica. Seguro que en su versión ni ogro, ni gallina de los huevos de oro, ni planta gigante ni nada de nada. En la versión de Cela el Periquín se habría tragado de golpe las habichuelas al instante de dárselas el hombre del bosque (Dios me libre de insinuar que en el cuento de Cela el Periquín sería gallego o asturiano, esto último por el nombre, digo) y luego se hubiera pasado toda la noche tirándose pedos sin parar con un estruendo digno de erupción volcánica. Y así una noche tras otra hasta que su madre lo hubiera echado de casa y éste habría acabado de atracción de feria para sus restos. ¿Moraleja? No te comas las habichuelas crudas, espera a que se hagan en la olla y echáles un poco de jamón y chorizo que así salen más ricas, que pareces bobo.
Y ya puestos a desbarrar de lo lindo, ¿y si en lugar de escritores fueran políticos? Anda que no molarían títulos del tipo de: Pinocho por Jose Luís Zapatero, La Bella Durmiente por Mariano Rajoy, o ya en plan más local y haciendo referencia al pifostio que tiene montado el PP asturiano con lo de la candidatura para las futuras elecciones autonómicas: La Bella y la Bestia por Gabino de Lorenzo.
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