jueves, 28 de octubre de 2010

UNA DE ROMANOS


No comparto el rechazo snob a la televisión de tanto espíritu autotitulado de cultivado, finolis o aspirante a tal. No lo puedo hacer desde el momento que pertenezco a una de las primeras generaciones educadadas con/por la Tele porque he crecido con ella, por lo que forma parte de mi bagaje como persona y me ha acompañado en tantos y tantos buenos momentos. No obstante, reconozco y comparto la opinión de que la tele hoy en día es una mierda pinchado en un palo. Si bien, no tanto una cochinera con todo tipo inmundicias, que también, como un verdadero coñazo a falta del más mínimo sentido de la originalidad o ingenio. Cuantas más cadenas tenemos menos hay para elegir. En casi toda ellas imperan los programas basura donde la materia prima es siempre el lado más repulsivo del ser humano, el chisme, la maledicencia, el calumnia que algo queda, carnaza para los bajos instintos, la portería de toda la vida trasladada a la pantalla, ya dijo Umberto Eco que dejó de verla cuando se dio cuenta de que en lugar de salir en ella gente interesante con cosas que contar empezaron a salir tipos como su vecino del quinto con nada especial que decir. Y ya no es sólo que reine la infamia, la vulgaridad, la admiración por los sinvergúenzas, el regodeo de los analfabetos, el desprecio innato hacia cualquier forma de pensamiento inteligente, la pura nada. Es que incluso aquellos espacios en principio serios como los informativos apestan a más de lo mismo: el impacto sobre la noticia, la manipulación de los instintos, la exaltación de la bobería, la tergiversación a mayor glora del bando mediático de turno, propaganda por un tubo. En fin, para muestra de lo más de lo más cualquier informativo o programa de Telecinco.

No obstante, y partiendo de la idea de que para un servidor la televisión tiene que ser ante todo entretenimiento, no una prologanción del sistema educativo como promulgan algunos, siquiera a forma de relajo de las actividades que le ocupan a uno el resto del día, mira que no hay cosas o modos de cultivar el intelecto o disfrutar de la vida sin tener que sentarse delante de un televisor, películas que ver sin cortes publicitarios, partidos de fútbol en el bar de la esquina, mira que no hay bares que visitar o sitios para darse un garbeo, no desisto en buscar una serie que merezca la pena para los momentos de dolce fare niente, que es un género puramente televisivo y todavía más de entretenimiento.

De este modo hace unas semanas pude disfrutar de LOS PILARES DE LA TIERRA, basada en el coñazo supremo del bestsellero KetteFollen (que es como se le llama en mi ciudad tras la mandanga aquella de la continuación de los Pilares en un libro inspirado en la catedral de Santamaria de Vitoria y la paletada del político de turno de dedicarle al pavo por tan poco una estatua de bronce como si de un Aldecoa cualquiera se tratara, ya nos entendemos...). La serie está rodada por el siempre discutible y no menos efectivo Ridley Scott, garantía de que al menos lo estará bien y además con mimo. Y en efecto, si el libro es un tostón de mil pares de narices, pura farfulla impresa para amigos del dámelo todo hecho, la serie es una gozada como reconstrucción de época y desarrollo de personajes y guión. No es de extrañar que así sea porque, a parte de su director, que el libro de Ketefollen sea en realidad un extenso y pormenorizado guión cinematográfico antes que una verdadera novela, a la fuerza tiene que ayudar a ello. Ambiente, luz, ritmo, retrato de personajes, todo contribuía al desarrollo de una historia con tantas aristas argumentales y calado histórico que a la postre conseguía hacer olvidar más de una penosa actuación del jovencito de turno y no digamos ya las licencias de rigor. También hay que decir que como de costumbre la presencia de veteranos actores como Ian McShane o Donald Sutherland elevan y mucho el tono.

Pues dicho esto llegamos a la de romanos. El lunes estrenaron una producción española de época, Hispania, la cual se supone que cuenta los inicios de la rebelión de Viriato contra el invasor romano. Ya de entrada la publicidad de la serie era como para echarse a temblar. ¿Una producción española de romanos? Mucho habrían tenido que cambiar las cosas para algo bueno. Mucho habría tenido también que cambiar el tono habitual de las series españoles de los últimos tiempos para ver algo decente (sólo con pensar en la primera vez que me atreví a zapear Aguila Roja, una serie ambientada en el XVII en la que salen hasta vampiros y parece ser que de un éxito apabullante, me revuelvo en mi asiento de vergüenza ajena).

En efecto, dejando a un lado algunos aciertos como la caracterización de los legionarios romanos tal y como eran los del periodo republicano, cotas de malla y escudos redondos en lugar de aquellos del imaginario colectivo del periodo imperial que sacan en las procesiones de Semana Santa, la vestimenta ibérica de algunos hispanos con sus fibulas célticas, collares, muñequeras y demás bisutería de entonces, amén del recuerdo de la falcata como la peculiar y eficaz espada de los íberos, el resto es para echarse a llorar, o a jurar en hebreo, y no parar. Ya no es que se note desde el primer instante que las tropas de la batalla (real el episodio de la matanza de Galva) están generadas por el ordenador, es que la espectacularidad de la misma brilla por su ausencia, todo suena a cumplir el expediente lo menos ridículamente posible, y no, no cuela.

A partir de ese momento todo es un despropósito, desde las penosas, vergonzosas, caracterizaciones de los personajes, muchos de ellos con cortes de pelo de peluquería, limpitos como pocos por aquel entonces y con más pintas de venir de una fiesta de disfraces que otra cosa, a las actuaciones de los actores más jóvenes, que hablan, se mueven y hasta gesticulan como españoles ya no sólo del siglo XXI sino además de evidente extracción urbana como el Ballesta que sigue haciendo de macarra de Parla, o las supuestas heroinas que siguen siendo lolitas sin sex appeal conocido (coño, que estamos hablando de cabreros que andan por el monte como si fueran niñatos que estuvieran de viaje de fin de curso en Ibiza), la dramatización de unos diálogos imposibles en boca de una gente de entonces y que por momentos te hacen pensar en un capítulo de Sin Tetas no hay Paraiso, un guión de traca en que parece que han mezclado Robin Hood con Gladiator.

No hay ningún interés en ahondar en la historia real, en mostrar o simular cómo sería de verdad la sociedad "hispana" (esa es otra, Viriato y compañía son en todo momento los "hispanos", como si todos los habitantes de la Hispania romana hubieran sido iguales, como si la diversidad étnica de entonces no fuera tan rica y variada como la de ahora, como si no hubiera íberos, celtas o celtiberos, ilergetes, la civilación de Tartessos, cántabros, astures, caristios, várdulos o vascones, todos ellos con sus diferentes culturas y lenguas y, para no perder la costumbre, a palo limpio entre ellos. Pues eso, como si ya entonces hubiera una nación o pueblo "hispano", y no un conjunto de naciones o pueblos hispanos; no se nota ni nada la intencionalidad ideológica de la cosa, el "ya entonces eramos un todo", el grano de arena en lo de la conciencia nacional y demás prosopopeyas. Y sobre todo el omitir en todo momento la palabra lusitano, que es lo que en realidad era Viriato además del genérico hispano por haber nacido en la península que lleva su nombre, el pueblo celtíbero que habitaba el extremo oriental de ésta, y por lo tanto, y aunque ocupasen también amplias zonas de Extremadura y Castilla, antepasados directos de los actuales portugueses o lusoooooooooos).

En fin, mejor no hablar de la fotografía, luz, encuadres, todo de un plano que daba grima, de la ausencia total de interés por hacer un producto creible, digno, de la ramplonería absoluta de toda cuestión artística. Como que la serie sólo se salva por goleada Lluis Homar, puede que el único actor de verdad en toda la serie y que puesto a componer un personaje de malo malísimo lo borda aún a riesgo de caer por ratos en la caricatura. Porque los romanos en esta serie son malos malísimos, y los hispanos pues eso, buenos por principio, anda que no se han matado ni nada con el guión. Ni encuadres, luz, fotografía, na de na, un puro gorruño infumable más parecido al Asterix del cine que a Gladiator o la serie de Roma en la que decían inspirarse.

Y para más inri, ayer termina el segundo capítulo y a los de Antena 3 no se les ocurre otra cosa que estrenar el telefime inglés sobre Boudica, la reina de los icenos britanos que se rebeló contra los romanos, los machachó al principio y luego, como siempre, fue aniquilada por estos. No es que fuera una maravilla, pero como producto televisivo era de lo más digno, se notaba maestría cinematográfica y sobre todo interés, tanto en la ambientación como en la caracterización de los personajes, no digamos ya las batallas, vistosas y cuidadas como pocas, ni más ni menos que como nos tienen acostumbrados los productors de la BBC y en general cualquier producción histórica inglesa. No estuvieron muy finos, no, los de Antena 3 ofreciendo en bandeja a su público la onimosa comparación, a los que nos quedamos hasta la batalla final entre los britones y los romanos, una verdadera gozada visual y técnica, seguro que no nos cabe duda de quién salió ganando, estaba cantado.

Es obvio que no disponían de los 40 millones de euros de Los Pilares de la Tierra, que en España no hay actores jóvenes de verdad si no caras guapas, que gracias a la LOGSE y derivados tampoco el personal tiene un bagaje como para pejiqueras historicistas; pero, qué hostias, no hay serie por muy pobre de decorados o medios que no se salve con unas buenas actuaciones, con un guión como está mandado y no sólo una serie de topicazos encadenados uno detrás de otro, de situaciones más vistas que el tebeo, a destacar amagar con la visión de una teta o por el estilo, penoso. Y digo yo, si no sabes, no puedes o no tienes dinero para meterte en honduras de este tipo, dedícate a lo que sabes hacer bien, aquello con lo que triunfas, no importa que tengas que resucitar a los Serrano o grabar la enésima temporada de Aida, más vale malo conocido...


Si por mi fuera lo tengo muy claro, cogía al director, productor y todos los actores y los sometía a varias sesiones continuas de YO, CLAUDIO, a ver si aprendían cómo se puede hacer una serie memorable de romanos con cuatro perras sin caer en el más absoluto de los ridículos.

*Por cierto, no hemos hablado de la música, casi nunca se habla de ella, la de la serie inglesa era buenísima, hasta salió una pava cantando una balada galesa o por el estilo, la de la española ya decía mi señora que le recordaba por momentos a la de Tiburón de Spielberg.

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