lunes, 4 de julio de 2011

AMIGUITOS



Domingo a la tarde, casi noche, tras volver de un precioso y divertido fin de semana por el oriente astur. Vinieron de visita los "amiguitos" de Vitoria, que es como le gusta al amigo Patxi referirse con rin tintín a todos los que no son él. Como vinieron en manada, que es como tienen que venir para poder disfrutar así todos juntos, mi señora los alojó en el caserón indiano de sus padres en Miyares, aldea del valle de Piloña.

Ellos supongo que también, que si lo dijeron es porque es verdad y además se les notaba, qué coño, pero nosotros lo hemos pasado de cine. Así me lo reconoció T, siempre tan concienciada en su papel de anfitriona. Por lo que a mí me toca, y sin que sirva de precedente, que ya sabemos que nosotros no somos mucho de esas hostias, la verdad es que no sólo me ha gustado tenerlos aquí, en mi exilio o destierro astur por motivos sentimentales, ¿o será simplemente sementales?, sino que también me ha emocionado; otra cosa es que como buen vitoriano procure no dejar traslucir las emociones porque eso es cosa de mentes débiles y en ese plan, cagondios, que el movimiento se demuestra andando. Eso y sobretodo porque es como nos han educado nuestros mayores por culpa de toda la mierda que llevan el zurrón entre curas, monjas, militares, guerras civiles y mucho azadón, esto es, en el pavor a los sentimientos y sobre todo a expresarlos, quita, quita, nos vayan a hacer débiles, sinsorgos, que es lo que piensan ellos, que no hemos venido precisamente a este mundo a repartir abrazos y dedicar lloros, hemos venido a sufrir y poco más, a trabajar y sobre todo sustituirles a ellos en esta repetitiva condena sin sentido de la existencia, que tengo para mí que es lo mismo.

En cualquier caso, no sólo disfrutamos de nuestra compañía como siempre desde hace mucho más de veinte años, de la complicidad que surge de haber crecido juntos, de haber vivido y bebido de todo, de haber recorrido casi medio mundo tal que así, de conocernos y sobre todo aguantarnos, de querernos (¡uy, uy, lo que he escrito, ya me ganado una hostia para cuando vuelva a V-G, a ver si mañana lunes cuando relea esto para publciarlo lo tengo que borrar), una confianza no hay quien ni nada que lo pague, también disfrutamos y cómo del entorno que nos ofrecía el oriente de Asturias y en especial de un clima que hasta hace pocos días era bien que cicatero, un cabrón de cuidado. Pero como lucía el sol y todo olía a verano, pues eso, a pasear junto a la costa, visitar bufones apagados, el horizonte marino durante toda la mañana, la comida perfecta en la terreza del Cafetín de Lastres, qué bueno estaba todo, la sidra como pocas veces, ese pixin o sapo a la plancha, esos medallones de bonito en su punto, el pulpo pedreru, las almejes y hasta la ensalada de calamares y seguro que me dejo algo.

Sé que a algunos les parece mal, que les aburre, incluso les resulta obsceno, no va con ellos, son demasiado frugales en esto y en cualquier otra cosa que huela, no ya a humanidad, si no a gente feliz y punto, mejor regodearse en lirismos cultistas o fingir que tu reino no es de este mundo, o en todo caso que tú estás muy por encima, allí a tomar por culo con tus musas, filosofando desde lo alto de tu columna en el desierto; pero yo creo firmemente que hay que recordar lo comido y bebido, que es como recordar lo mejor de la vida. Y como el acto de escribir apenas es otra cosas que el ejercicio de la memoria más o menos disfrazada o sincera, según cómo, cuándo y para qué, pues hay que hacer inventario de estas intimidades, quizás las únicas que podemos airear sin ponernos rojos. Intimidades el sábado a la noche todos a la mesa en el jardín de la casa de los padres de T. Risas y más risas mientras dábamos cuenta de unas tortillas de patata de impresión, jugosas como a mí me gustan y pocas veces como fuera de mi casa, hechas con el cariño y la maestría que Luís y Blanca le ponen a la cocina, decir que estaban cojonudas es decir poco. Pero la de la noche iba a ser, ante todo, dejando a un lado el consumo desaforado de culines de sidra (doce botellinas no es nada, flojos) una cena de quesos, esa en la que acabó imponiéndose sobre los asturianos el queso francés que compramos en un mercadillo de Oviedo a un tío de Carcassone. No tenía poca novela ni nada el gabacho, con decir que su historia podría arrancar con sus propias palabras "Carcassone será una joyita para los de fuera, pero para los de dentro puede ser un infierno", de modo que a poco que tengas pimienta en el culo, esto es, que te pique la curiosidad y quieras recorrer mundo, pues ya se sabe, en euskera se dice txapela buruan eta ibili munduan, ponte la txapela y a recorrer mundo; pena no haberle dado más opción para que nos contara su vida de trotamundos de un extremo a otro de la península, para acabar recalando en el norte de Galicia, ya digo que mi instinto veía ahí una novela.

Ya para el domingo T había programado una jornada por el interior, a la sombra de los Picos de Europa. Otro día de sol y pateo, servidor con el estómago revuelto como de costumbre por el puto vino de manzana, comida de despedida en una pintoresca sidrería de Cangas de Onís con llagar incluido, comida de picoteo por un módico precio. Y así se fue el finde de la visita, con promesas de repetirlo en otro punto de la geografía astur, de dedicar más tiempo a ello. Lo demás, lo de siempre, regreso a la rutina y a las comeduras de coco de cada cual con su cotidianidad, esas que sólo desaparecen en compañía de la gente que quieres y de ahí que, como bien decía el sábado a la noche mientras servía unos culines y lo ponía todo hecho un Cristo, todo lo más que pido a la vida, dejando a un lado la salud de los míos y su bienestar, es poder disfrutar de momentos como ese, con ellos como con cualquiera al que tenga afecto, siempre de tú a tú, ya sea disfrutando de la complicidad que dan los años o de esa otra que va surgiendo a medida que conoces a otras personas, siempre en libertad, entre iguales, libre del peso de lo correcto, lo adecuado, la necesidad de tener que medir tus palabras para no molestar a terceros y con ello herir a los que quieres, de ahí que todo lo que sean bodas, bautizos, comuniones y demás encerronas familiares me resulten una verdadera condena, un mero compromiso y poco más, si lo pasas bien mejor que mejor, pero esa no es la intención, es otra muy distinta, muy de rito de clan, de recordar jerarquías y arrogarse derechos sobre otros al amparo de algo tan accidental como la consaguinidad propia o ajena, lo que sea con tal de fiscalizar la existencia del prójimo, o simple y llanamente tocar los cojones porque sí; en resumen, lo que menos le apetece a uno, ejercer de formal, de tipo serio, educado y hasta puede que dos dedos de frente, o lo que es lo mismo, de callar y fingir ser otro, el que quieren o esperan los demás.


*como sé que hay la tira de fotos de este finde, espero a que me manden algunas para ilustrar debidamente esta entrada tan personal. Entretanto habrá que conformarse con la de arriba.

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