sábado, 9 de julio de 2011

COSAS DE LA VIDA



Abandonado en casa por mi familia este sábado gris y lluvioso -llueve a cántaros al otro lado de la ventana-, sin más quehacer que las cosas de uno frente a la pantalla, algo de lectura y música, mucha música, servidor tiene que reconocer que ha acabado hasta los cojones de explorar nuevos artistas o grupos de lo que podemos llamar pop-rock en español. No niego que haya cosas que merecen la pena, cosas muy bien hechas además, quizás mejor que nunca, menudos músicos hay por ahí. Pero el resultado, o mejor dicho, el espíritu tirando a serio o trascendente de lo que parece predominar en la actual música española acaba cansándome, acogota lo suyo. He acabado hartito de tanto cantante desgarrado o grupo de intensidad guitarrera a tope. He acabado hartito de tanta pose para la posteridad, la búsqueda de la excelencia sonora o poética a cualquier precio. ¿Qué les pasa a estos jovencicos? ¿Por qué son tan serios, tan solemnes en todo lo que hace? ¿La cosa es tal que después de visionar mucha Marea, Pereza, Amaral, Ivan Ferreiro y compañía, he acabado dándome una vuelta por mi biografía sonora, siquiera sólo la que sonaba en los antros que frecuentábamos en lo viejo, las canciones que tarareábamos a voz en grito a altas horas de la mañana puestos hasta arriba de todo. Puede que no fueran unos virtuosos con sus instrumentos, que de música lo justo, la lírica como que de retrete o así; pero coño, por lo menos no se tomaban tan en serio a sí mismos, sabían a lo que estaban, a pasarlo lo mejor posible sin renunciar a la rebeldía, vamos, lo que viene a ser tocar los cojones. Por eso después de tanta cosa contemporánea escucho a los divinos chicos acelerados de la Margen Izquierda, de los que creo que ya sólo queda uno vivo porque aquellos fueron tiempos muy duros, y tengo que reconocer, ahora soy yo el que se pone solemne, qué joder, mi reino ya no es de este puto mundo.

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