viernes, 1 de julio de 2011
VIENTOS DE CUARESMA
De todas las de Leonardo Padura, esta de VIENTOS DE CUARESMA, es la que más me ha gustado y no sabría decir exactamente por qué. Supongo que al ser el último de una saga en la que siempre aparecen referencias a novelas anteriores, que tiene una continuidad cronológica, el protagonista y su mundo ya llevan a cuestas muchas historias con su correspondiente cupo de cicatrices en el alma, fatiga existencial y cuentas pendientes del autor con el pasado y consigo mismo, todo ello envuelto en un romántico halo de fracaso vital y/o ambiental, y que puede que sea el mismo que impregna, en cierto modo, esa ciudad decadente y desencantada que es La Habana, con lo ya tenemos el debido paralelismo metafórico entre el devenir, el sobrevenir más bien, del protagonista y el escenario en el que transcurren sus historias.
En cualquier caso, si la trama policial, como en toda buena novela negra, apenas es una excusa para introducir al lector en un escenario determinado, para trazar el retrato más o menos certero, crítico o simplemente cínico del entorno del protagonista, descubrirnos las trastiendas de una sociedad a la que el común de los mortales no tenemos acceso de no ser de oídas, la otra cara de la moneda de la propaganda turística al uso, o simplemente oficialista y para de contar; la otra trama de la novela, la verdadera, la que transcurre en el interior del protagonista en conflicto permanente consigo mismo, con su presente y pasado, con su entorno de amigos y enemigos, el recuento de los fracasos personales, ese escritor que nunca pudo ser, y sobre todo personales, el amor como un continuo autoengaño, es, en mi modesta opinión, el verdadero incentivo literario de esta novela más habanera que negra, o, en todo caso, donde lo negro no es el crimen el exclusiva, sino más bien ese pasado y presente de sus personajes, ese halo de romántica nostalgia, decadencia o derrota al que me refería antes. Así pues, es el trazo de la eterna y resignada decadencia de esa Habana y esa falsa y llorosa derrota existencial del teniente Mario Montes donde brota a borbotones la literatura, donde la lectura no es un simple entretenimiento de género, atrapar al malo, sino sobre todo el placer de recorrer esas entrañas de la ciudad y su protagonista a través de las líneas, arrastrado por la cadencia habanera que impregna toda la novela; ¿calor, ron y guayaberas? Sí, también, pero lo que menos, asere.
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